El peón

Imagen: Needpix.

Negra y verde. Guardaba las piezas ahí. Papá, su voz. Sentado bajo la parra miraba más allá de la enredadera que trepaba por la pared del patio. Catalán era. Bueno, eso decía tu abuelo.

El llamador de ángeles cuelga del farol. Oxidado y cubierto de telarañas emite un tintineo de bienvenida. Los tubos se entrechocan, preludian el aguacero oscuro que se parece a la casa a la que demoro mi ingreso. Jugueteo con el manojo de llaves enlazadas al motivo de Molina Campos que le compré de apuro en la terminal, en esa visita en que la Pauli me dijo que le quedaba poco y él comenzaba a desvariar, enmarañado entre la realidad y los sueños, como su enredadera.

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Los progresos del texto

Primeros minutos del día. Silencio, la mañana y sus olores que llegan desde el patio. Mempo y una cita para aprovechar los intersticios del tiempo, buscarse el hueco a la hora de escribir. Un lado de acá que conspira contra cualquier instancia creativa. Iba a escribir destello.

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Aproximaciones al mar VII

Hay un mundo que ha cambiado. No sé si te gustaría vivir en él. Afuera, sobran gritos, intolerancia, chanzas, nadie oye a nadie y todo puede ser una mierda a veces. Diría casi siempre, pero acotarías que soy un pesimista. Como no serlo en estos tiempos de fascismo desvergonzado, con una hipocresía mayor a la habitual.

Llego a la Terminal. Pido un pasaje a la costa. Casi que puedo oírte: nadie se baña dos veces en el mismo río.

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La comunión de ciertas palabras

Despertó y supo que había soñado con ella. No recordaba nada, si la sensación de una visita cálida. Quizás era la oscuridad o solo la respiración pausada, la calma y tranquilidad que deja un roce en la cabeza, el silencio de algunos días.

Intentó recordar alguna imagen. Imposible.

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Una puntada en la costura

Lo despertó la angustia de un sueño. No pudo recordarlo, pero quedaba el sabor del desamparo, la nada, la atmósfera aciaga de la oscuridad.

Entonces recordó la pulsera. De hilo, con un tono más claro a su piel marrón. ¿La mano era de mujer?

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Deambular

El viento helado le corta las mejillas y se abrocha la campera. Desbloquea el teléfono sin pensar y recorre la modesta agenda telefónica. Su cara, su sonrisa más bien como primer contacto.

¿Que estás escribiendo, recordó. “La lista del súper, faltan un par de cosas”. Pucha, yo pensé que era un poema para mí. Su beso furtivo, preludio de.

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La grieta

Amanecí con la sensación de que habías pasado por casa. El espejo devolvió mi cara somnolienta y el rimel corrido cuando vi la grieta. Estaba sobre el botiquín del baño y puedo asegurar que esa pared se encontraba intacta la noche anterior.

Recuerdo que me quedé mirándola unos instantes y llamé al portero. El tipo miró la rajadura y escudriñó con gesto sabiondo. “No entiendo cómo se produjo, señora”, comentó. Levanté los hombros y convenimos día y hora de la refacción.

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La casa de arena

Los amantes, de René Magritte.

El viejo está sentado en la vereda. Con las manos apoyadas en su bastón mira hacia la calle. Tiene la camisa desprendida que se abulta a la altura de la panza, a punto de explotar. Se rasca la mandíbula y bosteza, colorado por el calor.

Alguien me empuja. Disculpas, balbucea. Muevo la cabeza hacia abajo como respuesta. ¿Qué voy a cocinar? No importa. Me aferro a la frescura del hogar, el repliegue necesario para sobrevivir.

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