La literatura no es más que amor y trabajo

«La literatura no es más que amor y trabajo. Concibo otras formas, pero sólo estoy tratando de ver la mía. Antes creía que sin saber nada, sin comprender los secretos de la palabra y la forma, de una manera puramente instintiva (genial) se podía llegar a dominar el idioma. La literatura, me decía, no es sólo sintaxis o adverbios o cópulas o gerundios, es, sobre todo, ideas. Y es cierto. Pero no comprendía que al pensar “no sólo es” admitía de algún modo que también era eso. Porque al fin me he dado cuenta —al cabo de cuántos versos, de cuántas páginas estúpidas— de que se debe trabajar la forma, no para hacerla “bella” —aunque esto solo podría justificar algo— sino para poder decir aquello que se quiere decir, y no exactamente lo contrario o apenas una triste parte. Trabajo: eso. Nunca tengo grandes ideas, acaso nunca las tendré, pero al menos puedo decir tan claramente como es necesario las pobres ideas que tengo.

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Muchachos

Vi Muchachos. Emotiva conmemoración. Pocos espectadores en un cine vacío. Lo que más me sorprendió fue que no hubo aplausos, el silencio cuando finalizó la película. Parecen tan lejanos los festejos. Otras cosas preocupan. La motosierra empuja a todos a la pobreza y buscan imponer la indigencia a palazos. No les será tan sencillo.

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Diario de Semana Santa

Neuquén, martes 3 de abril de 2007, por la mañana

Otro día más de reclamo. Mi compañera sigue de paro y las posiciones son encontradas. Mi empleo transpira rutina por todos lados. Mejor, me permite repensar mis prioridades. Mi hija sigue creciendo. Casi seis meses y una sorpresa diaria: una mirada, una sonrisa, un “ta” de vez en cuando, el bálsamo de estos días agitados. Radio Universidad CALF cuenta todo, con el oído donde debe estar.

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Horas sin huellas

Oscurece, sin resistencia. El silencio se asoma tras las nubes y se asienta en la ciudad.

«Mucha dificultad para encontrar la forma de contar lo que estoy viviendo. Lo único que me hace seguir anotando los días en estos cuadernos es el intento de encontrar un sentido que quiebre la opacidad de las horas sin huellas».

Piglia en Los diarios de Emilio Renzi.

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COVID-19: Fragmentos de un diario

Amanecí con una molestia en la garganta. Descarto cualquier cosa, no hay viaje a zona de contacto y no me he movido de casa. «¿Todos no nos sentimos un poco enfermos»? Leí por ahí. Y ya que estamos, ¿Estaremos escribiendo un diario, crónica, novela realista o distópica sobre el COVID-19? Qué aburrido y monotemático será el 2021.

Abro la ventana, el olor a humedad llena la casa. Todos duermen. No son las siete y ya trabajando.
Hay un gato negro que intentamos adoptar. Por ahora viene y come nomás. Ayer le dejamos la puerta abierta del comedor, se asomó un par de veces y escapó.
He decidido que las primeras líneas del día serán para la escritura. Sueños, primeras letras, palabras que asomen en mi cabeza.
Preocupa el futuro, en un alarde de originalidad.
Otro día de cuarentena
Intentar que el miedo no gane. No gana, pero se asoma por la puerta, como el nuevo gatito negro, que ayer se animó a más y recorrió el comedor, la despensa, para salir de nuevo afuera. Se viene una nueva mascota, aunque intuyo que será difícil de atrapar, gato del aire, juguetón que por ahora duerme sobre una heladera vieja, protegido de perros y depredadores. Animales y humanos.
Leía en Twitter: «cuatro pajas en un día, hablame de pulsiones de vida». Cortar una madera con un serrucho gastado, ocupar el cuerpo y la mente, alejarla del «enemigo invisible», gran definición presidencial. Anoche llamé al viejo, a ver cómo andaba. Asustado y guardado.
Lecturas: «Como las estrellas, estamos viendo la luz de un mundo que ya no será igual», o algo por el estilo, de Claudia Piñeiro.
«Concluyo que la escritura es un diálogo de entrecasa, y que, de cualquier tradición, por más pequeña que sea, existen textos parásitos, sin autonomía. Textos cuya significación estriba en las espaldas de otros textos», Humberto Bas, en Gil Wolf.  Quizás como este diario.
Pulsiones de vida y sociedad de la vigilancia. «Qué raro todo», casi una confesión. Trato de mirar la suficiente tevé para estar informado y no morir aterrorizado en el intento. Lecturas dispersas, trabajos manuales, cama elástica como ejercicio y mirada al cielo. Desconfiar de los mensajes motivacionales. Conservar rutinas para no desfallecer. Dispersión.
Parece que la cuarentena se extenderá.
Publicado en Plan B Noticias

Imagen de Akhil Kokani en Pixabay

Malabares en silencio

Pero hay un tipo de silencio que es casi tan fuerte como un grito. Eso fue lo que conseguí. Un silencio a todo mi alrededor, denso y total, oí correr el agua en la cocina. En el exterior, oí el ruido sordo de un periódico doblado al golpear la avenida, y luego el silbar suave, desafinado, del chico que se alejaba otra vez en su bicicleta*

Rumiaba pensamientos cuando lo vi. No más de diez años y con un talento inalcanzable lanzaba bastones al aire. Tres. Con uno en cada mano hacía girar a su antojo el tercero, que oscilaba arriba y abajo sin caerse, rodaba hacia los extremos, para volar y reiniciar la danza en plena calle. No más de diez años. Malabares para sobrevivir, el gesto serio y concentrado. Casi nada de juego, toda necesidad. Ni siquiera mi aplauso le robó una sonrisa.
Bocinazos, la furia por el espejo retrovisor ante mi demora. El enojo contra el par y la complacencia con bandoleros que reclaman esfuerzos mientras se empeñan en pisotearte los derechos. No ve el que no quiere. O no le conviene. O calla y lo aprueba.
Siguen los bocinazos. “Gracias”, dice el pibe. Retomo la marcha, desoigo los insultos del automovilista que venía detrás. Malabares para sobrevivir, pero no juega. Llego a casa, lo escribo, no lo publico, el lujo del flâneur  y el estómago lleno.
Quizás lo mejor es un blog sin entradas nuevas.
Hasta que el silencio grita.
(*) Chandler, Raymond, “El largo adiós”, 1953, Traducción: José Luis López Muñoz, edición digital.

Dos mil diecinueve

Y el dos mil diecinueve llegó sin palabras, replegadas por salutaciones de compromiso y fórmulas vacías, como si la mejor bandera fuera el silencio.

Recorro diversos blogs. Veo que seguimos escribiendo y manteniendo espacios, más allá de otras redes sociales que escupen diatribas, denuncias, odio y vigilancia.

El silencio es casi total, profanado por los pájaros que se desperezan, como la mañana y la gata que empezó su paseo, para verificar que todo está como corresponde y desaparecer de mi vista. Ya cumplió su objetivo  —no sea cosa de que duerma mucho y se olvide de mi sustento—  (¿se dirá?) al acercarse a mi oído con su ronroneo.

“Solo los tontos creen que el silencio es un vacío. No está vacío nunca”.#EduardoGaleano pic.twitter.com/wCM4ptyLrU

— Ana Aurora Valencia (@mardemarzo) 6 de enero de 2019

“Este año el jo jo se los debo”, lanzó alguna vez el humorista Tute.

“Acá no se rinde nadie”, leo.

Un poeta rescata la belleza de la palabra aleatorio. Pienso en sus astillas, pensarla como ruptura a un discurso reproducido a diario y que crea un sentido al sinsentido.

Y entremedio un teclado castigado por mis dedos, con teclas sueltas y que exige un reemplazo, confabulando palabras, semillas al azar que alguna vez rendirán sus frutos. O no, pero sentarse y escribir.

Imagen: Pixabay

Barriada

En la barriada el calor se alivia con sillas en la vereda, tereré o mate. También cerveza. Música tropical en un auto  con un fenomenal estéreo.
Una piba le escribe a alguien por celular. Gesto serio. Parece que no es la respuesta que esperaba mientras vigila a la nena que anda en bicicleta.
Alguien riega la vereda, dos gurrumines juegan al fútbol con arcos improvisados con ladrillos en el medio de la calle. Se escucha un grito de gol, los brazos en jarra del arquero.
El verano es clemente, por ahora.
Desando cuadras, me dejo acompañar por la brisa entre los álamos.
El colectivo frena en la parada y se desprende de caras agotadas.
No hay clima de fin de año. O es uno, al que estas fechas le son esquivas.
Ni Felices, ni Fiestas. Ni hablar del jo, jo, jo.
Diciembre y sus días.

Ofensiva

Diciembre, sus saldos hacia la nada. Un almanaque atorado en el cuerpo, la desconfianza absoluta en el clima festivo.
En el país de la ferocidad propone la licencia para matar y siguen los femicidios.
Un pibe se suicida, deja una mochila repleta de currículums. Defina desesperación. 
Ayer, nos tocó ir a ver al chico que se suicidó en la línea E. Ya llevo bastantes pero este era distinto, dejo la mochila en un costado y el documento arriba (para que se lo identifique), y esperó hasta que pase el Subte. Tenía 21 años y varias fotocopias de su CV en la mochila.

— Nicolas Vidal (@NicVidaal) 30 de noviembre de 2018

La noticia me acompaña desde hace días y deja la pena, que amenaza quedarse más de la cuenta. Inmoviliza. Quizás es lo que se busca. La ofensiva del desánimo.
Salir de ahí. O intentarlo. Dejar en repeat “Amor” de los Decadentes de acá a fin de año y acallar el insufrible jo jo jo.

Mientras tanto, reviso viejos textos. O intento, en esto de porfiar en la escritura, aunque coincida con Bolaño que está entre las lecturas pendientes.
“Escribir no es normal. Lo normal es leer y lo placentero es leer; incluso lo elegante es leer. Escribir es un ejercicio de masoquismo; leer a veces puede ser un ejercicio de sadismo, pero generalmente es una ocupación interesantísima.”#RobertoBolaño

— Eva Reed (@lecturaerotica) 16 de mayo de 2018