Aproximaciones al mar VII

Hay un mundo que ha cambiado. No sé si te gustaría vivir en él. Afuera, sobran gritos, intolerancia, chanzas, nadie oye a nadie y todo puede ser una mierda a veces. Diría casi siempre, pero acotarías que soy un pesimista. Como no serlo en estos tiempos de fascismo desvergonzado, con una hipocresía mayor a la habitual.

Llego a la Terminal. Pido un pasaje a la costa. Casi que puedo oírte: nadie se baña dos veces en el mismo río.

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La diaria

Cuando llueve, el bidón queda escondido en un árbol o bajo los ligustros. De nada valdría dejar la casilla de cartón, donde la barda marca el fin del mundo y el calor del cuerpo de la China es el mejor plan. Pero el abrazo no alcanza para arrimar algo a la olla y hay que salir igual a hacerse la diaria.

Se encapucha y cierra la campera ligera, de buzo, descosida en los puños, El abrigo es una humorada y camina las cuadras que lo separan de la parada del ómnibus.

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Una puntada en la costura

Lo despertó la angustia de un sueño. No pudo recordarlo, pero quedaba el sabor del desamparo, la nada, la atmósfera aciaga de la oscuridad.

Entonces recordó la pulsera. De hilo, con un tono más claro a su piel marrón. ¿La mano era de mujer?

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