
Abrió los ojos. No necesitó mirar las manecillas fosforescentes para saber la hora. Soltó las imágenes del sueño y se tomó unos minutos, habituándose a la oscuridad, hasta que fue necesario levantarse. Despacio. Para no marearse.
El espejo del baño le devolvió las arrugas y los ojos oscuros, intensos. Todavía.
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