El vuelo 3142


Foto de paisaje urbano creado por wirestock – www.freepik.es.

Entró al bar con una solera que desnudaba unos hombros perfectos. Aros pequeños en forma de corazón, un brillo manso en la mirada. Era de ensueño. Se acodó en la barra y pidió una copa de vino.

—¿Mientras lo esperamos?

—Mientras lo recuerdo —dijo y mi sonrisa quedó trunca. Levantó las cejas para alejar mi incomodidad y un pedido desde el otro extremo me sacó del apuro. Serví el trago y la miré de reojo. Ella bebía sorbos pequeños, humedeciéndose los labios.

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Aparecido

Oigo el mugido en la lejanía. Casi puedo sentir el olor de la llanura a mis espaldas. Pero no quiero darme vuelta. ¿El campo seguirá con su verde de verano? Amanece. O casi. La belleza era un cielo anaranjado en el medio de la pampa.

Un gato ingresa por la puerta rota. Bueno, por el hueco en donde alguna vez hubo una puerta. Las paredes se quejan, el viento mueve un resto de vajilla y el tintineo quiebra el silencio. Todavía hay huellas de los saqueadores. Saquean la esperanza, la memoria, las palabras.

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Acá y allá

Caminaba abrumado por la noticia cuando levanté la vista y la vi, de pie, cerca de las vías del ferrocarril. Paseaba su perro, como todos los días.

Recorrí los metros que nos separaban y le sonreí, aminorando el paso hasta que quedamos frente a frente. Me miró con la profundidad terrosa de sus pupilas, acercó los dedos hasta sus labios y me sopló un beso, como cuando nos despedíamos en la puerta de su casa, aquel espacio con malvones y plantas recién regadas.

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La pintura

“La vuelta del malón”, Della Valle Angel.

Hacía frío. El viento cortaba la cara y las nubes plomizas parecían devorarse los edificios. Miré el reloj. Quererla era esperarla. Lo había sido desde el primer día.

Delante de mí el edificio oblongo estaba magníficamente iluminado. Destellos azules, que se volvían rojos para mudar al amarillo, desafiando a los bocinazos y las frenadas de los colectivos. Asentí como si pudiera verme cuando su voz en el teléfono dijo que estaba en camino. Colgué y decidí entrar al museo.

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En lo alto está el Cielo, abajo está la tierra

Image by Silas Camargo Silão from Pixabay

—¿Cómo se hizo eso?

—Jugando a la rayuela

—¿No está un poco grande?, ¿Cuántos años tiene?

—Perdí la cuenta luego de los 65, ¿Por qué pregunta?

—Porque a su edad… debería hacer otras cosas. ¿La rayuela, me dijo?

—Sí. Con mi nieta. ¿Conoce el juego?

—Tengo alguna idea, sí. También sé que hay un libro, pero no lo leí. Quédese quieto que lo vendo, abuelo.

—Abuelo, las papas fritas. ¿Cómo que no leyó Rayuela?

—No tengo tiempo, abuelo. No me mire así: entre las recortes presupuestarios, las guardias y los turnos en el hospital, termino molido. No me diga nada, seguro que es un libro para pibes.

—Es un libro entre tantos libros, creo. Y sí, puede ser para pibes (y pibas)… de quince, veinte, treinta, sesenta.

—Quédese quieto le digo, que tengo que vendarlo. ¿Y cómo se juega?

—… A ver si me acuerdo: “la rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo… “, ¿entendió?

—No tanto, pero ¿hasta dónde llegó?

—Casi hasta el cielo, mire, pero sabrá que eso es imposible, ¿no?

—Si usté lo dice… Yo tomé la comunión, la confirmación y todos los santos que andaban dando vuelta por ahí. Ya está… trate de no caminar mucho. Ya que le gusta leer, léase algo, durante unos días y no le dé bolilla a su nieta. ¿Cómo se llama la mocosa?

—A mí me gusta decirle La Maga.

—Pero eso no es un nombre…

—¿Quién le dijo que no?

—Espere, abuelo… no se vaya, necesito que me firme esta planilla, ¿como me dijo que se llamaba?

—Y dele con abuelo… Julio, m´hijo.

(Texto ya escrito, con leves modificaciones)