Lo que queda es una historia de pérdidas. Personales y colectivas. Es mi tercera novela, una suerte de continuación de El porvenir es una ilusión, diez años después. Si leíste el libro anterior, reconocerás a los personajes. Y si no, no importa. Las historias pueden leerse de manera independiente.
Una familia transita el dolor de lo irreparable y busca volver a empezar, mientras afuera, un mundo desmembrado, fragmentario y egoísta parece devorarlo todo. Y de algún modo, esa pérdida está emparentadas con otras, colectivas y sociales.
«¿Por qué la poesía siempre me parece un trabajo del alma mucho más real que la prosa? Nunca me siento exultante tras escribir una página en prosa, por muy buena que sea y muy concentrado que haya sido mi empeño, y por mucho que la imaginación, como en el caso de las novelas, se haya comprometido en el proceso.
Tal vez se deba a que la prosa es aprendida y la poesía, dada. Ambas pueden ser revisadas casi indefinidamente. No quiero decir con esto, que no trabaje al escribir poesía. Cuando estoy realmente inspirada, puedo escribir cien borradores de un mismo poema y mantener el entusiasmo. Sin embargo, esa batalla sostenida solo es posible cuando me hallo en un estado de gracia, cuando los canales más profundos están abiertos, cuando estos y yo nos encontramos en un hondo movimiento en equilibrio. Entonces, la poesía acude como regalo de unos poderes que sobrepasan mi voluntad.
Muchas veces he pensado que, si prolongara indefinidamente este solitario confinamiento, y supiera que nadie iba a leer cuanto he escrito, seguiría escribiendo poesía, pero ya no escribiría novelas. ¿Por qué? Quizás porque el poema es, de una forma primigenia, un diálogo con el yo, mientras que la novela es un diálogo con otros. Ambos proceden de formas de ser completamente distintas.
Supongo que he escrito novelas para averiguar qué pensaba acerca de algo, y he escrito poemas para averiguar qué sentía acerca de algo».
El invierno que se resiste a quedar atrás. La primavera, su luminosidad.
No pudimos salvar a nadie, llegamos tarde. Los versos de un poema.
La poesía como tiempo de escucha, la pausa para vislumbrar lo que hay detrás del ruido cotidiano, para combatir lo roto.
El sueño nocturno deja huellas de un ancho camino de tierra, paralelo a las vías del ferrocarril. De un lado, la nostalgia de rieles oxidados, del otro, una cadena de eucaliptos.
¿Había una búsqueda?
Supongo que siempre la hay.
Afuera el bullicio sucio de la ciudad. Adentro, la necesidad de reparación.
Reviso unos borradores. Hay uno al que le tengo más fe. Pero no sé su comienzo. Y lo necesito para no continuar con la escritura fragmentaria, un anclaje que ordene o —al menos aparente— encausar el desorden de palabras que llegan a cuentagotas.
Mientras tanto leo. Siempre leo. Poesía y narrativa. La ilusión de que la lectura puede contagiar la escritura.
Versos en diferentes poemas, anzuelos contra el bloqueo.
Leer poesía como una premisa contra la cerrazón de las palabras. Leo poesía y escribo, me dijo un amigo el otro día.
Leer para escuchar, leer para desembrujar, leer para romper murallas. El ahora de la lectura, como el ahora de la escucha, buscando algo para escribir.
«La persona que narra habita simultáneamente el tiempo presente de cuando habla y el tiempo de lo sucedido, además de experimentar la ruptura del ritmo entre los dos. Yo que pregunto y escucho, vivo también el ahora de la escucha, los recuerdos de mis tiempos pasados, cuando ya había oído parte de las historias, así como los varios tiempos futuros de la escucha de las grabaciones, de la lectura de las transcripciones y de la escritura», escribe José Henrique Bortoluci en Lo que es mío, hermoso descubrimiento.
Bajo el título de “Poemas y canciones”, esta antología digital recoge —en versión de Vicente Romano y Jesús López Pacheco— las mejores piezas de la actividad poética de Bertolt Brecht (1898-1956) incluidas en su producción teatral y narrativa, o publicadas como tales en libros o revistas.
La selección respeta los criterios cronológicos, de manera que el lector puede seguir la evolución del autor desde su etapa anárquica hasta las obras de madurez del exilio y la postguerra.
En su ensayo Nagori, la poeta, escritora y traductora japonesa, Ryoko Sekiguchi, se explaya sobre la relación de su pueblo con las estaciones. En el libro, entre otros tópicos, plantea tres términos diferentes para describir en qué estado de la estacionalidad se encuentra un alimento: hashiri, sakari y nagori,que designan, respectivamente, el equivalente a «primeros frutos», a «plena temporada», y el último, nagori, al final de la temporada, «la nostalgia por la estación que termina».
¿Tenemos la oportunidad?, ¿Nos hicimos el tiempo suficiente? ¿Pudimos devolver todo lo que nos dieron a quienes estuvieron a nuestro lado? Los agradecimientos, saldos pendientes y la solidaridad son algunos de los temas que se abordan en Las gratitudes, de Delphine de Vigan, novela sobre los vínculos y la tercera edad.
En la narración, Michèle Seld —Michka— vive en su casa. Se maneja por sus propios medios, recibe visitas de vez en cuando y lee a diario Le Monde. Con un pasado de correctora y editora transita su vejez con calma. Hasta que un día no puede moverse. Y ya no puede vivir sola.
Últimamente, las lecturas van por los deseos. Pulsiones de vida, resistencias posibles —pienso en otra palabra menos bastardeada que todavía no se arrima— contra las pulsiones de muerte que impulsan una desintegración social.
Estrategias y pequeños deseos. Contra lo ordinario.
Contra lo ordinario
Nadie ha podido demostrar hasta ahora de manera fehaciente que los pequeños deseos son más fáciles de conseguir que los grandes. Solo se ha podido demostrar de manera fehaciente que son más numerosos.
El poema es de Cristina Peri Rossi, en «Estrategias del deseo», edición digital.
Domingo. Leo a Coetzee. El personaje, un profesor universitario expulsado de la universidad por abusar de una alumna, se refugia en el campo con su hija.
Es un ser detestable que no se arrepiente de sus actos, incluso piensa que está siendo injustamente castigado. Y su arribo al campo, coincide con más desgracias para su entorno familiar.