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Los nombres de la lluvia

Llueve. Las palabras se demoran. Abro la puerta balcón y dejo que el olor a lluvia pasee por la casa. Petricor, se ha difundido por ahí. Para la RAE, no existe. Igual no concilio con ella. Y busco otras.

Aparece un artículo. Elijo reiu (lluvia fría) y kanu (lluvia fría de invierno), del japonés.

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Solos en América

Solos en América. Es ese disco y no otro el que me recuerda a vos. También el aroma de una crema que identificaría tiempo después. Curiosos los recuerdos.

Si lo pienso, más de una vez estuve atravesado por Miguel Mateos. Cómo no repetir hasta el hartazgo En la Argentina hacen falta huevos o Puedo acabar con el machismo argentino, ya lo vas a ver, ya lo vas a ver.

Pues siguen faltando huevos, y del machismo… qué contarte.

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Cosas con las que no podía reconciliarse

El mundo estaba lleno de cosas con las que no podía reconciliarse.

El cuerpo de un indigente hallado muerto en el banco de una plaza bajo varias capas de papel de periódico un día claro de primavera; los ojos apagados de la gente que viaja en el metro a última hora de la noche, mirando hacia otro lado mientras se rozan sus hombros sudorosos; el interminable desfile de coches sobre la autopista, con las luces rojas de los faros traseros encendidas un día de tormenta; los días que se suceden uno tras otro, arañados por miles de afilados patines de hielo; los cuerpos, que se desmoronan tan fácilmente; el intercambio de bromas tontas y endebles que se dicen para hacernos olvidar todo eso; las palabras que escribimos con fuerza sobre el papel para que nada quede en el olvido; y la fetidez que emana de esas palabras como espuma putrefacta.

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Todas las Rosas

Leo a Rosa Luxemburgo, que deambula por patios de cárceles, pensando en flores y jardines, reclamando por derechos para las mujeres, pintando óleos, recopilando flores en cuadernos (más de 250 plantas registradas en herbarios, confiesa en 1915).

Rosa, la que recuerda, la que recibe lluvia de pétalos, escribe cartas además de ensayos y se deja llevar por la brisa, «hacia un extraño estado de ánimo».

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Comer tierra y que los ojos se acostumbren a ver

En Cometierra de Dolores Reyes, la pobreza se palpa. También el asesinato de mujeres, chicas jóvenes que solo les importan a sus familias. Y también está ella, flaca, de pelo largo y que traga tierra para adivinar qué les ocurrió a las olvidadas.

«Yo agarré tierra de la lata y me la fui metiendo en la boca. La casa se me oscureció como si la hubiesen tapado con una tela negra. Tuve ganas de prender la luz para que no nos tragara la noche que la tierra había desplegado alrededor nuestro. Tan oscuro todo, tan un pozo profundo al que nunca llegaba la luz del sol, que bueno no podía ser. Cuando estaba a punto de parar, de abandonar por el miedo y abrir los ojos, empezó a irse la oscuridad, como si alguien estuviera prendiendo velas, una atrás de la otra, y los ojos se acostumbraran a ver».

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A tiro de un abrazo

Llegó en la madrugada. Cabizbajo, de herida abierta. Me había escrito unos días antes, si podía pasar unos días en el campo. Hacía años que no lo veía. Desde la muerte de Belén. Y ahí estaba, parado en la tranquera, esperando a pasar. «Te busco en la Terminal». No, prefiero caminar. Te mando un mensaje cuando llegue.

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Libros y más libros

Libros en el suelo. Libros sobre la mesa. Abiertos, rayados, intocables, manoseados. Propios y ajenos. Libros bajo la almohada. Regalados, prestados, robados, nunca devueltos, palabras que pisoteo y rescato, que atesoro y descarto, que desando y escucho, cual ronroneos gatunos.

Libros y más libros. Palabras y más palabras. Títulos con apuesta a la lectura, enunciados impostores, virtuales y vacíos como los pulgares en alto y otros emojis, o prometedores y necesarios como las voces amigas.

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Aviso parroquial

Poco a poco, Substack se ve haciendo el lugar donde leer, apearse al costado del camino. Tanto que abrí una página, para replicar textos de este espacio y escribir nuevos, una suerte de retroalimentación en ambos cuadernos virtuales.

Para quienes no lo conocen, Substack te permite armar un blog y, además, suscribirte a los newsletter que te interese y recibirlos en tu casilla de correo. Como recién iniciado voy sumando unos y descartando otros, aprendiendo al andar.

Lo bueno es que hay cada vez más lectores en español de las temáticas más variadas: género, medioambiente, literatura por supuesto, poesía, política, narrativa, tecnología, y la lista sigue.

Mi cuarta publicación fue una reescritura de un texto que ya estaba aquí.

Si no conocés la plataforma, te invito a darte una vuelta.

Nos leemos

Sigo suelto, corazón

—Cómo anda poeta, usted que sabe, ¿Me recomienda libros para leer?pregunté.

Y así lo hizo. Con Fede nos vemos menos de lo que debiéramos, pero compartimos lecturas, comentarios y textos. Tenemos en común lo de trabajar en silencio y sin estridencias, si de escribir se trata.

Entre esos libros de poesía, me pasó un inédito:

Quién dijo

Pasé toda la noche mirando estrellas
se me llenaron los ojos de vacío,
el viento traía voces desde la esquina
de los tiempos, las robaba y las hacía
pasear por los viejos armatostes
que va dejando el petróleo.
Subido al techo del viejo tráiler desafío
la ferocidad de las ráfagas,
algo adentro del alma debe haber
necesito sentirme vivo,
arañar está percepción obsoleta
de acero oxidado.

-No hay que ser un muerto para ser fantasma-
eso me decía a mí mismo mientras divagaba
debajo de unos pinos negros y estáticos.
¿Quién dijo que la noche no entra en una mirada?
Todo es un diagrama lleno de posibilidades.

(Del poemario, Barreras en la noche, de Federico Espinosa, poeta neuquino).
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