“Recibimos visitas, mejor andá a dar una vuelta”

Recibimos visitas. Recién se fueron. Mejor andá a dar una vuelta. Tres oraciones que confirman una cotidianidad violenta. Cuándo el cerco es inminente, ¿Se puede pedir ayuda a quien convive con el poder? Lo mismo se pregunta Francisco Amaro Villafuerte, delegado gremial, periodista e intelectual de eizquierda, en el gélido invierno de 1976 en Argentina, meses después del golpe de Estado.

Esto nunca existió, novela de Mempo Giardinelli narra los interminables días, de un hombre desamparado y en la mira de los grupos de tarea de la represión clandestina. Su única opción para sobrevivir es contactar con su jefe, a la espera de una ayuda para poder huir del país.

La trama retoma una época turbulenta y el comienzo del genocidio en la Argentina. Francisco consigue refugio en la casa de una amiga y repasa una vida que se derrumba, con preguntas y respuestas imposibles. ¿Qué nos había pasado a los argentinos, a mi generación? ¿Qué nos había pasado que nos inculcaron el cuento del país rico hasta la saciedad, generoso como una madre, inagotable como el Paraná? ¿Qué pasó para que nos criáramos en la confianza y la soberbia de ser un pueblo elegido, granero del mundo, sabia mezcla de razas y patria del trigo y de las vacas que se autoconvenció de míticos destinos de grandeza, sueños de potencia, proyección continental y mundial? Mierda pura, ¿de dónde salió ese sueño imperial de creer que nuestro modelo, nuestro estilo, podía ser exportable para, por lo menos, el resto de América Latina?

Nadie tenía las respuestas correctas, porque nadie nos enseñó a ser demócratas y así el vocablo en nuestra historia devino farsa. Bastaba ver a los milicos hablando de «valores» mientras sus esbirros torturaban y mataban a miles de infelices arrasados por la muerte, el exilio, el desamor.

El narrador espera un llamado que le evite el secuestro y para no enloquecer, reflexiona sobre la escritura y su novela quemada por los militares:…siempre confié en el anhelo vital, digamos, de cada texto. Creía ser consciente de eso y siempre en paz. Si un texto tiene que salir, saldrá, era mi lema, uno que me había inventado y que para mí era dogma. No quería tener conciencia de nada que escribiera y no me dejaba llevar por planes, apuntes, esbozos ni lo que alguna vez escuché que un autor más o menos ascendente llamaba rutas críticas y otro, un norteamericano ingenioso de la segunda línea, «pizarrón azul». Mis pelotas con todo eso, me decía, lo único que yo sé es que escribo porque no puedo parar y quizás para enterarme de por qué escribo y así el proceso escritural es, al menos para mí, una fuente inagotable de preguntas que abren más preguntas. Mis geografías casi siempre son de apariencia cercana pero improbables, y los personajes de mis textos, ejercicios de alquimista textual: hombres y mujeres sospechosos, gente recia o de avería que no se pregunta lo que hace ni por qué, o bien almitas trémulas que se aferran a sus viditas porque es lo uniquito que tienen. Todo lo que hago es mirar y recordar, y después tomo retazos de vidas, pedacitos de realidad, fragmentos de casos y de cosas, y dejo que todo hierva en el caldero de la imaginación.

La novela es la mirada de una persona acorralada, que sabe que ante el menor error puede terminar en un centro de tortura. Y en ese ambiente, escribe. Sufrimos, padecemos, vivimos inmersos en la realidad que nos rodea y tenemos opiniones, participamos, actuamos civilmente, pero es en la escritura donde buscamos siempre impedir que la realidad se parezca a sí misma. Queremos que nunca determine, que no sea el rasgo principal, pero sabemos que lo penetra todo, igualmente, y suele ser inevitable que se filtre por ventanas, intersticios, astillas. Aunque la decisión de quien escribe sea que todo quede afuera y solamente impere la fantasía, la literatura es siempre más porque en esencia es indescifrable y todo lo que hacemos son borradores del intento.

Giardinelli vuelve a interpelarnos sobre el pasado que recrudece de manera explícita los 24 de marzo y subyace como una herida que no cicatriza, alentada desde nuevos discursos oficiales que niegan el Terrorismo de Estado.

La obra interpela esos discursos y en una atmósfera opresiva, desafía el silencio de un sector de la sociedad en la dictadura militar, el mismo que se hace el distraído cuando, en nombre de la libertad, se arrasan con derechos conquistados, se perpetran crímenes de odio, y se alienta la violencia con la portación de armas.

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