Hay un mundo que ha cambiado. No sé si te gustaría vivir en él. Afuera, sobran gritos, intolerancia, chanzas, nadie oye a nadie y todo puede ser una mierda a veces. Diría casi siempre, pero acotarías que soy un pesimista. Como no serlo en estos tiempos de fascismo desvergonzado, con una hipocresía mayor a la habitual.
Llego a la Terminal. Pido un pasaje a la costa. Casi que puedo oírte: nadie se baña dos veces en el mismo río.
En la boletería, la vendedora recita horarios y alternativas. Elijo uno que me permita dormir en el viaje y despertar con las olas al acecho sobre la ruta.
¿Cuándo veo de nuevo el mar
el mar me ha visto o no me ha visto?
¿Por qué me preguntan las olas
lo mismo que yo les pregunto?
¿Y por qué golpean la roca
con tanto entusiasmo perdido?
¿No se cansan de repetir
su declaración a la arena? (*)
Lo traje, obvio. Lo compramos en una librería de saldos, una edición color pastel, creo que de Sudamericana. Nos llamó la atención el nombre.
—No conozco el mar —dijiste. Y nos prometimos este viaje.
La terminal huele a orín, desahucio, derrumbe.
«Llevame al mar», pido al taxista, que mira por el retrovisor el libro en mis manos y la mochila de viaje. Bajo la mirada y cierro los ojos, con la esperanza de evitar una charla intrascendente. Tengo suerte.
Es temprano. En la playa, las olas se desploman contra la arena y la mochila pesa un poco más. Camino unos pasos, el agua está helada y cuando se acerca a mis rodillas, destapo la urna. Tus cenizas flotan, se desvanecen entre la espuma. No siento nada. O siento todo y no puedo expresarlo. Un pesquero talla el horizonte y rompe el hechizo, pugna por conquistar una masa de agua que no percibe su presencia, al contrario de lo que siento porque sé que estás conmigo, a pesar de que reprobarías esta ceremonia que raya la cursilería, pero que necesito para lamer mis heridas.
En el reproductor, un piano interpreta temas de Totoro, desliza cierta tregua.
Dejo la playa cuando empieza a poblarse, no sin antes descartar la urna en un cesto de basura.
El sol asciende y me recuerda por qué detesto el verano.
(*) poema XLIX, de El libro de las preguntas, Pablo Neruda.
Aproximaciones al mar VI, está acá: