Semillas y pastores (textos recobrados)

La helada y su crudeza. Puedo verla desde el ventanal empañado. Quien lo diría, la que no conocía la luz del sol hasta pasado el mediodía, ahora se despierta temprano. Escribo mi nombre en el vidrio y entreveo la maleza blanquecina. Y el cielo de un celeste pálido que invita a levantarse.

Consulto el celular: ofertas, horóscopo y un cliente que pide un presupuesto. ¿Qué estará haciendo Seba? Prometimos vernos a la tarde.

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XIII — Hilario, El Porvenir

Hilario miró el cielo. Un famélico celeste se escondía detrás de las ondulaciones del terreno y sus pastos verdes mientras el caballo se detenía, como si supiese que quería disfrutar del paisaje. Él conocía de memoria esa tierra y sus curvas. Leguas de llanura detrás y en el horizonte las cruces. La bienvenida previa a la Colonia, si uno se adentraba desde el campo y no venía por las rutas conocidas.

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Alborea una esperanza ingenua

Bueno, llega el rodaje para Lo que queda, mi último trabajo, editado por Colisión Libros.

Como siempre, el agradecimiento inmenso a Cristina Witt por la confianza y apostar a la edición de esta nueva novela, de pérdidas colectivas y personales, como adelanté alguna vez. «¿Se le puede dar forma al horror y la muerte? Porque al fin y al cabo, se trata de una pelea desigual entre el bien y el mal, de continuar, a pesar de. Eso nos diferencia de las fieras. Estoy segura. O trato de creérmelo. ¿Podré moldear una esperanza de baja intensidad, un piso firme en donde apoyarme y apoyarnos?», se pregunta una de las protagonistas.

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“Lo que queda” en la Feria del Libro

El sonido de una notificación, las imágenes, mi alegría. Lo que queda empieza a circular y ya está en la la 46º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

Quienes estén interesados en conseguir la novela, pueden acercarse al stand de la Cámara Argentina del Libro, el 322 en el Pabellón Azul, donde más de veinte editoriales asociadas exhiben sus catálogos.

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Qué cuenta “Lo que queda”

Tapa de “Lo que queda”.

Lo que queda es una historia de pérdidas. Personales y colectivas. Es mi tercera novela, una suerte de continuación de El porvenir es una ilusión, diez años después. Si leíste el libro anterior, reconocerás a los personajes. Y si no, no importa. Las historias pueden leerse de manera independiente.

Una familia transita el dolor de lo irreparable y busca volver a empezar, mientras afuera, un mundo desmembrado, fragmentario y egoísta parece devorarlo todo. Y de algún modo, esa pérdida está emparentadas con otras, colectivas y sociales.

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Ana, el respaldo (Adelanto)

Imagen de Larisa Koshkina en Pixabay

Un día decidí entrar al santuario de papá. Había pasado demasiado tiempo, el mismo que me costó darme cuenta que me despertaba y él no estaba trabajando en su estudio. Ni que había sonidos de teclas o música clásica en un volumen muy bajo.

Sé que fue un sábado, muy temprano. Grisáceo, encapotado. No podía ser de otra manera. Mamá y la Colo dormían. Atravesé la puerta y me estremecí. Seguía ahí. O por lo menos me pareció sentir su presencia, ese almizcle entre yerba y su perfume que se confundía con el olor a papel de los libros de variados tamaños y colores. Nuevos y viejos, con el lapicero, la libreta, el diccionario de la RAE a un costado y las foto de las tres en el otro.

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Esperanza ingenua

Capítulo XXI – Claudia, pájaro que canta

“Ignoro cuando apareció. Pero me despierta muy temprano. Cantos melodiosos, discontinuos, antojadizos. Minutos de trinos al mundo. En algún momento hace una pausa y replica, para dejarse vencer por el silencio. Es lo primero que oigo a la mañana y alivia la pérdida, deja atrás el chapoteo barroso de las preguntas, tu hueco en mi cama.
Escucho su melodía, su canción casi alborozada, como si le fuera indispensable cantar en mi ventana.
No lo he visto, pero lo imagino multicolor, un saludo vivaz al mundo.
A veces regresa cuando deambulo por la casa, quizás para cerciorarse que estoy despierta, que alejé pensamientos aciagos y que mi dialogo con vos ya no es en términos de reproches y preguntas, sino de anécdotas, de puesta común, hasta de sonrisas.
Pájaro que canta y sostiene un relato de la pérdida, que busca tener a raya un dolor que no inmovilice, que se permita otras palabras. Alborea una esperanza ingenua. Suficiente para mí”.

(Fragmento de "Lo que queda", novela editada por Colisión Libros).

Hay una hora en la mañana donde el sol se refleja en mis anteojos, impide la visibilidad y también ilumina, momento de leve zozobra, de fastidio, de inquietud. La escritura tiene estos instantes de remar contra la corriente, de pies hundidos en el barro.

Pero, así como aparece, se diluye. Y surge la esperanza ingenua con la que a veces escribo. Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, «sin esperanza y sin desesperación», cita Carver. Es un poco así.

Feliz día a quienes escriben.

Lo que queda

La avenida estaba vacía. La arena avanzaba sobre los canteros y el rumor del viento era el sonido de una orquesta disonante, empecinada en terminar la función. La puerta estaba destrozada y en el altar no había rastros de la mantilla. Tampoco crucifijo, ni santos. A uno de los costados, se abría una abertura que —intuyó— sería la habitación del clérigo.
La madera se quejó bajo sus pies. Fue un sonido lúgubre, de profanación y sorpresa. Llegó hasta el único banco que quedaba y miró el púlpito. ¿Qué hacía allí? De los vitrales quedaba un hueco oscuro, como del caserío.
Pensó en su padre y la decisión de recorrer los mismos kilómetros por caminos intransitables. Se preguntó por qué había entrado primero a la capilla si era escéptica por naturaleza. Quizás buscaba algún indicio de aquel viaje que nunca entendió pero que él necesitó para amigarse con sus fantasmas.
Salió a la calle. Enfrente estaba el almacén de ramos generales. Su casa. Levantó la cámara. Una, dos fotos. A la izquierda la estación del tren. A la derecha, la tierra plana contra el horizonte. Y ella en el medio. Todavía dolía el velorio, las lágrimas de su madre, el estupor de su hermana, la muerte y la sorpresa de su vigencia.
¿Hacia dónde ir? Eligió el lugar donde dio sus primeros pasos. No tenía techo y los pastos lo cubrían todo. No había nada familiar y se estremeció. Se sintió ridícula, parada sobre los despojos de un mundo que intentaba recordar con desesperación.
En uno de los rincones de la galería había un macetero de cemento ovalado. Una vaga imagen de haberse apoyado en él para no caerse se le cruzó por la mente. ¿Memorias del cuerpo? Podía sentir la rugosidad del material sobre sus dedos. ¿O era la necesidad de aferrarse a algo? Prefirió asirse al pantallazo pero nada más llegó. Lo miró desde la lente. Y disparó.
Volvió a los restos de la avenida que ahora era una senda ancha con canteros rotos. “Vane 88”, leyó en uno. Restos de un fogón, botellas rotas, una que otra colilla. El santuario de alguien. No había adoquines. Solo la gramilla que sobrevivía entre la arena.
Miró la planicie al fondo. Todavía con el dolor de la pérdida, descubrió el manuscrito de su padre cuando ordenaba su escritorio. El porvenir es una ilusión, rezaba. Estaba sin terminar y era un tributo al poblado, a una época, un esbozo de amistad. Tenía notas en los márgenes, signos de interrogación, tachones, notas al pie.
Se lo devoró en una noche y no pudo quitarse de encima una sensación trunca de algo quebrado, como el silencio de la pampa por el lamento de las aves. Quizás por eso regresó al caserío, con la esperanza de reencontrarse con él y buscar respuestas.
Hasta ahora nada. Solo el presentimiento de que no había sido la mejor de las ideas. Se vio parada en el borde de un mundo que había desaparecido, que intentaba develar a través de una lente y sintió pena. Había muchas maneras de huir del dolor.
Tomó fotos mecánicamente. La estación del tren, el cartel de sala de espera, la vía sin durmientes. Restos de casas. Más llanura. Entrevió el cementerio pero no quiso acercarse. Ya cargaba con una muerte. La que importaba.
¿Nos queda algo de los que se van? ¿Se entierran los cuerpos y los recuerdos? Pensó en el macetero, la presión sobre sus dedos. ¿Es una forma de diálogo con quiénes no están?
Revisaba las fotos en el visor de la cámara cuando vio la figura sentada en el andén. No necesitó ampliarla para reconocer su pelo ensortijado, esa expresión entre ausente y a punto de estallar que dejaba traslucir cuando preparaba sus clases. ¿Había venido a despedirse? ¿O nunca había huido de El Porvenir?
Intuyó que si levantaba la vista no lo encontraría en la estación. O sí. Respiró profundo y se dejó enamorar por el aroma de los pastos. Unas nubes densas taparon el sol y oscurecieron la tarde.

(Disparador de la novela en la que trabajo. El texto está incluido en “Alivio contra la ferocidad”, libro que podés descargar gratis, acá. 

Nota: si bien este libro es gratis porque la intención es la circulación de la palabra en tiempos de ferocidad, no dudes en apoyar a las editoriales que hacen lo posible por sobrevivir en Argentina.

Según una nota publicada hoy por el diario Página/12, un informe de la Cámara Argentina del Libro muestra que las ventas cayeron entre un 25 y 35 por ciento desde el 2015, con tiradas que fueron reducidas a la mitad y caídas de las ventas en un 35%. Además se perdieron un 20 por ciento del empleo en editoriales y cinco mil puestos en la industria de impresión.