La comunión de ciertas palabras

Despertó y supo que había soñado con ella. No recordaba nada, si la sensación de una visita cálida. Quizás era la oscuridad o solo la respiración pausada, la calma y tranquilidad que deja un roce en la cabeza, el silencio de algunos días.

Intentó recordar alguna imagen. Imposible.

El ronroneo terminó de espantar las posibilidades. Trató de habituar los ojos a la penumbra. Había amanecido pero el sol no acudía a la cita.

Los primeros fríos de otoño y el dolor en los huesos.

El teléfono y la notificación. Abu, voy en camino, leyó. Camila, su visita de los jueves para desandar la soledad.

Sobre la mesa de luz, abierto y dado vuelta, Almudena: «Si hubiera escuchado aquellas palabras en un cine, en un teatro, en cualquier sala cerrada y repleta de gente, cabezas anónimas asintiendo en silencio, muy lejos del estrado, quizás habrían podido convencerme, pero nunca me habrían conmovido tanto como me conmovieron aquella tarde, en la cocina de mi casa, mientras una ternura inmensa, desconocida, me invadía poco a poco y siempre un poco más, como invaden la arena las olas del océano, al contemplar los rostros serios, decididos, de aquellos chicos tan jóvenes, tan pobres, tan serenos en el instante de cargar con la Historia, de echársela a la espalda como uno más de los incontables fardos que habían llevado a cuestas desde que sus madres los echaron al mundo, para que empezaran a sostener con sus hombros un mundo que era de otros.

—¿Qué somos? ¿Qué fueron nuestros padres? ¿Y nuestros abuelos? —y casi pude verles cuando eran niños, jugando al corro, mal abrigados, peor calzados, muy delgados, muy sucios—. No fueron más que mulos, criados, bestias de carga, eso fueron ellos y así nacimos nosotros, personas sólo de nombre. Somos los que nunca tuvieron nada pero ahora tienen una oportunidad —y aquellas lágrimas prestadas, misteriosas, de repente viejas, cobraron vida y sentido al rebasar por fin la frontera de mis párpados—. No es más que eso, una oportunidad, y parece poco, pero es más de lo que hemos tenido nunca».(*)

Sonrió.

Se levantó despacio, desperezando la mañana. Puso la pava en el fuego y fue por las hojas de menta. Estas pibas que no toman mate, refunfuñó. Intentó recordar el fragmento, se lo leería entre tostadas con dulce casero, para desbaratar los discursos de una libertad que avanza con violencia y rugidos misóginos.

Volvió a la lectura, la comunión de ciertas palabras como contrapeso al franquismo, la recuperación de voces y gestos ante la desolación, una defensa obstinada de la dignidad a pesar de un horizonte con nubarrones oscuros.

(*) Inés y la alegría, Almudena Grandes, novela, edición digital.

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