Volver a creer es una guerra

En cuanto a la felicidad, la felicidad verdadera, la felicidad no adulterada… trató de pensar en la última vez que había sido feliz, pero lo único que recordó fue la mano de su padre sobre su cabeza. El mundo era tan armonioso entonces. Había un cielo y había un infierno y había un camino infalible para pasar de uno a otro. Él tenía todas las respuestas, tenía las llaves del reino: de los reinos, porque eran tres. La Oscuridad Exterior le respiraba en la nuca pero él jamás se dejaría tentar, a menos que renegara de lo que sabía. Pero después renegó de lo que sabía. Mejor no haber sabido nunca antes que saber y renunciar: eso era imperdonable. Ese era el pecado imposible de perdonar.

Trató de encontrar el camino de regreso, pero si creer es una batalla cuesta arriba, volver a creer es una guerra: fuego cruzado de mosquetes y bayonetas sedientos de sangre.

Del cuento, “La amputada”, en el libro “El cielo de los animales”, de David James Poissant.

Llueve (o el tiempo de la escritura)

Llueve. El agua cae monótona y relajante. No se compara con las imitaciones que se encuentran en Internet. Lo comprobaste hace instantes, con el celular afuera registrando los sonidos del agua.

Llueve adentro también, se podría equiparar al silencio. La titánica tarea de enfrentarse a una hoja en blanco que te gana por goleada desde hace tiempo. Quizás no hay nada que escribir y eso también sea una forma de escritura.

Escarbás en el texto, empecinado en salvarlo.

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XIII — Hilario, El Porvenir

Hilario miró el cielo. Un famélico celeste se escondía detrás de las ondulaciones del terreno y sus pastos verdes mientras el caballo se detenía, como si supiese que quería disfrutar del paisaje. Él conocía de memoria esa tierra y sus curvas. Leguas de llanura detrás y en el horizonte las cruces. La bienvenida previa a la Colonia, si uno se adentraba desde el campo y no venía por las rutas conocidas.

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Quizás confiamos en que alguien sea capaz de escuchar los silencios

La verdad para cualquiera es algo muy complejo. Para un escritor, lo que se deja fuera dice tanto como las cosas que se incluyen. ¿Qué hay más allá de los márgenes del texto? El fotógrafo encuadra la foto; los escritores encuadran su mundo.

La señora Winterson protestó por lo que había incluido en mi libro, pero me parecía que el verdadero motivo de su enfado era lo que se había dejado fuera. Hay muchas cosas que no podemos decir porque son dolorosas. Confiamos en que las cosas que podemos decir suavicen el resto, o lo mitiguen en cierto sentido. Las historias son compensatorias. El mundo es injusto, inicuo, inescrutable, incontrolable.

Cuando contamos una historia ejercemos el control, pero de tal modo que dejamos un hueco, una apertura. Es una versión, pero nunca la definitiva. Y quizá confiamos en que alguien sea capaz de escuchar los silencios y la historia pueda continuar, ser contada una y otra vez.

Cuando escribimos ofrecemos el silencio tanto como la historia. Las palabras son esa parte de silencio que se puede expresar.

(De «La cuna equivocada», en ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal, de Jeanette Winterson, edición digital).

Imagen de Gerhard Bögner en Pixabay

Sobre territorios borrosos

El tiempo se desgarra. ¿Dónde reencontrar los territorios borrosos de la infancia? ¿Los soles elípticos coagulados en el espacio negro? ¿Dónde reencontrar el camino volcado en el vacío? Las estaciones han perdido su significado. ¿Mañana, ayer, qué quieren decir esas palabras? No existe sino el presente. Unas veces, nieva. Otras, llueve. Luego hay sol, viento. Todo eso es ahora. Eso no ha sido, no será. Eso es. Siempre. De una vez. Porque las cosas viven en mí y no en el tiempo. Y, en mí, todo es presente.

Ayer, de Agota Kristof. Edición digital.

Las palabras y los días

Drive my car, de Ryūsuke Hamaguchi, captura de pantalla.

Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso y la combinación de palabras como arma letal. No las palabras, pero sí su sintaxis(*), la atracción de arrimarse o repelerse, según los días.

Llueve, abrir las ventanas y renovar el ambiente. Música de jazz.

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Deambular

El viento helado le corta las mejillas y se abrocha la campera. Desbloquea el teléfono sin pensar y recorre la modesta agenda telefónica. Su cara, su sonrisa más bien como primer contacto.

¿Que estás escribiendo, recordó. “La lista del súper, faltan un par de cosas”. Pucha, yo pensé que era un poema para mí. Su beso furtivo, preludio de.

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Canta las cosas que penetran al corazón

CANTO

Tú no cantes
no cantes a las flores de cerezo
ni a las alas de las libélulas
no cantes al murmullo del aire
ni al aroma del cabello de las mujeres.

Niégate
todas las cosas débiles
todas las cosas frágiles
todas las cosas melancólicas.

Rechaza
todas las cosas sentimentales
y canta con franqueza
lo que piensas
lo que llena nuestro estómago.

Canta las cosas que penetran al corazón
canta un canto que aúlle cuando lo destrocen
un canto que brote desde el fondo del agravio.

Estos cantos
cántalos valerosamente con una melodía severa.

Estos cantos
clávalos con martillo en el corazón de la gente.

SHIGUEHARU NAKANO (FUKUI, JAPÓN, 1902-1979)

De origen campesino. Ingresó en 1924 en la facultad de letras alemanas de la Universidad de Tokio. En 1926 publicó la revista Roba (El asno), en colaboración con otros jóvenes poetas. Organizó un grupo literario marxista con estudiantes universitarios, llamado Sociedad de Estudios sobre el Arte Marxista, el que se unió más tarde a la Federación de Arte Literario Proletario del Japón, cuya revista fue Bunguei Sensen (Frente de Arte Literario). Nakano tuvo participación decisiva en la elaboración de la teoría de lo que en el Japón se conoce como literatura proletaria, movimiento surgido en 1921, y destrozado en 1932 por el gobierno ultranacionalista japonés. En su obra concilia el lirismo y lo ideológico. Se considera la máxima representación de la poesía marxista del Japón. Sufrió cárcel y censura.

(Extraído de Antología de la poesía moderna del Japón, 1868-1945.)
AA. VV., 2010. Traducción y selección: Atsuko Tanabe.

Imagen: Pixabay.

Cosas perdidas

Foto: NASA en Pixabay.

Quizá todas las cosas ya estén perdidas de antemano secretamente en algún lugar remoto. Al menos existe un lugar tranquilo donde todas las cosas van fundiéndose, unas sobre otras, hasta conformar una única imagen. A medida que vamos viviendo no hacemos más que descubrir, una tras otra, como si tirásemos de un hilo muy fino, esas coincidencias. Cerré los ojos e intenté recordar el mayor número de cosas bellas perdidas. Intenté retenerlas en mi mano. Aunque sólo fuera un instante.

Haruki Murakami, en “Sputnik, mi amor”

El monte y el río

En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.

Ven conmigo.

La noche al monte sube.
El hambre baja al río.

Ven conmigo.

Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.

Ven conmigo.

No sé, pero me llaman
y me dicen: «Sufrimos».

Ven conmigo.

Y me dicen: «Tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,
con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo».

Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.

Del libro Los versos del capitán, de Pablo Neruda.