La casa de arena

Los amantes, de René Magritte.

El viejo está sentado en la vereda. Con las manos apoyadas en su bastón mira hacia la calle. Tiene la camisa desprendida que se abulta a la altura de la panza, a punto de explotar. Se rasca la mandíbula y bosteza, colorado por el calor.

Alguien me empuja. Disculpas, balbucea. Muevo la cabeza hacia abajo como respuesta. ¿Qué voy a cocinar? No importa. Me aferro a la frescura del hogar, el repliegue necesario para sobrevivir.

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Tus anotaciones en la libreta

Foto: Pixabay.

Ordenaba unos papeles cuando se topó con la vieja libreta. La hojeó y recuperó apuntes, versos, trazos despatarrados.

En una de las páginas estaba su letra. Una lista intrascendente, trivial. Eso que dijiste (código secreto para los anticonceptivos) como prioridad.

Sonrió.

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El vuelo 3142


Foto de paisaje urbano creado por wirestock – www.freepik.es.

Entró al bar con una solera que desnudaba unos hombros perfectos. Aros pequeños en forma de corazón, un brillo manso en la mirada. Era de ensueño. Se acodó en la barra y pidió una copa de vino.

—¿Mientras lo esperamos?

—Mientras lo recuerdo —dijo y mi sonrisa quedó trunca. Levantó las cejas para alejar mi incomodidad y un pedido desde el otro extremo me sacó del apuro. Serví el trago y la miré de reojo. Ella bebía sorbos pequeños, humedeciéndose los labios.

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La tecla del punto

Imagen modificada de Pixabay.

La tecla del punto se mueve inquieta en el teclado. No sé si es que pide a gritos una pausa. O que faltan pausas. Pero me mira. Nos estudiamos como dos jugadores de naipes que juegan sus últimas cartas. De redención o bancarrota.

La tecla del punto se mueve inquieta en el teclado. Algo quiere contarme. Y espero. Solo espero, como el viejo sentado en la vereda. Él habla por sus arrugas, la mirada mansa, las manos sobre el bastón, el perro a sus pies. Les sonrío al pasar y él devuelve el saludo, entornando los párpados.

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Alivio contra la ferocidad

Los veo siempre. Ella más joven, no sé si llega a los veinte años.

Él, unos diez más. Ambos limpian vidrios en la colectora de la ruta.

A pesar de la negativa generalizada no pierden la sonrisa. De tanto en tanto la piba lo llama y le estampa un beso, acaso la energía necesaria para volver a enfrentarse a la jauría de autos polarizados.

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Recordatorio a Sergio Ávalos

En 2017, el dramaturgo Alejandro Finzi realizó un taller literario en la Universidad Nacional del Comahue y la propuesta final de trabajo, fue la producción de textos en homenaje al estudiante Sergio Ávalos.

Sergio estudiaba en la Facultad de Economía y Administración y el 14 de junio del año 2003 fue a bailar al boliche “Las Palmas”. Alrededor de las 3 de la mañana, fue la última vez que se supo de él. Su caso es emblemático en Neuquén, porque nunca hubo una respuesta de las instituciones del Estado sobre quiénes desaparecieron a Sergio.

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Aparecido

Oigo el mugido en la lejanía. Casi puedo sentir el olor de la llanura a mis espaldas. Pero no quiero darme vuelta. ¿El campo seguirá con su verde de verano? Amanece. O casi. La belleza era un cielo anaranjado en el medio de la pampa.

Un gato ingresa por la puerta rota. Bueno, por el hueco en donde alguna vez hubo una puerta. Las paredes se quejan, el viento mueve un resto de vajilla y el tintineo quiebra el silencio. Todavía hay huellas de los saqueadores. Saquean la esperanza, la memoria, las palabras.

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La Salina

Crédito de la imagen

La planicie era eterna. La tierra se unía al cielo en el horizonte y provocaba la angustia de don Álvaro Díaz, comerciante y mercenario por vocación, súbdito de la Corona por conveniencia y cristiano militante, a la hora de imaginar un futuro venturoso en una tierra indómita.

Sus hombres marchaban en silencio. Habían callado desde que dejaran atrás la última colonia española y padecían resignados el sol de diciembre. Los más osados murmuraban. Murmullos de motín contra la insensatez del colonizador. La mayoría dejaba oír un silencio resignado, de cordero rumbo al matadero.

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