Por qué escribir

I

Para vivir por un rato la vida de otro.

Para recordar.

Para emocionarse (y sí, por qué no)

Para (di) (ver)tirse. Y crear. Y creer.

Para sostener la esperanza, diría Santoro.

Para no olvidar y recoger astillas.

Un jugador empedernido condenado al fracaso: no es lo que quería decir pero se arrima, como en las bochas. Bueno, más o menos.

Por lo que quieras.

Pero escribir.


II

«…Entonces le pregunto por qué escribir.

Para acordarte, me dice. Tenés treinta. Sos un pibe. No sabés de qué hablo. Acordarse.

Acordarse, repito.

De lo que viviste, de quién sos.

Cuando se pierde la memoria, dice, uno está perdido.

Mi padre camina con torpeza, rengueando, y habla con dificultad. Quién soy, me pregunto. Uno es el que fue o el que imagina que fue en función del que es ahora acomodando la memoria, para tranquilizar el presente.

Una mañana, mientras mi padre espera un colectivo, un Falcon verde frena en la parada. Cuatro tipos secuestran a una chica. Mi padre forcejea con ellos. Uno de los tipos lo golpea con una pistola. Mientras la cargan en el auto, la chica grita un teléfono. Mi padre vuelve a casa llorando.

Olvidó el número».

(Saccomanno, Guillermo, El pibe, Bs As, Planeta, 2006, pp-154-155)


III

ESCRIBIR. Señuelos, debates y callejones sin salida a los que da lugar el deseo de “expresar” el sentimiento amoroso en una “creación” (especialmente de escritura).

5. Saber que no se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura.

(Barthes, Roland, «Fragmento de un discurso amoroso», 1ed. (especial), Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2014, pp.135)

La voz en el aire

“Murió”. Cinco letras en un mensaje de texto. Para qué más. Instantes después llega el flash informativo desde la radio. El sonido lacera el aire, se cuela en la habitación teñida de ocres y la vista se nubla por un instante. Entonces ella gime y ambas entrecruzan miradas. Una tímida sonrisa mientras enrosca su manito en el dedo meñique de su madre.

Se escucha la respiración del movilero, que intenta ponerle palabras a lo incomprensible, como si la muerte tuviera algún sentido. Pero no lo tiene. Mientras amamanta a la bebé, toma el celular, necesita contárselo a alguien. “Lo acabo de escuchar ”, apunta él bajo la misma pena. “Llego en un rato, besos a la gordita”, agrega.

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Cuídese, hay muchos locos en la ruta

Lo primero que vi fue la botella plástica con agua y detergente. Luego la mochila. No eran más de las siete de la mañana.

La voz me sorprendió. “Pensé que ibas a cerrar la ventanilla, no quise asustarte”, dice. “No te preocupes”, repliqué.

“Gracias. Vivo en situación de calle y trato de darle para adelante. ¿Sabés que mucha gente mira para otro lado cuando me acerco? Apenas me ven, se hacen los que consultan el celular, o me dan vuelta la cara, como si fuera a robarles. Si pensara eso, no estaría trabajando”, argumenta y me muestra la escobilla.

“Otras veces levantan el vidrio y miran para adelante, como si no existiera o no estuviera acá. Cuídese y que tenga un buen día, hay muchos locos en la ruta”.

(Palabras más, palabras menos, lunes 13 de marzo).

Y me recordó a otro texto:

Alivio contra la ferocidad – Con letra propia

La guerra y la poesía

Se trata de superar el instante en que parece imposible. No es tarea fácil, ya lo vislumbro al teclear las primeras palabras y la pava que avisa que ya es tiempo.

¿Loros? Sí, Más de uno en el peral. Temo por mis cazadores de jardín y los espanto. Los veo alejarse. Tres que desaparecen bajo los techos vecinos.

El silencio de lo posible en las mañanas de domingo.

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Una puntada en la costura

Lo despertó la angustia de un sueño. No pudo recordarlo, pero quedaba el sabor del desamparo, la nada, la atmósfera aciaga de la oscuridad.

Entonces recordó la pulsera. De hilo, con un tono más claro a su piel marrón. ¿La mano era de mujer?

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Viene y se va

“Viene y se va”, musita. Percibo su mirada perdida en un laberinto sin respuestas y que navega por una representación inaccesible. A veces, retoma un hilo con lo real. “¿Vos manejás, no?”. Asiento y le convido un mate, acaso el atajo para tender un puente.

“No entiendo cómo pasó todo tan rápido”. Cómo decirle que está bien la sorpresa, que las arrugas señalan el paso del tiempo. Me mira como si adivinase lo que estoy pensando.

“¿Vos quién sos?”. Acordate, hay una desconexión con lo real, repasé.

“¿Otra vez dulce?, hacelo amargo, qué estás esperando, si así lo tomé siempre”.

Bueno, no le pongo más azúcar, atino como respuesta a su vida de infusiones dulces.

“Si el círculo se cierra, estás frito”.

No es mi mejor cebada. No sé si es el agua o la imposibilidad de comunicarnos que parece no cejar hasta el último instante. Le tiendo otro mate. Lo toma despacio. “No quiero más. Está amargo”.

Calla.

La parra nos protege de un día que se adivina sofocante.

(Imagen de Carabo en Pixabay).

Enero y sus lecturas

Enero y sus anotaciones. Primeras lecturas. Ernaux por dos, Henry Miller, Morábito y su Idioma materno, una suerte de reposo o mantra.

Saer y esta cita:

Hay como una fiebre que se ha apoderado de la ciudad, por encima de su cabeza —y ella no lo nota— en este terrible enero. Pero es una fiebre sorda, recóndita, subterránea, estacionaria, penetrante, como la luz de ceniza que envuelve desde el cielo la ciudad gris en un círculo mórbido de claridad condensada.


Sombras sobre vidrio esmerilado, del libro Fuera de lugar, en Cuentos Completos, edición digital.
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Llueve (o el tiempo de la escritura)

Llueve. El agua cae monótona y relajante. No se compara con las imitaciones que se encuentran en Internet. Lo comprobaste hace instantes, con el celular afuera registrando los sonidos del agua.

Llueve adentro también, se podría equiparar al silencio. La titánica tarea de enfrentarse a una hoja en blanco que te gana por goleada desde hace tiempo. Quizás no hay nada que escribir y eso también sea una forma de escritura.

Escarbás en el texto, empecinado en salvarlo.

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XIII — Hilario, El Porvenir

Hilario miró el cielo. Un famélico celeste se escondía detrás de las ondulaciones del terreno y sus pastos verdes mientras el caballo se detenía, como si supiese que quería disfrutar del paisaje. Él conocía de memoria esa tierra y sus curvas. Leguas de llanura detrás y en el horizonte las cruces. La bienvenida previa a la Colonia, si uno se adentraba desde el campo y no venía por las rutas conocidas.

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