Aparecido

Oigo el mugido en la lejanía. Casi puedo sentir el olor de la llanura a mis espaldas. Pero no quiero darme vuelta. ¿El campo seguirá con su verde de verano? Amanece. O casi. La belleza era un cielo anaranjado en el medio de la pampa.

Un gato ingresa por la puerta rota. Bueno, por el hueco en donde alguna vez hubo una puerta. Las paredes se quejan, el viento mueve un resto de vajilla y el tintineo quiebra el silencio. Todavía hay huellas de los saqueadores. Saquean la esperanza, la memoria, las palabras.

¿Qué hago aquí?; ¿Por quién fui convocado?

El calendario quebrado de los recuerdos. Vuelvo a escuchar el mugido. Fácil tentación la de evocar el pasado: un campo inmenso, el aroma de los eucaliptos, una tranquera abierta, el disco de arado pintado con mi nombre y el egoísmo de la muerte, con toda una vida por delante.

No quiero darme vuelta. Sé de las casas abandonadas y la estación con su andén polvoriento. Lo he recorrido en otras oportunidades. Otro mugido. Es imposible que todavía haya vacas en este desierto. “Casi como mi presencia”, pienso y maldigo al demiurgo de citas reeditadas.

Oigo tus pasos. Inconfundibles, no hay otro andar igual. Regresaste. Otra vez, no había necesidad, aunque puedo entender el ritual de no profanar los recuerdos. La inutilidad y el peso de ciertas fechas.

Sé que tomarás un resto del florero destrozado y encenderás una vela. Pero no nos quedemos aquí. Tampoco estoy en los despojos de esta casa. Vamos afuera, que está amaneciendo y el sol tiñe de naranja la laguna. ¿Ves? Por fin nos entendemos.

Otra vez el mugido. ¿Por qué me mirás? ¿Y esa sonrisa? Si no podés verme. La devuelvo y por un instante lo creo posible. Las nubes anaranjadas son el preludio de una mañana única.

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