Los veo siempre. Ella más joven, no sé si llega a los veinte años.
Él, unos diez más. Ambos limpian vidrios en la colectora de la ruta.
A pesar de la negativa generalizada no pierden la sonrisa. De tanto en tanto la piba lo llama y le estampa un beso, acaso la energía necesaria para volver a enfrentarse a la jauría de autos polarizados.
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