Un día decidí entrar al santuario de papá. Había pasado demasiado tiempo, el mismo que me costó darme cuenta que me despertaba y él no estaba trabajando en su estudio. Ni que había sonidos de teclas o música clásica en un volumen muy bajo.
Sé que fue un sábado, muy temprano. Grisáceo, encapotado. No podía ser de otra manera. Mamá y la Colo dormían. Atravesé la puerta y me estremecí. Seguía ahí. O por lo menos me pareció sentir su presencia, ese almizcle entre yerba y su perfume que se confundía con el olor a papel de los libros de variados tamaños y colores. Nuevos y viejos, con el lapicero, la libreta, el diccionario de la RAE a un costado y las foto de las tres en el otro.
El teclado tenía polvo, una capa blanquecina que se esparcía y contrastaba con el negro. Pasé el índice entre las teclas de las funciones y encendí el monitor. Un gesto mecánico, sin pensar, porque si pensaba, cerraba la puerta y me iba de su estudio. Mientras la computadora se iniciaba, tomé un mate. El procesador hacía ruido, sorprendido por mi intromisión.
¿Había soñado con él?; ¿estaba cometiendo un sacrilegio?; ¿se enojarían mamá y la Colo? No estaba segura, no importaba tanto. Debía estar ahí. Abrí la pequeña ventana y dejé que el aire lo invadiera todo, despejara mis dudas. Y también se llevara su olor. Cerré los ojos. Era necesario y lo sabía.
De fondo de escritorio, una vía del tren. La reconocí enseguida. Cubierta de yuyos. Dos o tres íconos, uno del procesador de texto y unos cuantos accesos directos: Clases, Varios, Novela, Fotos, Música, Mis Documentos.
Abrí el reproductor. Sonaba algo de música clásica. Un ligero temblor, lo último que había escuchado. No. Busqué en el explorador y elegí algo más apropiado. Conocido, para ser sincera.
La voz me tranquilizó.
Detrás de mí la biblioteca, sus rumores. Puse el CD virgen en la grabadora y comencé a hacer un respaldo de sus archivos. Haría dos o tres copias, porque chica prevenida… comencé a arrastrar las carpetas, sin detenerme a leer nada. Sabía que si lo hacía podría frustrarlo todo, apagar el equipo, dejarlo como estaba y chapotear en una melancolía rastrera, casi enfermiza.
Mientras la barra del software de la grabadora avanzaba, el nombre me sorprendió. Me fijé el directorio: Novela. Seguí copiando archivos. Cuando no quedaba más espació, realicé la copia. Dos veces, por las dudas.
No me atreví a descartar su música. Sí la agrupé en una carpeta y la dejé en el disco. Llegué a las fotos y me detuve en las familiares. Me sorprendí con una en la playa. Era yo, muy pequeña. Miraba el mar. Llevaba un gorro playero blanco y estaba con un baldecito a mi lado. No estaba segura, pero esa foto quería contarme algo. O era el sábado nomás.
En otra, mamá nos sostenía a la Colo y a mí a caballito mientras le gritábamos a la cámara. Era del verano anterior. La puse de fondo de escritorio. Dos copias más y el respaldo estaba terminado. Por la ventana, las nubes habían cedido ante el sol. Unos rayos débiles que batallaban por quedarse.
Fue cuando recordé el nombre y me aferré a él, como nos aferramos a las cosas que no podemos soltar. Era preciso, golpeaba donde debía, para lo que me atravesaba y atravesábamos, Abrí el texto que decía Borrador final y leí varias páginas, no podía detenerme. Lo cerré. Debía imprimirlo y compartirlo con todas.
Y pensar a ciencia y verdad nuestro porvenir, ¿será como lo imagino o será un mundo feliz?, oí. Respiré profundo. Una, dos veces. El mate estaba frío y era tiempo de ensillarlo.
Entonces la vi a mamá, parada contra el marco de la puerta. No sé desde cuando estaba ahí.
—Esperaba que alguien hiciera esto. Yo no podía —me dijo con los ojos húmedos. Nos abrazamos.
—Arreglo el mate y seguimos, ¿querés? Hay algo que quiero mostrarte.
Asintió.
(Adelanto de la novela inédita «Lo que queda», que viene a cerrar un ciclo narrativo que se inició en «El porvenir es una ilusión».
Excusa perfecta para inaugurar esta página web. Bienvenidos y Bienvenidas.
Dejo también, generosa reseña de Gerardo Burton en Va con firma
Excelente adelanto! Espero pronto la novela!
cuando queremos saber más, es que va bien!
Hola. Me gustó mucho. Ana y yo (el lector) compartimos algo en común: leímos un poco del texto y no pudimos detenernos. ¡Éxitos!
Gracias por los comentarios y bienvenid@s