Qué cuenta “Lo que queda”

Tapa de «Lo que queda».

Lo que queda es una historia de pérdidas. Personales y colectivas. Es mi tercera novela, una suerte de continuación de El porvenir es una ilusión, diez años después. Si leíste el libro anterior, reconocerás a los personajes. Y si no, no importa. Las historias pueden leerse de manera independiente.

Una familia transita el dolor de lo irreparable y busca volver a empezar, mientras afuera, un mundo desmembrado, fragmentario y egoísta parece devorarlo todo. Y de algún modo, esa pérdida está emparentadas con otras, colectivas y sociales.

Si me preguntás, creo que no es una novela pesimista, hay un atisbo ingenuo de esperanza cuando no queda nada. Y aferrarse a ello -a veces- puede ser lo que marca la diferencia, con apuestas a trinos por las mañanas y una “trabajosa cartografía de los recuerdos”.

(Capítulo XXI – Claudia, pájaro que canta, fragmento).

“Ignoro cuando apareció. Pero me despierta muy temprano. Cantos melodiosos, discontinuos, antojadizos. Minutos de trinos al mundo. En algún momento hace una pausa y replica, para dejarse vencer por el silencio. Es lo primero que oigo a la mañana y alivia la pérdida, deja atrás el chapoteo barroso de las preguntas, tu hueco en mi cama.

Escucho su melodía, su canción casi alborozada, como si le fuera indispensable cantar en mi ventana.

No lo he visto, pero lo imagino multicolor, un saludo vivaz al mundo.

A veces regresa cuando deambulo por la casa, quizás para cerciorarse que estoy despierta, que alejé pensamientos aciagos y que mi dialogo con vos ya no es en términos de reproches y preguntas, sino de anécdotas, de puesta común, hasta de sonrisas.

Pájaro que canta y sostiene un relato de la pérdida, que busca tener a raya un dolor que no inmovilice, que se permita otras palabras. Alborea una esperanza ingenua. Suficiente para mí”.

Más allá de la esperanza, hay escenarios que uno a repasa con el tamiz del tiempo como la llanura, malones fantasmales, la militancia política. “Toda la literatura que yo escribo es realidad. Porque yo he visto que la realidad -y vuelvo a repetir algo que es muy repetido pero lo repito- la realidad tiene mucha más fantasía que cualquier fantasía, y eso lo he notado. Entonces, describo todas esas fantasías que uno ha vivido”, señaló Bayer alguna vez en una entrevista.

V
Alguien pide un café. De algún modo terminé en el bar frente a la Universidad. Extraño lugar para escribir, al menos para mí.

Los canales reproducen el caos en el tránsito, banderas que cortan las calles, los encapuchados, no las necesidades. Quedarse en lo aparente. «Dilucidar conlleva un esfuerzo mayor y la vida diaria no te deja. No es fácil, ahí entramos los militantes», decía el Negro. Otro bar, otros tiempos, también la Universidad, pero de La Plata.

Se lo extraña. No sé que pensaría de mi novela terminada, la que cuenta su vida y la revolución que no fue. No puedo dejar de pensar en los jóvenes que siguen poniendo el cuerpo y los muertos. Desde siempre.

«Esta desesperanza que no se quita», recordé. Pintado con una brocha negra en la barriada de Sergio y Marina, donde las cloacas corren por las calles y los pibes hacen barquitos de papel, hasta que las madres se dan cuenta y los retan. Si es que tienen tiempo.

La trampa de una situación que parece natural. «A nadie le toca esto». El Negro, otra charla en otra casa, bajo una foco de cuarenta y cinco voltios. Caras cansadas, changarines, albañiles y amas de casa. El mate y el pan casero que circulaba de mano en mano. Algunos asentimientos a pesar de la desconfianza.

Intifada de la desesperanza, donde todo es posible y las mujeres empujan a sus hombres a no caerse, a no darse el lujo de la botella, que hay mocosos y mocosas que alimentar. Porque de esa cloaca hay que salir. La lucha será de ellas. De las mismas que ahora cortan calles y reclaman por las mentiras de los funcionarios. Aplastar el desánimo como proclama. Imprescindible. Para quitar este dolor en el pecho.

Luego del punto final, el nido vacío. Uno de mis gatos me saluda rozándome las piernas. “Nosotros seguimos acá, para tu tranquilidad”. Agradezco el gesto, sobre todo viniendo de una cabezota negra y de ojos amarillos que utiliza la casa de paso, mientras pugna por transformarse en el rey de la cuadra. Un descarado que hace lo que quiere, quizás como un texto, “que uno empieza por donde puede”, diría Betina González, y luego impone su ritmo, tratando de no naufragar, alcanzar un puerto seguro.

Lo concreto es que Lo que queda llegó a ese puerto y será libro. El agradecimiento a la familia que acompaña esta travesía. También a quienes leyeron alguno de sus borradores y aportaron sugerencias y críticas. Y por supuesto, a Colisión Libros y Cristina Witt, por la confianza, a veces más que la propia.

P.D.: Si querés leer una reseña, acá hay una muy generosa de Gerardo Burton, en Va con firma, que también repasa mis obras anteriores.

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