Sigo suelto, corazón

—Cómo anda poeta, usted que sabe, ¿Me recomienda libros para leer?pregunté.

Y así lo hizo. Con Fede nos vemos menos de lo que debiéramos, pero compartimos lecturas, comentarios y textos. Tenemos en común lo de trabajar en silencio y sin estridencias, si de escribir se trata.

Entre esos libros de poesía, me pasó un inédito:

Quién dijo

Pasé toda la noche mirando estrellas
se me llenaron los ojos de vacío,
el viento traía voces desde la esquina
de los tiempos, las robaba y las hacía
pasear por los viejos armatostes
que va dejando el petróleo.
Subido al techo del viejo tráiler desafío
la ferocidad de las ráfagas,
algo adentro del alma debe haber
necesito sentirme vivo,
arañar está percepción obsoleta
de acero oxidado.

-No hay que ser un muerto para ser fantasma-
eso me decía a mí mismo mientras divagaba
debajo de unos pinos negros y estáticos.
¿Quién dijo que la noche no entra en una mirada?
Todo es un diagrama lleno de posibilidades.

(Del poemario, Barreras en la noche, de Federico Espinosa, poeta neuquino).

Me gusta la poesía de Fede, con muchos libros publicados y otros tantos terminados, según me confió. Como buen poeta, pispea lo cotidiano, para sacudirte de la modorra.

Pasó un cumpleaños más. Nada que festejar. Leyendo poesía, como si los versos pudieran despabilar mi aridez narrativa. A lo mejor, no hay más nada que decir, y lo que se filtra entre mis dedos, es más de lo mismo. O solo se trata de tocar fondo para empezar de nuevo, salir de un pozo que puede ser muy seductor, como le sucede a Okada, en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami.

Regreso a la poesía. Entre los regalos de cumple, Pantano seco, de Silvia Renée Mellado, poeta de Zapala, Neuquén.

sacudite las pulgas 
me dije
dejá los piojos
detrás
sacudite también ese fino polvo que larga loma negra
tus pulmones, tus pezones,
diría yo,
no se han cementado
andate
y volvé
a ver
si todavía escribís

Otro más:

este pueblo produce muchachas enfurecidas
no hay columpios sanos donde hamacarse y
nadie las echa
se van solas a las ciudades
habitan los interiores de las casas
o las calles
para volver a la plaza
de vez en cuando
a mirar las cadenitas oxidadas
con minuciosa atención

Viento. Estamos en Patagonia y septiembre te lo recuerda. No hay que ser un muerto para ser fantasma, dice uno de los versos de Fede. Rodeos para delatar la imposibilidad de escribir. Mientras tanto, leer de manera caótica, como si pudiera encontrar una salida. ¿Un laberinto se elude por arriba?

Si todavía seguís leyendo, afuera es todavía más ominoso: diputados que celebran con un asado el ajuste a jubilados y un Presidente que comparte un video en donde quienes no piensan como él, son zombis, metodología que usó el nazismo para demonizar a quienes piensan distinto. No mejor, afuera, no. O sí, pero preservando la salud.

Como cierre, vamos a torcer este hatajo de pesimismo. En párrafos anteriores, mencioné Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami. Una de sus mejores novelas, junto a Kafka en la orilla. A modo de resumen, en Crónica… se cuenta la historia de Tooru Okada, un hombre que pierde su trabajo y un día su esposa desaparece, disparando experiencias y abriendo la ventana a mundos paralelos para el protagonista.

Okada, mientras busca a su esposa, se sumerge un pozo, adonde los sonidos del exterior no llegan y prima la oscuridad. Hasta que llega el momento de reincorporarse.

«… No todo había ido a caer a las tinieblas. Ahí aún quedaba una cosa preciosa, cálida y bella. Eso estaba ahí. Lo sabía. O quizá yo fuera batido. Quizá me perdiera. Quizá no llegara a ninguna parte. Quizá, por más que luchara, todo se había estropeado hasta un punto que ya no admitía retorno. Quizás yo fuera el único en no darse cuenta de que estaba tratando inútilmente de reavivar unas cenizas heladas. Quizá no hubiera nadie que apostara por mí. «No me importa», dije en voz baja, pero decidida, a quienquiera que estuviese allí. «Yo, como mínimo, tengo algo que esperar, algo que buscar.»

Luego, conteniendo la respiración, agucé el oído. Intenté escuchar una voz tenue que debía de estar allí. Al otro lado del chapoteo del agua, de la música, de las risas de la gente, mi oído captó un débil y mudo eco. Una persona llamaba a otra persona. Una persona buscaba a otra persona. Una voz que no llegaba a ser voz. Con palabras que aún no eran palabras».

Palabras que aún no eran palabras. Me sumo. O aferro. O intento, una suerte de esperanza timadora, como todas. Pero necesaria.

Y en esas palabras que no son palabras, un juego. Entre los regalos, @undiariosensible, imanes sueltos que vamos creando con integrantes de la casa.

Sigo suelto, corazón, la coma incluida. Parece un buen cierre.

Aviso parroquial. También andamos por acá:

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