El día que nunca terminó de encajar

Foto: Pixabay

Abrió los ojos. No necesitó mirar las manecillas fosforescentes para saber la hora. Soltó las imágenes del sueño y se tomó unos minutos, habituándose a la oscuridad, hasta que fue necesario levantarse. Despacio. Para no marearse.

El espejo del baño le devolvió las arrugas y los ojos oscuros, intensos. Todavía.

Continuar leyendo «El día que nunca terminó de encajar»

Todavía

La miríada de excluidos se adosan a la vida cotidiana. Para contrarrestar el desamparo un hombre sin cabeza hace piruetas con un paraguas y una malabarista juega con un sinnúmero de pelotas. Ninguna se cae. Tareas brillantes que requieren de precisión y la noción del tiempo que imponen los semáforos.

Continuar leyendo «Todavía»

Acá y allá

Caminaba abrumado por la noticia cuando levanté la vista y la vi, de pie, cerca de las vías del ferrocarril. Paseaba su perro, como todos los días.

Recorrí los metros que nos separaban y le sonreí, aminorando el paso hasta que quedamos frente a frente. Me miró con la profundidad terrosa de sus pupilas, acercó los dedos hasta sus labios y me sopló un beso, como cuando nos despedíamos en la puerta de su casa, aquel espacio con malvones y plantas recién regadas.

Continuar leyendo «Acá y allá»

Maullidos contra la indolencia

Cinco de la mañana.

Una de mis gatas y su maullido lastimero al mundo. Todos los días a la misma hora, un reclamo que no termino de comprender, aunque basta mirar alrededor para entender su inconformismo.

El cuerpo, sus facturas. Hoy fue indulgente con el dolor.

Sostiene Juan Mattio: «Hace unas semanas leí una frase de Joyce a Nora que me deslumbró: «dime que a mi lado no has visto tu corazón envejecer ni endurecerse». Creo que es la forma de amor más exigente que se pueda concebir: que el amor no envejezca nuestros corazones». Acaso allí apunta la queja de mi gata. «Hay que endurecerse sin perder la ternura», el Che, en la misma sintonía.

Maullidos contra la indolencia, que la empatía no sea una batalla perdida.

Inundar el mundo de revoluciones, pianistas utópicos y minués inconclusos, planteó Soriano.

Demasiado tiempo sin escribir, sin escucharme. Ahí también una queja del cuerpo.

Vibración

Imagen: Pixabay

Tarde.

De voces en la calle. De reencuentros y sinsabores. Tarde propia, tarde de nadie, tarde de todos. Tarde para este texto.

Es probable que cuando leas estas líneas esté muy lejos. Y no es un eufemismo. Ni una metáfora. No sabrás más de mí. Supongo que no te hace falta.

Allá viene el tren. Puedo sentir la vibración bajo mis pies.

Cada mudanza una aventura

Créditos: Twitter.

«El viento es libre en la tierra plana, gobierna a su antojo los pastos, las nubes, los hombres. Si nace con el sol, lleva agua, tormentas y fortunas adversas para sus habitantes.

Cuentan los pampas que Gualichu pierde el sueño y su aliento caliente invade las tolderías, arrastrando la arena que irrita los ojos. A veces libera lágrimas de amores no correspondidos, nostalgia de soles viejos con correrías memoriosas, sudores y aguardiente áspero quemando la garganta.

Es el pampero. El dueño de la tierra, el amigo del desierto que mueve las arenas y obliga a correr los toldos. Cada mudanza es una aventura, la búsqueda de nuevas tierras tiene el sabor del desconcierto, de los caprichos de la llanura y los espíritus silbadores».

(Fragmento de «La tierra plana». La foto es de una tormenta de arena en Metileo, provincia de La Pampa)

La pintura

«La vuelta del malón», Della Valle Angel.

Hacía frío. El viento cortaba la cara y las nubes plomizas parecían devorarse los edificios. Miré el reloj. Quererla era esperarla. Lo había sido desde el primer día.

Delante de mí el edificio oblongo estaba magníficamente iluminado. Destellos azules, que se volvían rojos para mudar al amarillo, desafiando a los bocinazos y las frenadas de los colectivos. Asentí como si pudiera verme cuando su voz en el teléfono dijo que estaba en camino. Colgué y decidí entrar al museo.

Continuar leyendo «La pintura»

El desvío

Foto: Pixabay.

Raúl abrió los ojos. El reloj marcaba las tres y cuarenta y cinco y Estela descansaba con placidez. Se levantó sin hacer ruido y fue a la cocina. En el futón, el gato lo miró sorprendido. «Sí, tenés razón», se excusó. Puso la pava en el fuego y espió por la ventana.

Garuaba. El asfalto brillante insinuó la imagen de su padre; miraba el piso vencido por un derrotero implacable. No siempre aparecía así. A veces —y era la visión que se afanaba por legarle a sus hijos— lo recordaba con la sonrisa desafiante, a prueba de adversidades y sinsentidos.

Continuar leyendo «El desvío»

Muda victoria

Pink Floyd por los auriculares. The Final Cut en repetición continua.

Caminar dejándose llevar, con pensamientos que oscilan entre el lado de acá y el lado de allá. Tablón de por medio, como los personajes de Rayuela.

En algunas de esas caminatas escribirte. O imaginarme hacerlo. Caminar sin necesidad de hogar, la sensación de no ser de ningún lado, de extrañeza ante un mundo que continúa siendo un misterio.

Enterrar sentimientos, por supuesto. No vaya a ser que.

Algo que se atora en la garganta y que no sale. Ni siquiera con palabras.

Una camisa escocesa, los primeros (malos) versos, control de daños para la respiración de los días.

Así resistía. Muda victoria contra las sombras y las faltas.