Descreer. Descreer del mundo equivale a interrogar las formas que lo sustentan.
Hacerlo es una forma de abandono, una renuncia a las ideas universales y la apuesta por una aventura a los límites de la mente.
Descreer, pues, para acceder a la condición de superviviente.
Descreer para que la escritura arribe como un don. (*)
Regresar a ciertas lecturas luego del nido vacío, a la espera de nuevos textos que se ocultan en lo cotidiano y las obsesiones o angustias que nos asaltan de manera recurrente, tamizadas con las andaduras del tiempo.
La buena literatura solo nace de la honestidad de la escritora consigo misma. Por eso creo que mi mejor novela es esta.
— Marina Sanmartín (@masanma) April 15, 2022
Gracias a todos los que, además de leerla, estáis compartiendo en redes vuestra lectura. Sois muchos y nunca me había pasado algo así. Estoy muy, muy contenta. pic.twitter.com/TuNiCJfQJZ
Últimamente pienso en ello. No dejarse seducir por las artimañas conocidas y decir sin ligaduras. Que el autor no eche mano a recursos seguros. Transitar a ciegas, con palabras que sean un salto sin red.
«Escribir como si el acto fuera una carcajada o una expresión armada con silencio. Sé que absolutamente nada cambiará excepto esta página que progresivamente iré ennegreciendo. Esto es una forma de libertad». (*)
Una forma de libertad. O de condena, si la página sigue en blanco.
Escucho un bandoneón. Afuera llueve, un romper monótono de agua contra el techo, el aroma del agua que ingresa por la ventana, que más. Y lo anoto, porque un texto fue en algún momento una libreta vacía. (*), quizás con la esperanza de alguna vez rescatar las anotaciones al margen, miradas tangenciales que revelan un relato incipiente, el que vendrá después de Lo que queda.
(*) Los fragmentos son de Intemperie, de Eduardo Lalo, Buenos Aires, Corregidor, 2016.
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