Caminaba por la vereda y lo vi. No se diferenciaba del resto de los mortales hasta que empezó a oscilar hacia los costados y con movimientos muy lentos, fue deteniéndose, cual títere sin movimiento. Pensé que caería sobre la vereda desmayado. Pero no. Recuperó el equilibrio y se sentó en un cantero, a recuperar fuerzas.
Categoría: Mis textos
Dejar los libros era una manera de regresar
Martín recordó la puerta que había pasado por alto y regresó al comedor. Estaba cerrada. Probó con el manojo de llaves hasta que la cerradura cedió.
La sorpresa fue mayúscula.
Allí, en medio de pampa, había un tesoro impensado. Columnas de libros apilados, que supuso parte de la biblioteca personal de Leandro, descansaban al abrigo de la oscuridad, sorprendidos por su profanación.
El Negro se entretuvo mirando los títulos. Tragedias griegas, las obras completas de Tolstoi, Dante y su Comedia, unos compendios de la historia de la filosofía, ensayos históricos y una gran variedad de textos que recorría buena parte de la Literatura Universal. Se preguntó por qué Leandro no los había llevado consigo. Quizás dejar los libros era una manera de regresar y no despedirse del pasado, aferrarse a la esperanza de un improbable pero no descartado regreso.
A propósito del Día Internacional del Libro y el Derecho de Autor, en Argentina.
Fragmento de «El porvenir es una ilusión», novela publicada por Colisión Libros, Buenos Aires, Argentina.
Malabares en silencio
Pero hay un tipo de silencio que es casi tan fuerte como un grito. Eso fue lo que conseguí. Un silencio a todo mi alrededor, denso y total, oí correr el agua en la cocina. En el exterior, oí el ruido sordo de un periódico doblado al golpear la avenida, y luego el silbar suave, desafinado, del chico que se alejaba otra vez en su bicicleta*
Hasta que el silencio grita.
El almanaque, su dictadura
Mate con cáscara de naranja

“¿Cómo que no creeś? Escuchá, no te miento: mate amargo indiferencia; lavado enemistad; dulce amistad; muy dulce habla con mis padres para pedir mi mano; muy caliente: me muero de amor por vos; frío desprecio…”
—¿Con cáscara de naranja? —me interrumpió.
Continuar leyendo «Mate con cáscara de naranja»Santitos
No suelo promocionar mis libros. No me sale, no está en mí. Creo más en el trabajo silencioso, si es posible constante, premisa que cumplo a medias. Podría enumerar elogios en privado (tu libro ahora ya está en poder de un amigo, porque libros como estos no se quedan en las estanterías. Van en las mochilas, en las carteras, bien apretaditos contra el cuerpo, contra el pecho), me escribió (a propósito de “El porvenir es una ilusión”) un lector y creo que es un gran destino para lo que uno escribe, la circulación de mano en mano, del boca a boca.
También le temo a las poses o figuras de las y los escritores. A veces me gusta definirme como laburante de la palabra que —de paso— incluye a mi oficio diario de trabajador de prensa.
He perdido la urgencia de publicar, una etapa más en este oficio de escribir y lo único concreto es que leo y leo, comparto algunos textos y de tanto en tanto escribo, mientras demoro el cierre de una nueva novela, acaso con demasiadas voces dispersas.
Hoy me desperté y leí unas generosas palabras sobre “Series y Grietas”, obra editada por Colisión Libros y presentada en la Feria Internacional en Buenos Aires, allá por el 2015. De más está decir que agradezco profundamente el comentario.
Fondista
Memoria quebradiza, austera, esquiva, que deja escapar imágenes y olores.
Lecturas silenciosas y voraces, la calma de una mañana cualquiera, previa al sofocón de los recuerdos.
Cartas viejas, textos inconclusos, renuentes, el olvido de tu voz.
La maquinaria forzada y altiva de algunas palabras.
Descreimiento de poses y frases. Más lecturas.
Un poema conmovedor de Chantal Maillard: escribir/como quien muerde un rayo/con los brazos en cruz.
Una llanura que todavía conmueve, el país de los tíos, el continente de las flores y el arenal de la memoria.
Arremangarse y sumergirse en el borrador cual fondista al que le faltan pocos kilómetros y sabe que debe llegar o desfallecer en el intento.
Respirar profundo, recuperar aliento, burlarse de las premisas.
Escribir con la persistencia de la memoria y la tiranía de las palabras.
Imagen: Pixabay
La vela
La botella estaba firme en el medio de la calle. Vacía, impune, de madrugada. La seguí con la mirada y pasé a su lado.
Ladridos de perros. El silencio espeso de la muerte.
En casa, restos de una despedida. Pibes y pibas afuera, el vaho irremediable de las flores, la bronca de una muerte clandestina.
¿Fueron ciertos los coágulos, el dolor, la mirada de la enfermera?
Adentro, mamá sollozaba entre hipos, abrazada por su compañero.
Les pedí que dejaran esto atrás. No me escucharon, no tenían por qué.
Mi hermana apretaba el pañuelo verde y encendía una vela junto a mi foto.
Orden en este caos
Allá lejos y hace tiempo Menem indultaba a los militares y en las calles se repudiaba el perdón. Lanata publicaba una tapa en Página/12. Completamente blanca, solo con el título del diario y un «pirulo» donde decía que el pasado no se podía dejar en blanco y borrar de un plumazo.
Cuba (1952)
Guatemala (1954)
Brasil (1964)
Chile (1973)
Argentina (1976)
Venezuela (2002)
Haití (2004)
Honduras (2009)…
EEUU, patrocinador oficial de golpes de Estado en América Latina desde mediados del siglo XX.— Rubén Sánchez (@RubenSanchezTW) 23 de enero de 2019
Dos medios argentinos me llamaron hoy para hablar de Venezuela y dejaron de hablarme cuando les dije que soy chavista, entre ellos Mitre y el Canal de la Ciudad. Anoten eso en libertad de expresión, ya total que importa querer pasar por encima a un país lleno de civiles.— bruno sgarzini (@brunosgarzini) 23 de enero de 2019
Medidas anticíclicas
El verano no terminaba de asomarse y nos buscábamos entre las sábanas para no acostumbrarnos a las mujeres muertas, la naturalización de la pobreza.
Preguntas ahogadas, gemidos despeinados, reverso del horror que pierde por goleada contra el imperio de las fieras.