La pregunta es cómo perderse

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«Desorientarse en la ciudad […] puede ser muy poco interesante, lo necesario es tener tan solo desconocimiento y nada más —dice el filósofo y ensayista del siglo XX Walter Benjamin—. Mas de verdad perderse en la ciudad —como te puedes perder dentro de un bosque— requiere bien distinto aprendizaje». Perderse: una rendición placentera, como si quedaras envuelto en unos brazos, embelesado, absolutamente absorto en lo presente de tal forma que lo demás se desdibuja. Según la concepción de Benjamin, perderse es estar plenamente presente, y estar plenamente presente es ser capaz de encontrarse sumergido en la incertidumbre y el misterio. Y no es acabar perdido, sino perderse, lo cual implica que se trata de una elección consciente, una rendición voluntaria, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía.

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Que la escritura arribe como un don

Descreer. Descreer del mundo equivale a interrogar las formas que lo sustentan.

Hacerlo es una forma de abandono, una renuncia a las ideas universales y la apuesta por una aventura a los límites de la mente.

Descreer, pues, para acceder a la condición de superviviente.

Descreer para que la escritura arribe como un don. (*)

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Qué cuenta “Lo que queda”

Tapa de «Lo que queda».

Lo que queda es una historia de pérdidas. Personales y colectivas. Es mi tercera novela, una suerte de continuación de El porvenir es una ilusión, diez años después. Si leíste el libro anterior, reconocerás a los personajes. Y si no, no importa. Las historias pueden leerse de manera independiente.

Una familia transita el dolor de lo irreparable y busca volver a empezar, mientras afuera, un mundo desmembrado, fragmentario y egoísta parece devorarlo todo. Y de algún modo, esa pérdida está emparentadas con otras, colectivas y sociales.

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Diario de Semana Santa

Neuquén, martes 3 de abril de 2007, por la mañana

Otro día más de reclamo. Mi compañera sigue de paro y las posiciones son encontradas. Mi empleo transpira rutina por todos lados. Mejor, me permite repensar mis prioridades. Mi hija sigue creciendo. Casi seis meses y una sorpresa diaria: una mirada, una sonrisa, un “ta” de vez en cuando, el bálsamo de estos días agitados. Radio Universidad CALF cuenta todo, con el oído donde debe estar.

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El día que nunca terminó de encajar

Foto: Pixabay

Abrió los ojos. No necesitó mirar las manecillas fosforescentes para saber la hora. Soltó las imágenes del sueño y se tomó unos minutos, habituándose a la oscuridad, hasta que fue necesario levantarse. Despacio. Para no marearse.

El espejo del baño le devolvió las arrugas y los ojos oscuros, intensos. Todavía.

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Un mosaico de resignificaciones y una historia oriental en Patagonia

Guiños a a Kabawata y sus bellas durmientes, una poética de la escritura y una narrativa que hurga en los intersticios del lenguaje para consolidar una pulida historia, son los cimientos de La casa un tiempo equis, de Hernán Lasque, novela breve editada por Ediciones de La Grieta.

Ambientada entre Plottier y China Muerta, el protagonista vive en una pensión que no es una pensión, bajo el embrujo sensual de Kyoko y Mei, mientras escribe su primera novela en un cuaderno, acompañado de un maniquí.

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Todavía

La miríada de excluidos se adosan a la vida cotidiana. Para contrarrestar el desamparo un hombre sin cabeza hace piruetas con un paraguas y una malabarista juega con un sinnúmero de pelotas. Ninguna se cae. Tareas brillantes que requieren de precisión y la noción del tiempo que imponen los semáforos.

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Acá y allá

Caminaba abrumado por la noticia cuando levanté la vista y la vi, de pie, cerca de las vías del ferrocarril. Paseaba su perro, como todos los días.

Recorrí los metros que nos separaban y le sonreí, aminorando el paso hasta que quedamos frente a frente. Me miró con la profundidad terrosa de sus pupilas, acercó los dedos hasta sus labios y me sopló un beso, como cuando nos despedíamos en la puerta de su casa, aquel espacio con malvones y plantas recién regadas.

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Escribir no es tan diferente a vivir

«Siempre me asusta escribir las primeras líneas, cruzar el umbral de un nuevo libro. Cuando he recorrido todas las bibliotecas, cuando los cuadernos revientan de notas enfebrecidas, cuando ya no se me ocurren pretextos razonables, ni siquiera insensatos, para seguir esperando, lo retraso aún varios días durante los cuales entiendo en qué consiste ser cobarde. Sencillamente, no me siento capaz. Todo debería estar ahí —el tono, el sentido del humor, la poesía, el ritmo, las promesas—. Los capítulos todavía sin escribir deberían adivinarse ya, pugnando por nacer, en el semillero de las palabras elegidas para empezar. Pero ¿cómo se hace eso? Mi bagaje ahora mismo son las dudas. Con cada libro vuelvo al punto de partida y al corazón agitado de todas las primeras veces. Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos, así lo expresa Marguerite Duras, pasando del infinitivo al condicional y luego al subjuntivo, como si sintiese el suelo resquebrajarse bajo sus pies.

En el fondo, no es tan diferente de todas esas cosas que empezamos a hacer antes de saber hacerlas: hablar otro idioma, conducir, ser madre. Vivir».

«El infinito en un junco», Irene Vallejo.