En Cometierra de Dolores Reyes, la pobreza se palpa. También el asesinato de mujeres, chicas jóvenes que solo les importan a sus familias. Y también está ella, flaca, de pelo largo y que traga tierra para adivinar qué les ocurrió a las olvidadas.
«Yo agarré tierra de la lata y me la fui metiendo en la boca. La casa se me oscureció como si la hubiesen tapado con una tela negra. Tuve ganas de prender la luz para que no nos tragara la noche que la tierra había desplegado alrededor nuestro. Tan oscuro todo, tan un pozo profundo al que nunca llegaba la luz del sol, que bueno no podía ser. Cuando estaba a punto de parar, de abandonar por el miedo y abrir los ojos, empezó a irse la oscuridad, como si alguien estuviera prendiendo velas, una atrás de la otra, y los ojos se acostumbraran a ver».
Cometierravive con su hermano Walter después de que su padre asesinara a su mamá, convirtiendo su casa en el páramo del aguante, de pibes y pibas que juegan a la Play y toman cerveza, hasta el hartazgo.
Poco a poco, la fama de Cometierra supera las fronteras del barrio y su jardín abandonado comienza a rodearse de latas, botellas con tierra y mensajes de personas que buscan a sus hijos e hijas.
«Cada botella era un poco de tierra que podía hablar… Mientras cerraba el candado de la reja, pensé en las cero ganas que tenía de encontrar una botella nueva y también en que no podía dejarla ahí para que la vieran los pocos vecinos que todavía no sabían de mí o se imaginaran, como yo, la mano colándose por la reja, la cara de desesperación que me la había traído. Igual, por más que levantara la botella, ese día no quería comer tierra y punto. Iban siendo, desde hacía tiempo, «cincuenta» botellas para mí. Tantas que no podía ni quería contar, tantas que me hartaban».
Y resolver el destino de muertas y desaparecidas no es fácil. «A veces sentía el peso de todas las botellas juntas que iban transformando mi casa en lo que siempre había odiado, un cementerio de gente que no conocía, un depósito de tierra que hablaba de cuerpos que nunca había visto. Mientras, mamá estaba sola en donde, dicen, descansan los muertos. Yo nunca la iba a ver. El Walter no sé. A veces yo quería, pero después no iba. Nunca había vuelto desde que era chica y se la habían llevado».
Policial negro editado por Sigilo, tiene al conurbano como paisaje y los héroes no son los policías o detectives, sino una vidente que intenta dar respuesta, desde su corta edad a la desesperación de la gente. «Pasamos por al lado de una estación de servicio abandonada. Era enorme y no me acordaba si alguna vez la había visto funcionando o si siempre había estado así, tapiada con maderas que no dejaban ver para adentro. Nunca una luz. Las veces que pasaba por ahí, me colgaba a leer lo que iban escribiendo en las maderas. Casi me sabía todas las inscripciones de memoria. El corazón en donde decía: «Yani y Lara 4ever». Abajo: «Lucas se te acaba el juego». En aerosol negro: «Awante los pibes del portón». Más adelante un esténcil que también se leía por todo el barrio: «Melina baila en mi corazón lesbiano». Y atravesado, enorme: «Rescatate wachx: Podestá es tu tierra».
Y contra la desaparición de personas, la violencia y la injusticia, Cometierra busca aliviar el dolor. El suyo y el de los demás, resolviendo casos y descubriendo el amor, quizás como contrapeso ante tanto horror. Mientras afuera se acumulan botellas, fotos, pedidos desesperados.
«Me agaché entre las plantas, corrí las hojas enormes, y dejé la botella con las otras para que le hicieran compañía. Había muchas azules. Ningún azul era igual a otro, ninguna tierra tenía el gusto de la tierra de otra botella. No se extraña a un hijo, un hermano, una madre o un amigo igual que a otro. Parecían tumbas brillantes una al lado de la otra. Al principio las contaba, las acomodaba con cariño, a veces acariciaba alguna hasta que me decidía a probar de su tierra. Casi siempre era así, pero ese día las odiaba. Me pesaban más que nunca. Todas juntas me cansaban. Sentía todas las botellas apilándose en mí. El mundo debía ser más grande de lo que siempre había creído para que pudiera desaparecer tanta gente».
Pero de tanta violencia y muerte se sale rota y Cometierra lo sabe. Y se planteará una salida. Novela cruda y que no da respiro la obra de Dolores Reyes es una voz ineludible contra la naturalización de los femicidios y la pobreza, contra la sucesión de lápidas, nombres y fechas, que de tanto repetirse corren el riesgo de no conmovernos. Pero no. No se puede salir ileso de Cometierra. Ni dejar de leerla.
Biografía de la autora
Dolores Reyes nació en 1978 al oeste de la provincia de Buenos Aires, donde vive con sus siete hijos, ejerce la docencia y escribe. Estudió Profesorado de Enseñanza Primaria y Griego y Culturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires. Publicada en 2019, Cometierra, su primera novela, fue traducida a doce idiomas y aclamada como uno de los mejores libros del año según The New York Times, El País, El Mundo, El Universal, Página 12 y Perfil. En el 2023, publicó Miseria, su última novela, una continuidad de Cometierra.
Fascinante. Me atrapó con los pocos párrafos que traes. La buscaré, porque quería leer más y más. Se me hizo corta la entrada.
Algunos dones parecen más una condena que un regalo.
Beso grande