Lo que te cuento ocurrió hace tiempo, en una vieja ciudad sin nombre pero siempre en guerra. Nos encontrábamos junto a un grupo de colegas, intercambiando rollos fotográficos y comida cuando pasó frente a nosotros una mujer vestida de negro. Llevaba un niño muerto en sus brazos.
La joven venía tropezándose entre la maraña de escombros. La vista perdida. Mirada de hielo; la resignación adherida a la piel. Instantáneamente tomé la cámara e hice unas tomas. ¿Ataques de conciencia? Alguno, pero alcanzaba con responderme que alguien debía retratar estas miserias. Alcanzaba entonces.
Ella no tendría más de 20 años y caminaba entre los saldos del bombardeo en una ciudad tomada por los muertos y las ratas que pululaban por el suelo. Sobre la cabeza del niño zumbaban moscardones verdes. Enfoqué el lente y disparé tres o cuatro veces. En la última toma, la mujer me miró y sus ojos negros me hicieron retroceder unos pasos. Al instante giró su cabeza a la derecha y murmuró por lo bajo. Noté que se quedaba en silencio y asentía. Esa sonrisa era el refugio de su locura.
Llegué al hotel y luego de una ducha rápida improvisé mi laboratorio en el baño. Lentamente, la cubeta me reveló los ecos de día y la figura de de la mujer con el niño en sus brazos. A su derecha comenzaba a gestarse una forma tenue, vestida de militar. Colgaba un fusil en el hombro y parecía escucharla con atención.
Algo andaba mal.
Pensé en una superposición de imágenes pero no recordaba haber visto ningún soldado. En la toma en primer plano él le susurraba al oído y ella sonreía, mirando a la cámara. De más está decir que su mirada me persiguió durante muchos años, pero conseguí que el olvido echara un manto de piedad y continué con mi vida.
Hasta que hoy la vi cruzar la ciudad arrasada por el bombardeo norteamericano.
Las mismas ropas, el niño en brazos, los gestos conocidos. Idéntico resultado si tomaba unas fotos. Pero no lo hice, la seguí con la mirada hasta que se perdió en la orilla del horizonte.
(P.D.: Relata muy viejo. Solo le cambié el título. Publicado en la Antología del Círculo de Escritores del Comahue, 2010).
Imagen de Michal Jarmoluk en Pixabay