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Cuento | Con letra propia

El peón

Imagen: Needpix.

Negra y verde. Guardaba las piezas ahí. Papá, su voz. Sentado bajo la parra miraba más allá de la enredadera que trepaba por la pared del patio. Catalán era. Bueno, eso decía tu abuelo.

El llamador de ángeles cuelga del farol. Oxidado y cubierto de telarañas emite un tintineo de bienvenida. Los tubos se entrechocan, preludian el aguacero oscuro que se parece a la casa a la que demoro mi ingreso. Jugueteo con el manojo de llaves enlazadas al motivo de Molina Campos que le compré de apuro en la terminal, en esa visita en que la Pauli me dijo que le quedaba poco y él comenzaba a desvariar, enmarañado entre la realidad y los sueños, como su enredadera.

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Deambular

El viento helado le corta las mejillas y se abrocha la campera. Desbloquea el teléfono sin pensar y recorre la modesta agenda telefónica. Su cara, su sonrisa más bien como primer contacto.

¿Que estás escribiendo, recordó. “La lista del súper, faltan un par de cosas”. Pucha, yo pensé que era un poema para mí. Su beso furtivo, preludio de.

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La casa de arena

Los amantes, de René Magritte.

El viejo está sentado en la vereda. Con las manos apoyadas en su bastón mira hacia la calle. Tiene la camisa desprendida que se abulta a la altura de la panza, a punto de explotar. Se rasca la mandíbula y bosteza, colorado por el calor.

Alguien me empuja. Disculpas, balbucea. Muevo la cabeza hacia abajo como respuesta. ¿Qué voy a cocinar? No importa. Me aferro a la frescura del hogar, el repliegue necesario para sobrevivir.

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Recordatorio a Sergio Ávalos

En 2017, el dramaturgo Alejandro Finzi realizó un taller literario en la Universidad Nacional del Comahue y la propuesta final de trabajo, fue la producción de textos en homenaje al estudiante Sergio Ávalos.

Sergio estudiaba en la Facultad de Economía y Administración y el 14 de junio del año 2003 fue a bailar al boliche “Las Palmas”. Alrededor de las 3 de la mañana, fue la última vez que se supo de él. Su caso es emblemático en Neuquén, porque nunca hubo una respuesta de las instituciones del Estado sobre quiénes desaparecieron a Sergio.

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De lo que contás no conocemos nada

No recibí tu carta. ¿Cómo transito el sábado?. ¿Pudiste resolver aquel asunto? Espero que sí. Y que Fabi esté mejor de salud.

Del pueblo te diré que no ha cambiado demasiado en un mes. Se fue Elvira, bueno, se iba yendo desde hace rato. Quizás es mejor. No recuerdo si fue el miércoles o el viernes. Evitó mirarme, mientras se cargaba la mochila al hombro y no se quitaba los auriculares.

Solo quedamos viejos.

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Libros en los escalones (audio) por AM750 Neuquén

Invitado por el poeta, escritor y periodista Gerardo Burton, participé de “Viento Terco”, un espacio de música y palabras de la Patagonia, con el relato Libros en los escalones.

El micro radial fue emitido por la AM750 de Neuquén capital

Comparto el audio. Y gracias por la invitación.

Libros en los escalones

La casa estaba cubierta de pastos altos y el silencio era interrumpido por chajás, grillos y gorriones. Ernesto miró la llave y se preguntó si debía entrar. ¿Qué vas a hacer ahí? Necesito volver, fue la respuesta. La cerradura cedió.

Sus pasos profanaron la tranquilidad de los fantasmas si es que todavía quedaba alguno. Dejó el bolso en una de las sillas y espantó una fina capa de polvo. La llave de luz está en el pasillo, recordó.

Un pájaro pasó ante el sol y produjo un parpadeo extraño. ¿Le pareció o el ambiente tenía su olor? Intentó en no pensar en los días finales, aunque él estaba convencido que La Elisa, como le decían en la villa, había empezado a irse con los gritos de los secuestradores y la vajilla rota mientras él se agarraba a la pollera de su madre. Siguieron vivos gracias al cura y la solidaridad de algunos vecinos.

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El colectivo abandonado

Por fin llovió. Las nubes plomizas están a punto de aplastarme. Alicia se echa a mi lado agitada. A pesar de los años, insiste en acompañarme y disfruta del paseo.

Llego hasta el colectivo abandonado, en ese punto de la ciudad donde comienza el campo y la frontera desdibuja límites, da pie a los interrogantes, profundiza los secretos.

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El sonido de las teclas

Caro teclea rápido. Hosca en las mañanas, está enojada con su padre por no haber resistido a la muerte y dejarse vencer por una sensibilidad vana en un mundo de fieras y cazadores.

Un café recargado y varios minutos en silencio parecen ser la medida justa para entablar algún diálogo que no sea respondido con gruñidos o monosílabos. A pesar de sus tatuajes y el negro en la vestimenta, abraza y protege. O atenaza y destruye, como si tuviera dos personalidades.

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La joven en los escombros

Lo que te cuento ocurrió hace tiempo, en una vieja ciudad sin nombre pero siempre en guerra. Nos encontrábamos junto a un grupo de colegas, intercambiando rollos fotográficos y comida cuando pasó frente a nosotros una mujer vestida de negro. Llevaba un niño muerto en sus brazos.

La joven venía tropezándose entre la maraña de escombros. La vista perdida. Mirada de hielo; la resignación adherida a la piel. Instantáneamente tomé la cámara e hice unas tomas. ¿Ataques de conciencia? Alguno, pero alcanzaba con responderme que alguien debía retratar estas miserias. Alcanzaba entonces.
Ella no tendría más de 20 años y caminaba entre los saldos del bombardeo en una ciudad tomada por los muertos y las ratas que pululaban por el suelo. Sobre la cabeza del niño  zumbaban moscardones verdes. Enfoqué el lente y disparé tres o cuatro veces. En la última toma, la mujer me miró y  sus ojos negros me hicieron retroceder unos pasos. Al instante giró su cabeza a la derecha y murmuró por lo bajo. Noté que se quedaba en silencio y asentía. Esa sonrisa era el refugio de su locura.
Llegué al hotel y luego de una ducha rápida improvisé mi laboratorio en el baño. Lentamente, la cubeta me reveló los ecos de día y la figura de de la mujer con el niño en sus brazos. A su derecha comenzaba a gestarse una forma tenue, vestida de militar. Colgaba un fusil en el hombro y parecía escucharla con atención.
Algo andaba mal.
Pensé en una superposición de imágenes pero no recordaba haber visto ningún soldado. En la toma en primer plano él le susurraba al oído y ella sonreía, mirando a la cámara. De más está decir que su mirada me persiguió durante muchos años, pero conseguí que el olvido echara un manto de piedad y continué con mi vida.
Hasta que hoy la vi cruzar la ciudad arrasada por el bombardeo norteamericano.
Las mismas ropas, el niño en brazos, los gestos conocidos. Idéntico resultado si tomaba unas fotos. Pero no lo hice, la seguí con la mirada hasta que se perdió en la orilla del horizonte.
(P.D.: Relata muy viejo. Solo le cambié el título. Publicado en la Antología del Círculo de Escritores del Comahue, 2010).

Imagen de Michal Jarmoluk en Pixabay

Aproximaciones al mar V

Fue un despertar cálido, una cercanía que se fue esfumando con el correr de los minutos.
Últimamente regresás en sueños, pliegues y arrugas de un lecho desordenado y vacío.

¿Había olas, arena, estrellas mironas, tus hombros sin breteles?. No estoy seguro. Sí que fue un verano inolvidable, a pesar de mi resistencia al mar.
De los días felices quedó tu olor salino, las caminatas por la playa, las carcajadas. También los silencios de penas que no contabas, miradas a las que debí prestar atención.
Por ahora no pienso regresar. Para qué, si ahí no hay nada.
Aquí adivino las montañas, el lago, el espacio al que huí para que las olas no trajeran tu nombre.
Puedo decir que todavía respiro, trabajo. Hasta voy al cine. Me pregunto si vivo.
Clarea y la luz despeja la insensatez de acompañarte.

Aproximaciones al mar III, aquí y  IV, acá