“Viene y se va”, musita. Percibo su mirada perdida en un laberinto sin respuestas y que navega por una representación inaccesible. A veces, retoma un hilo con lo real. “¿Vos manejás, no?”. Asiento y le convido un mate, acaso el atajo para tender un puente.
“No entiendo cómo pasó todo tan rápido”. Cómo decirle que está bien la sorpresa, que las arrugas señalan el paso del tiempo. Me mira como si adivinase lo que estoy pensando.
“¿Vos quién sos?”. Acordate, hay una desconexión con lo real, repasé.
“¿Otra vez dulce?, hacelo amargo, qué estás esperando, si así lo tomé siempre”.
Bueno, no le pongo más azúcar, atino como respuesta a su vida de infusiones dulces.
“Si el círculo se cierra, estás frito”.
No es mi mejor cebada. No sé si es el agua o la imposibilidad de comunicarnos que parece no cejar hasta el último instante. Le tiendo otro mate. Lo toma despacio. “No quiero más. Está amargo”.
Calla.
La parra nos protege de un día que se adivina sofocante.
Enero y sus anotaciones. Primeras lecturas. Ernaux por dos, Henry Miller, Morábito y su Idioma materno, una suerte de reposo o mantra.
Saer y esta cita:
Hay como una fiebre que se ha apoderado de la ciudad, por encima de su cabeza —y ella no lo nota— en este terrible enero. Pero es una fiebre sorda, recóndita, subterránea, estacionaria, penetrante, como la luz de ceniza que envuelve desde el cielo la ciudad gris en un círculo mórbido de claridad condensada.
Sombras sobre vidrio esmerilado, del libro Fuera de lugar, en Cuentos Completos, edición digital.
Llueve. El agua cae monótona y relajante. No se compara con las imitaciones que se encuentran en Internet. Lo comprobaste hace instantes, con el celular afuera registrando los sonidos del agua.
Llueve adentro también, se podría equiparar al silencio. La titánica tarea de enfrentarse a una hoja en blanco que te gana por goleada desde hace tiempo. Quizás no hay nada que escribir y eso también sea una forma de escritura.
Hilario miró el cielo. Un famélico celeste se escondía detrás de las ondulaciones del terreno y sus pastos verdes mientras el caballo se detenía, como si supiese que quería disfrutar del paisaje. Él conocía de memoria esa tierra y sus curvas. Leguas de llanura detrás y en el horizonte las cruces. La bienvenida previa a la Colonia, si uno se adentraba desde el campo y no venía por las rutas conocidas.
Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso y la combinación de palabras como arma letal. No las palabras, pero sí su sintaxis(*), la atracción de arrimarse o repelerse, según los días.
Llueve, abrir las ventanas y renovar el ambiente. Música de jazz.
El viento helado le corta las mejillas y se abrocha la campera. Desbloquea el teléfono sin pensar y recorre la modesta agenda telefónica. Su cara, su sonrisa más bien como primer contacto.
¿Que estás escribiendo, recordó. “La lista del súper, faltan un par de cosas”. Pucha, yo pensé que era un poema para mí. Su beso furtivo, preludio de.
No puedo escribir. A modo de amparo, diría que nadie puede, que juntar palabras es una decisión que puede salir bien, aunque esté condenada a tropezar desde su gestación.
Quizás la premisa sea derribar las primeras líneas que decepcionan, mantener a raya el desánimo, no dejarse merodear por la angustia.