Los golpes de remo

Los golpes de remo se funden con la respiración.

Las distintas voces de Oskar conforman un todo que, en realidad, no existe.

El propio Oskar deforma su historia. Habla de fallos de memoria, de insignificancias, de desgana. Deslinda fragmentos de la historia y habla escuetamente tamborileando con el índice en el hule. Rara vez responde a las preguntas. No es que las evite, pero sus respuestas siempre son ambiguas y abiertas.

Su modo de evitar.

Eso lo han descrito de forma excelente otras personas.

Eso lo recuerdo fatal.

Pero no es posible que lo hayas olvidado.

Estamos sentados en el banco, delante de la sauna. Matamos moscas, echamos las redes, tomamos café, y a veces Oskar menciona algo de pasada. Yo oigo las palabras, relleno los huecos, aumento los márgenes.

Oskar Johansson, el dinamitero del cuerpo destrozado. Está ahí, y menciona de pasada alguna cosa acerca de no sé qué. Las frases se deslizan y se superponen entre sí.

El reloj sigue sonando estridente e inexorable, y la distancia hasta la sauna es siempre la misma.

Estamos en el bote de remos.

La cantinela monótona de Oskar al contar los peces que sacamos.

Los juegos de cartas, Radio Nord, frecuencias y tazas azules desportilladas.

¿Y el narrador?

Oskar piensa que está tirando de las redes con demasiada lentitud.

(Fragmento de El hombre de la dinamita, de Henning Mankell, Traducción del sueco de Carmen Montes, edición digital).


No sé si escribir se asemeja a remar, pero sí a rellenar huecos, perderse entre los márgenes, tirar redes, un trabajo a tiempo completo, aunque no escriba siempre.

Feliz día a las y los trabajadores.

Imagen: Pixabay.

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