Cosas perdidas

Foto: NASA en Pixabay.

Quizá todas las cosas ya estén perdidas de antemano secretamente en algún lugar remoto. Al menos existe un lugar tranquilo donde todas las cosas van fundiéndose, unas sobre otras, hasta conformar una única imagen. A medida que vamos viviendo no hacemos más que descubrir, una tras otra, como si tirásemos de un hilo muy fino, esas coincidencias. Cerré los ojos e intenté recordar el mayor número de cosas bellas perdidas. Intenté retenerlas en mi mano. Aunque sólo fuera un instante.

Haruki Murakami, en «Sputnik, mi amor»

El monte y el río

En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.

Ven conmigo.

La noche al monte sube.
El hambre baja al río.

Ven conmigo.

Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.

Ven conmigo.

No sé, pero me llaman
y me dicen: «Sufrimos».

Ven conmigo.

Y me dicen: «Tu pueblo,
tu pueblo desdichado,
entre el monte y el río,
con hambre y con dolores,
no quiere luchar solo,
te está esperando, amigo».

Oh tú, la que yo amo,
pequeña, grano rojo
de trigo,
será dura la lucha,
la vida será dura,
pero vendrás conmigo.

Del libro Los versos del capitán, de Pablo Neruda.

El corral de los recuerdos

He visto a hombres fieros gritar de coraje o miedo y arremeter contra otros hombres.

He sentido el sabor pegajoso de la sangre en mi boca, adherida a la piel, con el olor de la muerte y sus ojos huecos.

He recordado a los que no se rindieron, hombres rabiosos que preferían morir en el desierto y regar la tierra con su sangre.

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La escritura llega como el viento

Foto de Suzy Hazelwood: https://www.pexels.com/es-es/foto/maquina-de-escribir-negra-y-roja-1995842/

Escribir.

No puedo.

Nadie puede.

Hay que decirlo: no se puede.

Y se escribe.

Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada.

Se puede hablar de un mal del escribir.

No es sencillo lo que intento decir, pero creo que es algo en lo que podemos coincidir, camaradas de todo el mundo.

Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario.

La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez.

Es lo desconocido de sí, de su cabeza, de su cuerpo. Escribir no es ni siquiera una reflexión, es una especie de facultad que se posee junto a su persona, paralelamente a ella, de otra persona que aparece y avanza, invisible, dotada de pensamiento, de cólera, y que a veces, por propio quehacer, está en peligro de perder la vida.

Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena.

Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos —sólo lo sabemos después— antes, es la cuestión más peligrosa que podernos plantearnos. Pero también es la más habitual.

La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.

(Escribir, Marguerite Duras, edición digital).

Sucede la vida

En Eso que pasa mientras, novela de Carlos Salgado, sucede la vida. Hugo vive con Mili, su hija de seis años y se lamenta la pérdida de Abela, su mujer. Docente y papá, transcurre sus días dando clases y atento a las necesidades de su pequeña, el centro del mundo.

Junto a Sebas y William, un enigmático colaborador, sostienen la revista El viento, con artículos sobre Filosofía e Historia, una suerte de radar y refugio contra la cotidianidad y un mundo hostil.

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Alborea una esperanza ingenua

Bueno, llega el rodaje para Lo que queda, mi último trabajo, editado por Colisión Libros.

Como siempre, el agradecimiento inmenso a Cristina Witt por la confianza y apostar a la edición de esta nueva novela, de pérdidas colectivas y personales, como adelanté alguna vez. «¿Se le puede dar forma al horror y la muerte? Porque al fin y al cabo, se trata de una pelea desigual entre el bien y el mal, de continuar, a pesar de. Eso nos diferencia de las fieras. Estoy segura. O trato de creérmelo. ¿Podré moldear una esperanza de baja intensidad, un piso firme en donde apoyarme y apoyarnos?», se pregunta una de las protagonistas.

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La vendedora de jazmines

Imagen: Pixabay.

—¿No te parece que los jazmines son flores amables para un mundo complicado?

La pregunta me sorprendió y me distrajo de los bocinazos. Levanté la vista y me topé con una melena plateada y unos ojos negros.

Tomó un ramo de la canasta y lo plantó frente a mi cara.

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La pluma estilográfica

Mariano se despertó cuando el ómnibus entró en la rotonda. Miró por la ventanilla y no reconoció la entrada. Pero era su ciudad con el Polideportivo abandonado, el casino y sus luces doradas enfrente.

La terminal estaba vacía. Se ajustó la mochila en los hombros y decidió caminar hasta el centro. Recorrió la plaza con el infaltable monumento y la municipalidad enfrente. Unos adolescentes estaban sentados en las escalinatas del colegio secundario, igual a como lo recordaba solo que pintado de un verde manzana.

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La grieta

Amanecí con la sensación de que habías pasado por casa. El espejo devolvió mi cara somnolienta y el rimel corrido cuando vi la grieta. Estaba sobre el botiquín del baño y puedo asegurar que esa pared se encontraba intacta la noche anterior.

Recuerdo que me quedé mirándola unos instantes y llamé al portero. El tipo miró la rajadura y escudriñó con gesto sabiondo. “No entiendo cómo se produjo, señora”, comentó. Levanté los hombros y convenimos día y hora de la refacción.

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