Viene y se va

“Viene y se va”, musita. Percibo su mirada perdida en un laberinto sin respuestas y que navega por una representación inaccesible. A veces, retoma un hilo con lo real. “¿Vos manejás, no?”. Asiento y le convido un mate, acaso el atajo para tender un puente.

“No entiendo cómo pasó todo tan rápido”. Cómo decirle que está bien la sorpresa, que las arrugas señalan el paso del tiempo. Me mira como si adivinase lo que estoy pensando.

“¿Vos quién sos?”. Acordate, hay una desconexión con lo real, repasé.

“¿Otra vez dulce?, hacelo amargo, qué estás esperando, si así lo tomé siempre”.

Bueno, no le pongo más azúcar, atino como respuesta a su vida de infusiones dulces.

“Si el círculo se cierra, estás frito”.

No es mi mejor cebada. No sé si es el agua o la imposibilidad de comunicarnos que parece no cejar hasta el último instante. Le tiendo otro mate. Lo toma despacio. “No quiero más. Está amargo”.

Calla.

La parra nos protege de un día que se adivina sofocante.

(Imagen de Carabo en Pixabay).

Enero y sus lecturas

Enero y sus anotaciones. Primeras lecturas. Ernaux por dos, Henry Miller, Morábito y su Idioma materno, una suerte de reposo o mantra.

Saer y esta cita:

Hay como una fiebre que se ha apoderado de la ciudad, por encima de su cabeza —y ella no lo nota— en este terrible enero. Pero es una fiebre sorda, recóndita, subterránea, estacionaria, penetrante, como la luz de ceniza que envuelve desde el cielo la ciudad gris en un círculo mórbido de claridad condensada.


Sombras sobre vidrio esmerilado, del libro Fuera de lugar, en Cuentos Completos, edición digital.
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Las palabras y los días

Drive my car, de Ryūsuke Hamaguchi, captura de pantalla.

Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso y la combinación de palabras como arma letal. No las palabras, pero sí su sintaxis(*), la atracción de arrimarse o repelerse, según los días.

Llueve, abrir las ventanas y renovar el ambiente. Música de jazz.

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La vendedora de jazmines

Imagen: Pixabay.

—¿No te parece que los jazmines son flores amables para un mundo complicado?

La pregunta me sorprendió y me distrajo de los bocinazos. Levanté la vista y me topé con una melena plateada y unos ojos negros.

Tomó un ramo de la canasta y lo plantó frente a mi cara.

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La tecla del punto

Imagen modificada de Pixabay.

La tecla del punto se mueve inquieta en el teclado. No sé si es que pide a gritos una pausa. O que faltan pausas. Pero me mira. Nos estudiamos como dos jugadores de naipes que juegan sus últimas cartas. De redención o bancarrota.

La tecla del punto se mueve inquieta en el teclado. Algo quiere contarme. Y espero. Solo espero, como el viejo sentado en la vereda. Él habla por sus arrugas, la mirada mansa, las manos sobre el bastón, el perro a sus pies. Les sonrío al pasar y él devuelve el saludo, entornando los párpados.

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Alivio contra la ferocidad

Los veo siempre. Ella más joven, no sé si llega a los veinte años.

Él, unos diez más. Ambos limpian vidrios en la colectora de la ruta.

A pesar de la negativa generalizada no pierden la sonrisa. De tanto en tanto la piba lo llama y le estampa un beso, acaso la energía necesaria para volver a enfrentarse a la jauría de autos polarizados.

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Todavía

La miríada de excluidos se adosan a la vida cotidiana. Para contrarrestar el desamparo un hombre sin cabeza hace piruetas con un paraguas y una malabarista juega con un sinnúmero de pelotas. Ninguna se cae. Tareas brillantes que requieren de precisión y la noción del tiempo que imponen los semáforos.

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