Vibración

Imagen: Pixabay

Tarde.

De voces en la calle. De reencuentros y sinsabores. Tarde propia, tarde de nadie, tarde de todos. Tarde para este texto.

Es probable que cuando leas estas líneas esté muy lejos. Y no es un eufemismo. Ni una metáfora. No sabrás más de mí. Supongo que no te hace falta.

Allá viene el tren. Puedo sentir la vibración bajo mis pies.

Cada mudanza una aventura

Créditos: Twitter.

«El viento es libre en la tierra plana, gobierna a su antojo los pastos, las nubes, los hombres. Si nace con el sol, lleva agua, tormentas y fortunas adversas para sus habitantes.

Cuentan los pampas que Gualichu pierde el sueño y su aliento caliente invade las tolderías, arrastrando la arena que irrita los ojos. A veces libera lágrimas de amores no correspondidos, nostalgia de soles viejos con correrías memoriosas, sudores y aguardiente áspero quemando la garganta.

Es el pampero. El dueño de la tierra, el amigo del desierto que mueve las arenas y obliga a correr los toldos. Cada mudanza es una aventura, la búsqueda de nuevas tierras tiene el sabor del desconcierto, de los caprichos de la llanura y los espíritus silbadores».

(Fragmento de «La tierra plana». La foto es de una tormenta de arena en Metileo, provincia de La Pampa)

La pintura

«La vuelta del malón», Della Valle Angel.

Hacía frío. El viento cortaba la cara y las nubes plomizas parecían devorarse los edificios. Miré el reloj. Quererla era esperarla. Lo había sido desde el primer día.

Delante de mí el edificio oblongo estaba magníficamente iluminado. Destellos azules, que se volvían rojos para mudar al amarillo, desafiando a los bocinazos y las frenadas de los colectivos. Asentí como si pudiera verme cuando su voz en el teléfono dijo que estaba en camino. Colgué y decidí entrar al museo.

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El desvío

Foto: Pixabay.

Raúl abrió los ojos. El reloj marcaba las tres y cuarenta y cinco y Estela descansaba con placidez. Se levantó sin hacer ruido y fue a la cocina. En el futón, el gato lo miró sorprendido. «Sí, tenés razón», se excusó. Puso la pava en el fuego y espió por la ventana.

Garuaba. El asfalto brillante insinuó la imagen de su padre; miraba el piso vencido por un derrotero implacable. No siempre aparecía así. A veces —y era la visión que se afanaba por legarle a sus hijos— lo recordaba con la sonrisa desafiante, a prueba de adversidades y sinsentidos.

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Muda victoria

Pink Floyd por los auriculares. The Final Cut en repetición continua.

Caminar dejándose llevar, con pensamientos que oscilan entre el lado de acá y el lado de allá. Tablón de por medio, como los personajes de Rayuela.

En algunas de esas caminatas escribirte. O imaginarme hacerlo. Caminar sin necesidad de hogar, la sensación de no ser de ningún lado, de extrañeza ante un mundo que continúa siendo un misterio.

Enterrar sentimientos, por supuesto. No vaya a ser que.

Algo que se atora en la garganta y que no sale. Ni siquiera con palabras.

Una camisa escocesa, los primeros (malos) versos, control de daños para la respiración de los días.

Así resistía. Muda victoria contra las sombras y las faltas.

No me da la gana mirar la tristeza alrededor

Imagen: Pixabay.

Carlos abre con su llave y enseguida se da cuenta de que pasa algo extraño.

—¿Abuela?

Desde que empezó la carrera, viene casi todos los días a comer a esta casa antigua, tranquila, un tercer piso de suelos de tarima brillante de puro encerada y muebles tan bien cuidados que no aparentan su edad. Del recibidor arranca un largo pasillo que, a un lado, conduce a la cocina y de frente desemboca en los balcones del salón, vestidos con unos visillos de encaje que transparentan una orgía de geranios de todos los colores. Su dueña está a punto de cumplir ochenta años, pero no solo se vale por sí misma. Su nieto sabe mejor que nadie por cuántas mujeres vale, porque ninguna otra le mima tanto ni le cuida tan bien como ella.

—Abuela…

Al enfilar el pasillo, distingue al fondo un resplandor absurdo, intermitente y coloreado, cuyo origen no alcanza a explicarse. Al principio supone que habrán colocado un neón en la fachada de alguna tienda de la acera de enfrente, pero son las dos y media de la tarde de un día del otoño recién estrenado, aún templado, luminoso, cálido incluso mientras luce el sol. Al precio que se ha puesto la luz, nadie derrocharía electricidad en un anuncio a estas horas, piensa Carlos, así que avanza con cautela, un paso, luego otro, descubre que el suelo del pasillo está sucio y empieza a asustarse de verdad. Definitivamente, allí pasa algo raro. La suciedad, en cualquiera de sus variantes, es por completo incompatible con la naturaleza de su abuela, y sin embargo, al agacharse encuentra un fragmento de algo blanco, un poco más allá otro, y otro más. Parecen migas de pan, pero al apretarlos con la uña se da cuenta de que son pedacitos de poliuretano expandido, ese material que se usa para proteger los objetos en sus embalajes. Esto ya le parece demasiado y por eso llama a su abuela a gritos, por tercera vez y por su propio nombre.

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Escribir, enfrentarse a un rostro que no amanece

Se escribe en soledad.

También, agregó Proust, se llora en soledad, se lee en soledad, se ejerce la voluptuosidad, a salvo de las miradas.

Hasta doblar las sábanas (algo tan nimio como eso), precisó Virgina Wolf, puede hechar todo a perder, ahuyentar la escucha silenciosa de la que surge toda escritura.

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Escríbelo para que no perezca

VIVIR PARA CONTARLO

Te he cedido por una vez

el papel y el lápiz

la voz que narra

la crónica que fija contra la muerte

la nostalgia de lo vivido.

Y me va bien el cambio

te aseguro.

Quiero contemplar

quiero ser testigo

quiero mirarme vivir

te cedo gustosamente la responsabilidad

como un escriba

ocupa mí lugar

goza sí puedes con el relevo

serás mi descendencia

mi alternativa.

La que vivió para contarlo.

ESTRATEGIAS DEL DESEO

Las palabras no pueden decir la verdad

la verdad no es decible

la verdad no es lenguaje hablado

la verdad no es un dicho

la verdad no es un relato

en el diván del psicoanalista

o en las páginas de un libro,

Considera, pues, todo lo que hemos hablado tú y yo

en noches en vela

en apasionadas tardes de café

London, Astoria, Arlequín—

solo como seducción…

en el mismo lugar que las medias negras

y el liguero de encaje:

estrategias del deseo.

IN MEMORIAM

Escríbelo

para que no perezca.

Escríbelo

contra el olvido.

Escríbelo

para retenerlo.

Fíjalo en palabras

runas del deseo

abecedario del amor

palíndromo de ama

ama la ama.

Y una vez escrito

una vez fijado en tinta

en papel

en caligrafía

en cuartillas

una vez clavado

retenido

encerrado en palabras

léelo.

Comprenderás entonces

que todo ha sido inútil:

la vida se nos escapó

entre las caricias

y los besos

como se nos escapó en palabras.

In memoriam.

(Cristina Peri Rossi, «Estrategias del deseo», 2004, edición digital)