Cuesta existir cuando no te reflejas en la mirada del otro

Grata sorpresa, mientras avanzo en la lectura, sutil, sin golpes bajos, por lo menos hasta ahora. Historia cómplice y confidente, aovillada. Seres disímiles que se cruzan, un relato que sostiene, resignifica, da cuenta de una falta. Cuando no. Lecturas que remiten a otras.

De alguna manera me transportó a casa. Las revistas de la Editorial Columba. Helena, en Intervalo, algún que otro libro de Danielle Steel, en la biblioteca y otros bestsellers de los ochenta. Textos que dialogan con otros. Y también con los recuerdos.

Toca jugar. Pases y pelota en el campo propio (en el país de los campeones del mundo, ya que estamos).

Transcribo los fragmentos:

7 – El jardín

¿Qué es un jardín sino un ejercicio obsesivo de nuestra voluntad? Queremos que los tulipanes crezcan en un lugar concreto, pero lo más probable es que en realidad a ellos no les agrade ese lugar y, apenas puedan, se trasladen misteriosamente a una zona que les convenga más. Podamos los arbustos, las glicinias, la buganvilla, para contener su forma, para que florezcan con más vigor, los domamos, en definitiva, por mucho que quizá ellos no deseen que los domen. En cuanto puede, una glicinia descuidada huye del enrejado y se encarama hasta la copa de un árbol. Otro tanto hace la buganvilla: si las condiciones son óptimas, trepa, se hincha en volumen, se expande y, al cabo de poco tiempo, llega al tejado de la casa. La jardinería no es sino una forma extrema de doma: en cuanto el domador se distrae, la energía del ser vivo toma la delantera.

Cuando observo la hierba amarilla, las ramas caídas, los enredos de los rosales y de los arbustos que he plantado, no consigo experimentar armonía alguna. La idea de que la naturaleza es sabia y ella sola produce armonía de manera espontánea se me antoja del todo falaz, solo hay que ver la tristeza de nuestro jardín descuidado. Si siguen avanzando así, las malas hierbas irán conquistando espacios cada vez más grandes, se colarán por los muretes y entre las losetas de la solería que rodea la casa; no tardarán en arrancarlas de raíz mientras los arbustos se expanden en todas direcciones y las trepadoras envuelven cada agarradero posible. Gracias al viento y a los pájaros, no tardarán en aparecer también las zarzas, que, con su fuerza primitiva y terca, colonizarán hasta el último rincón del jardín con marañas inextricables y erizos espinosos. Una vez invadido el exterior, a través de un cristal roto o de la rendija de una puerta, tomarán rápidamente posesión de todo el espacio: el estado, en definitiva, que tenía la casa cuando la compramos. Donde ahora está la cocina, crecía un pino un tanto insolente. Fue nuestra llegada, el proyecto de vida que teníamos, lo que hizo que volviera el orden. ¿Tan artificial fue nuestra intervención? ¿O más bien lo artificial era pensar que la fuerza de la naturaleza era capaz, contra viento y marea, de crear armonía?

11 - ¿De qué está hecho el cielo?

Me he ausentado un par de días de la isla.

En el ferri, mientras nos alejábamos de la costa, pensé por un instante que en el fondo nada me impedía irme para siempre. ¿Por qué debía permanecer atado a aquel bastión de recuerdos?

En mis manos, el jardincito no tardaría en transformarse en un espacio yermo. Todo lo que habíamos soñado juntos lo habíamos hecho precisamente así, juntos. Yo solo no tengo ni la energía, ni la fantasía ni la voluntad suficientes para activarme y hacer las cosas que tú hacías.

Estos últimos días, al pasar por delante del espejo, he reparado en que mi porte ha cedido ligeramente; me he dado cuenta de que, en lugar de estar sentado con la espalda recta en el sofá, listo siempre para ponerme en pie, he empezado a encorvarme, a adoptar una postura acartonada. He intuido por primera vez lo que significa envejecer.

Desde que tu voz y tus pasos han dejado de resonar por la casa, yo he empezado a descuidarme. Cuesta existir cuando no te reflejas en la mirada del otro. Y quizá sea más cierto en los hombres que en las mujeres; los hombres tenemos menos recursos cuando nos abandonan a nuestra suerte, somos como barcas sin amarre. «Quizá nadie se lo espera nunca», había comentado yo sobre la muerte imprevista de tu padre.

Y realmente nunca te lo esperas.

¿Puede haber mayor verdad? Entre lo que la mente sabe y lo que el corazón no logra aceptar, se abre un abismo imposible de rellenar.

(Fragmentos capítulos 7 y 11, de Una gran historia de amor, de Susanna Tamaro, edición digital.)

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