Sed

Imagen: Pixabay

Hubo una pausa. Una más entre la risa y el choque de vasos jubilosos.  Y se dio cuenta. Una señal de alarma, leve, imperceptible como la brisa que se colaba bajo la puerta, persistente y letal.

El trago sabía a celada premeditada, como la suya a su mujer, que lo esperaba en vela mientras él andaba de juerga con los amigos. Con el sueldo recién cobrado bastó una llamada para encontrarse con el Gitano y el Chino; en cuestión de minutos la segunda ronda de cervezas saturaba la mesa y elevaba las discusiones, que no llegaban a mayores gracias a una complicidad tácita entre los parroquianos.

El bar cerró y el Gitano que apenas se mantenía en pie se despidió con un cabeceo indefinido que podía ser un saludo o el peso de la borrachera que lo arrastraba hacia el asfalto. Fue entonces cuando el Chino le propuso visitar a unos cumpas, en el otro extremo de la ciudad. El Negro dudó. Se acercaba la medianoche y la vuelta a casa parecía una travesía interminable. El Chino insistió, hasta era posible que consiguieran unos cuerpos cálidos. Todo atisbo de resistencia se derrumbó ante la promesa de un convite amoroso.

Un taxi que pagó de su bolsillo, una casilla de cartón, caras difusas, voces ásperas de tabaco y desconfianza y unas partidas de naipes coparon la parada.

Uno de los dueños de casa trajo la damajuana y llenó los vasos, el mismo vaso que él había dejado intacto desde que aquella señal de alarma se encendió en su interior.

Miró alrededor: el Chino había desaparecido. —Truco —dijo arrojando el as de espada sobre la mesa. Oyó su voz dura y amenazadora. —¿Algún problema amigo?.

—¿Dónde está El Chino? —preguntó.

—En el baño —contestó una figura maciza y retacona. —Quiero retruco —agregó.

—Juegue nomás —respondió el Negro.

Los jugadores descartaron las cartas de menor valor y lo miraron.

—Quiero vale cuatro —dijo y empujó la mesa contra la figura retacona. Vio el brillo de unas navajas y unos tajos que esquivó con destreza. Alguien lo tomó por detrás y su codo destrozó una nariz; un gancho certero – reflejo de su época de boxeador – se estrelló contra un mentón barbudo y la situación que parecía tan adversa se emparejó con dos contrincantes menos.

Miró a los tres restantes. Estaban aturdidos, quizá sorprendidos por su agilidad y lucidez. No sabían, nunca podrían saberlo que él era un hombre avisado en trampas y ratoneras. Blandió un cuchillo que encontró en el suelo y los esperó.

“Tranquilo amigo”, dijo la figura retacona.

—¿Dónde está el Chino? —repitió.

– En la pieza, durmiendo la mona – dijo otro.

—Díganle que el Negro está muerto para él. Que la próxima vez que lo vea lo tajeo como a un perro.

Retrocedió unos pasos y llegó hasta la puerta. Los hombres lo siguieron con la mirada. Supo, por el brillo de sus pupilas, que no lo seguirían. No tenían pasta de valientes. Sólo de ventajeros.

Cuando llegó a su rancho vio el corte en el abdomen y se dio cuenta de que el calor que se le escapaba por el vientre no era su bronca, ni siquiera el reproche por haber caído en una trampa tan burda, era la vida que le jugaba otra mala pasada. Una más.

—Estoy cansado —le dijo a su mujer  y agregó: —Tomá y perdoname.
Tiró los billetes sobre la mesa. Iba a completar la frase con otra promesa de que no bebería tanto pero no pudo hacerlo. El mundo se convirtió en una cortina negra y silenciosa que lo arrastraba a su piso alisado y sin mosaicos.

Cuando despertó, un enfermero amable cambiaba la bolsa de suero y le sonreía con delicadeza. —Bienvenido—dijo a modo de saludo. El Negro devolvió la sonrisa y supo que estaba de regreso.

(Publicado en la Antología del Círculo de Escritores del Comahue, 2010).

El otro día, en el cole. Dos hombres,  un cartón de vino, casi una pelea con un vendedor de alfajores. Desesperados contra desesperados, infiernos entre pares.

Me acordé de este cuento

5 opiniones en “Sed”

  1. Muy bueno el cuento, Horacio. Como todos los tuyos. Agradezco ese final feliz, esa posibilidad de aprender para reemprender la vida desde otro lugar.

    Un beso grande

  2. Estupendo, qué pluma filosa!
    El Negro, el gitano y el Chino son apodos que así, juntos, me dan ganas de ser invitado a jugar al truco.
    Después de la cortina negra y silenciosa creí que no habría más…

    Abrazo!

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