Entró al bar con una solera que desnudaba unos hombros perfectos. Aros pequeños en forma de corazón, un brillo manso en la mirada. Era de ensueño. Se acodó en la barra y pidió una copa de vino.
—¿Mientras lo esperamos?
—Mientras lo recuerdo —dijo y mi sonrisa quedó trunca. Levantó las cejas para alejar mi incomodidad y un pedido desde el otro extremo me sacó del apuro. Serví el trago y la miré de reojo. Ella bebía sorbos pequeños, humedeciéndose los labios.
La tecla del punto se mueve inquieta en el teclado. No sé si es que pide a gritos una pausa. O que faltan pausas. Pero me mira. Nos estudiamos como dos jugadores de naipes que juegan sus últimas cartas. De redención o bancarrota.
La tecla del punto se mueve inquieta en el teclado. Algo quiere contarme. Y espero. Solo espero, como el viejo sentado en la vereda. Él habla por sus arrugas, la mirada mansa, las manos sobre el bastón, el perro a sus pies. Les sonrío al pasar y él devuelve el saludo, entornando los párpados.
Convicciones a prueba
de tropiezos
algunas voces
a cuestas
varias canciones
desencuentros
lazos
besos
la belleza de la mañana
y sus rumores
premura de navegantes
que naufragan
en busca de sirenas
la palabra y su trabajo
increpan al lenguaje
por asalto
un verso exhausto
habita la travesía
de los abrazos.
Por lo general, me conformo con escribir mentalmente. Es más fácil. En la cabeza, todo se desarrolla sin dificultades. Pero, tan pronto uno empieza a escribir, las ideas se transforman, se deforman, y todo deviene falso. Por culpa de las palabras.
Agota Kristof, «Ayer», edición digital. Traducción de Manuel Percira.
Los veo siempre. Ella más joven, no sé si llega a los veinte años.
Él, unos diez más. Ambos limpian vidrios en la colectora de la ruta.
A pesar de la negativa generalizada no pierden la sonrisa. De tanto en tanto la piba lo llama y le estampa un beso, acaso la energía necesaria para volver a enfrentarse a la jauría de autos polarizados.
La mayor diferencia entre la prosa y la poesía no radica en una cuestión de ritmo, de música o de mayor o menor presencia del elemento racional. En estos rubros, en contra de la opinión corriente, prosa y poesía son iguales. La verdadera diferencia, diría la única, es que sólo hay una forma de escribir un poema, y es verso a verso, mientras no se escriben un cuento o una novela línea por línea. El cuentista y el novelista siempre saben un poco más de lo que están escribiendo; el poeta sólo sabe, de lo que escribe, el verso que lo tiene ocupado, y más allá de él no sabe nada; así, cada nuevo verso lo toma de sorpresa. Todo poema está fincado sobre la sorpresa de quien lo escribe y, en consecuencia, sobre su nula voluntad de construir algo, que se reafirma a cada paso, en cada verso. Siendo en mucha mayor medida que la prosa un arte de la escucha, la poesía debe ajustar cuentas con cada paso que da, antes de concebir el siguiente, y por eso carece de expectativas.
Cuando todo se vuelve demasiado complicado y difícil de abarcar, suelo contemplar una fotografía en blanco y negro que tengo en la pared. Es una foto de cuando yo tenía nueve años. Estoy sentado en un pupitre, en el colegio de Sveg. Cuando veo esa cara llena de curiosidad y la certeza de que todo es posible en la vida, siento que vuelve la fuerza de querer comprender.
vi
en las morgues hay cadáveres, pequeños con delantal blanco
la lluvia no cesa y hay cadáveres
y en la plaza árboles monumentos edificios
pelean su lugar
con diez toneladas de bombas automóviles
colectivos trolebuses camiones
despanzurrados tranvías
aceite combustible sangre sobre el empedrado húmedo
y encima
hay cadáveres trozos perros esquirlas de carne muerta
y no más dolorida esa carne
sacrificada la carne por la libertad
cristo vence la democracia
que muera el tirano que no murió
XXX
¿cuánta ternura
no habrá sido desperdiciada
pisoteada
¿en las tristes malezas del odio?
¿qué amor azul
del aire al amanecer
no habrá claudicado?
¿cuántos besos
habrán perdido los amantes
y qué madre
no habrá amamantado ya más?
carne sufriente son, almas dolidas
voces que no cantan, plañen
y ojos hartos de ver
tanto dolor, ah magnolia muerta
(Poemas de “Cantares de Junio”, de Gerardo Burton).
El 16 de junio de 1955, aviones de la Armada y la Fuerza Aérea bombardearon la Plaza de Mayo en Argentina, además de disparar con ametralladoras contra el Ministerio de Economía y otros edificios públicos, en un intento de golpe de estado contra el gobierno del general Juan Domingo Perón.
El ataque causó al menos 308 muertos y miles de heridos.
Durante décadas, el hecho fue silenciado por la historia oficial.
“Lo que conoce el pensamiento poético no lo puede conocer ningún otro pensamiento porque la poesía es una conjetura acerca de lo inexplicable. Un modo, quizás el único, de acercarse a las quimeras.
¿Qué es, entonces, la palabra poética y para qué sirve el pensamiento poético?
En 2017, el dramaturgo Alejandro Finzi realizó un taller literario en la Universidad Nacional del Comahue y la propuesta final de trabajo, fue la producción de textos en homenaje al estudiante Sergio Ávalos.
Sergio estudiaba en la Facultad de Economía y Administración y el 14 de junio del año 2003 fue a bailar al boliche “Las Palmas”. Alrededor de las 3 de la mañana, fue la última vez que se supo de él. Su caso es emblemático en Neuquén, porque nunca hubo una respuesta de las instituciones del Estado sobre quiénes desaparecieron a Sergio.