La voz en el aire

“Murió”. Cinco letras en un mensaje de texto. Para qué más. Instantes después llega el flash informativo desde la radio. El sonido lacera el aire, se cuela en la habitación teñida de ocres y la vista se nubla por un instante. Entonces ella gime y ambas entrecruzan miradas. Una tímida sonrisa mientras enrosca su manito en el dedo meñique de su madre.

Se escucha la respiración del movilero, que intenta ponerle palabras a lo incomprensible, como si la muerte tuviera algún sentido. Pero no lo tiene. Mientras amamanta a la bebé, toma el celular, necesita contárselo a alguien. “Lo acabo de escuchar ”, apunta él bajo la misma pena. “Llego en un rato, besos a la gordita”, agrega.

La cena transcurre entre el relato a borbotones sobre lo sucedido, hasta que el cansancio posa un manto de piedad sobre las noticias. El viernes santo amanece con una ciudad estupefacta y la radio, siempre la radio.

“Ahora tomamos los nombres de nuestros mártires y los pegamos en la cruz”, dice el cura mientras el Vía Crucis de los barrios del oeste cierra su peregrinación en el CPEM 69. “Los quitamos, los rompemos en pedacitos y los repartimos entre todos, para llevarlos en el corazón”, afirma. El parlante lo cuenta. La piel lo sufre.

El movilero apenas habla y la emoción amenaza con desbordarlo. El mate está frío, la habitación continúa con sus ocres y la pareja entrecruza miradas. La beba juega con un disco compacto, embelesada en sus brillos y matices, ajena —o no tanto— a las voces y sus palabras.

En la radio se convoca hacia el puente. No hacen falta acuerdos ni preguntas. Muchísima gente, un espeso silencio y el pedido de justicia. La pequeña tiene hambre y ella la amamanta en una silla que no es de nadie y es de todos, porque si hay algo que sobra es solidaridad. Y mitiga la pena a cuentagotas.

Él detiene la mirada en sus afectos mientras se suceden los discursos. Entonces oye la voz a sus espaldas, esa que siempre le llega desde los auriculares o de un parlante. Por un momento está tentado en darse vuelta, endosarle una cara a esa voz. Pero comprende que no es necesario. Alcanza con que el aire se llene con sus palabras.


Este relato fue uno de los seleccionados, en el marco de los 25 años de Radio Universidad Calf, de Neuquén, para el libro “Prendí la radio y se encendió el aire”.

Integra también la edición de Series y Grietas, (cuentos), publicado por Colisión Libros.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *