Junta dos cosas que no se habían juntado antes y el mundo cambia

«Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante». Así comienza Niveles de vida, de Julian Barnes.

Dividida en El pecado de la altura, En lo llano y La pérdida de la profundidad, la novela nos sumerge en los retos de los primeros vuelos de globos aerostáticos, la elevación del llano a través del amor y las pérdidas amorosas o irreparables.

En la primera de sus partes, se narra los deseos aventureros que querían conquistar el cielo con sus globos aerostáticos. «La primera ascensión de la historia en un globo de hidrógeno la realizó el físico Jacques Charles el 1 de diciembre de 1783. «Cuando sentí que me alejaba de la tierra», comentó, «mi reacción no fue de placer, sino de felicidad». Fue «un sentimiento moral», desliza una voz que emparenta las historias de quienes participaron en los primeros vuelos como Fred Burnaby, miembro del Consejo de la Sociedad Aeronáutica, la actriz Sara Bernhardt, Félix Tournachon (también conocido como Nadar, por sus trabajos fotográficos) y otros aeronautas como los hermanos Godard.

Las aventuras de los aeronautas eran objeto de una crónica instantánea con sus vuelos que unían Francia con Inglaterra o Francia con Alemania. Seguidos por la sociedad, sus vuelos «representaban libertad, pero una libertad supeditada a los antojos del viento y el clima»; vuelos de difícil control, como el amor o la vida.

Y en aquello de juntar dos cosas que no se habían juntado antes, Nadar asoció la fotografía con la aeronáutica, buscando ser el ojo de Dios. «Mirarnos a nosotros mismos desde lejos, convertir de pronto lo subjetivo en objetivo: esto nos produce una conmoción psíquica… fue Félix Tournachon, el del pelo llameante —aunque sólo fuese desde la altura de unos pocos centenares de metros, aunque fuese en blanco y negro, aunque sólo fueran unas pocas vistas locales de París—, el primero que juntó dos cosas».

En la segunda parte del libro, En lo llano, se retoma al bohemio y aventurero coronel británico Fred Burnaby y su pasión por la actriz Sarah Bernhardt. «Juntas a dos personas que no se habían juntado antes; y a veces el mundo cambia y a veces no. Pueden estrellarse y arder, o arder y estrellarse. Pero hay veces que se hace algo nuevo y entonces el mundo cambia. Juntas, en esa primera exaltación, en esa primera elevación estruendosa, son más grandes que sus dos egos separados. Juntas ven más lejos y más claramente».

Sara tenía un hijo ilegítimo que llevaba a todas partes, indiferente a la reprobación social. Judía en una Francia en gran medida antisemitala joven encandiló a Burnaby. «Vivimos a ras de suelo, en lo llano, y sin embargo aspiramos a elevarnos. Terrestres, a veces ascendemos tan alto como los dioses. Algunos se elevan por medio del arte, otros con la religión; la mayoría, con el amor. Pero al elevarnos también podemos caer en picado. Hay pocos aterrizajes suaves. Podemos rebotar en el suelo con tal fuerza que se nos fractura una pierna y somos arrastrados hacia una vía férrea extranjera. Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. Si no al principio, más tarde. Si no para uno, para el otro. A veces para ambos.

»Entonces, ¿por qué aspiramos continuamente al amor? Porque el amor es el punto de encuentro entre la verdad y la magia. La verdad, como en la fotografía; la magia, como en los globos aerostáticos».

El coronel, bohemio, aventurero y que despreciaba de las convenciones, conoció en una velada a la actriz. Alto él y pequeña y delgada ella, que puede colarse entre las gotas de lluvia sin mojarse. Dos que no pueden juntarse y un mundo que cambia. «Notó que ella, más que mirar, examinaba su atuendo de paseo: casaca y pantalón ecuestres, botas tobilleras, espuelas; una gorra sin distintivos, temporal mente abandonada encima de una mesita.

—¿Y cuál es su guerra? —preguntó ella, sonriente.

No supo qué contestar. Pensó en guerras en las que sólo participaban hombres. Pensó en asedios y en que los hombres supuestamente asediaban a mujeres hasta que ellas se rendían. Pero por una vez no tuvo ganas de fanfarronear, y a menudo se sentía incómodo con las metáforas».

Sara, imponente en el escenario, Fred impresionante por si mismo y tres cuartas partes enamorado… Vio a los dos como pareja, juntando cosas, ensamblando una vida, pero«el amor nos da una sensación similar de fe e invulnerabilidad. Y a veces, quizá a menudo, funciona. Esquivamos las balas del mismo modo que Sarah Bernhardt afirmaba que esquivaba las gotas de lluvia. Pero siempre llega el lanzazo súbito en el cuello. Porque toda historia de amor es una potencial historia de aflicción».

Y así nos toca atravesar el barro de la falta, en La pérdida de la profundidad. «Juntas a dos personas que nunca habían estado juntas. A veces es como aquel primer intento de acoplar un globo de hidrógeno a otro de aire caliente: ¿prefieres estrellarte y arder o arder y estrellarte? Pero a veces funciona y se crea algo nuevo y el mundo cambia. Después, tarde o temprano, en algún momento, por una razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocional mente posible».

Cada historia de amor es en potencia una historia de aflicción. En el último tramo del libro, Barnes salta en el tiempo del siglo XIX al XX y hace un tránsito desde las historias ajenas a la propia, al contar la muerte de su esposa y agente literaria Pat Kavanagh, con tramos que me recordaron a Joan Didion en El año del pensamiento mágico, con su desconsuelo en oleadas y arrebatos que ciegan los ojos y borran la cotidianidad de la vida.

«Afrontamos mal la muerte, ese suceso banal y único; ya no la integramos como una parte de una pauta más amplia. Y, como dijo E. M. Forster: «Una muerte puede explicarse a sí misma, pero no arroja luz sobre otra», cita Barnes.

Y como no hay reglas, intentamos aferrarnos a ellas. «Quizá el duelo, que destruye todas las pautas, destruye algo más: la creencia de que existen pautas. Pero creo que no podemos sobrevivir sin creerlo. Por eso cada uno finge que encuentra o que restablece una. Los escritores creen en las pautas que forman sus palabras, que esperan y confían en que constituyan ideas, historias, verdades. Es lo que les salva siempre, estén o no de luto… sabía ya que sólo las viejas palabras servían: muerte, congoja, tristeza, pesar, sufrimiento. Nada modernamente evasivo o medicinal. La aflicción es un estado humano, no médico, y aunque haya píldoras que nos ayuden a olvidarla —y todo lo demás—, no hay pastillas que la curen. Los afligidos no están deprimidos, sino sólo debida, adecuada, matemáticamente tristes («el dolor es directamente proporcional al valor de lo que hemos perdido»). Un verbo eufemístico que aborrecí especialmente era «dejarnos». «Me entristece saber que su mujer nos ha dejado» (¿como una herencia, una carga?). No tienes que imponer a los demás la palabra «morir», aunque la emplees tú mismo. Hay un punto intermedio. En un acto social al que mi mujer y yo solíamos asistir juntos, un conocido se me acercó y dijo simplemente: «Aquí falta alguien». Me pareció correcto, en ambos sentidos. Una aflicción no explica otra, pero pueden superponerse. Y por eso hay complicidad entre afligidos. Sólo tú sabes lo que sabes, aunque sólo sea que sabes cosas distintas».

La aflicción es una parte de la pérdida y el duelo otra. «La aflicción es vertical y vertiginosa mientras que el duelo es horizontal. La aflicción te trastorna el estómago, te quita la respiración, corta el suministro de sangre al cerebro; el duelo te proyecta hacia una nueva dirección. Pero como ahora estás envuelto en una nube es imposible saber si estás varado o en engañoso movimiento. No dispones de un útil y pequeño invento consistente en un diminuto paracaídas de papel atado a cincuenta metros de cuerda de seda. Lo único que sabes es que es muy escaso tu poder de alterar las cosas. Eres un aeronauta bisoño, a solas debajo de la bolsa de gas, provisto de unos cuantos kilos de lastre, y te han dicho que esa cuerda que tienes en la mano y que nunca has visto antes es el cordel de la válvula». Y otra vez a los aeronautas.

No hay manuales para atravesar el dolor y el duelo, algo que también descubrimos en Un camino sinuoso con la capota abierta, primer capítulo de la segunda temporada de Amor Moderno, cuando la protagonista busca vender el auto que fuera de su pareja:

—Ese coche me retenía.

—¿A qué te refieres?

—Es como una máquina del tiempo, ¿Sabes? Cuando me subo, me transporta y a veces hasta hablo con él. Y me disculpo por eso.

—¿Cómo ‘hablas con él’?

—Es como si estuviera ahí, a mi lado. Solo pasa cuando estoy sola.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

— No quería que pensaras que estaba loca. O que estoy demasiado metida en mi pasado, o que intento mantenerlo vivo, o algo así

—No creo que puedas controlar esas cosas.

—Tengo un jersey suyo en el armario envuelto en plástico. A veces lo saco y lo huelo y siento como si me abrazara. ¿Está mal?, Quiero decir ¿quieres dejarme?

—Hay personas que pierden a alguien…Puede ser un desafío mantenerlos con vida. Sanan rápidamente y siguen con sus vidas, y se sienten mal por ello. Para otros, es difícil mantenerlos muertos, no los dejan en paz el resto de sus vidas. Así son el amor y el dolor. No hay reglas.

En algún momento, como en Un camino sinuoso con la capota abierta o en Niveles de vida, pactamos una tregua con lo irreparable para dejar atrás posesiones o recuperar la concentración al leer un libro. Es cuando regresa «…la alegría y el placer, aún cuando reconozcas que esa alegría se ha tornado más frágil, y que el placer presente no se puede comparar con el gozo pretérito. En que la aflicción sea «sólo» el recuerdo de la pena; si alguna vez sucede. En que el mundo vuelva a ser «sólo» el mundo y notes que la vida una vez más discurre en el llano, a ras de suelo». Imaginamos que hemos combatido la aflicción, que hemos sido resueltos, superado la tristeza, restregado la herrumbre de nuestra alma, y lo que en verdad ha ocurrido es que la aflicción se ha desplazado a otro sitio, ha cambiado su propósito.

Novela de pérdidas, de tomar el cielo por asalto o de remar una historia de amor, Niveles de vida es como el viaje de los primeros aeronautas y el viento nos lleva por diferentes estados de ánimo. Para empezar, no hemos sido nosotros los que hemos traído las nubes, y carecemos del poder de disiparlas. Lo que en verdad ha ocurrido es que en alguna parte —o en ninguna— se ha levantado una brisa y otra vez nos estamos moviendo. Pero ¿adónde nos lleva?. No sé si hay respuestas, sí una hermosa obra que te invito a descubrir.

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