Opacar el ruido de un tren que no es un tren

La muerte de un familiar es una excusa para volver a casa. ¿Alguna vez terminamos de irnos?, ¿y si nos vamos, pensamos en regresar?, ¿nos arraigamos en nuevos lugares? Son algunas de las preguntas que se desprenden de la novela El sistema del tactode Alejandra Costamagna.

Ania, la protagonista, cumple con la petición de su padre de despedir a su tío Agustín y emprende un viaje desde el otra lado de la cordillera a la llanura, al pueblo en que regresaba durante su infancia, a visitar a sus abuelos.
«Que se va a morir, le dice el padre. Que su primo, el último pariente de su corteza que queda vivo, su único primo, agoniza al otro lado de la cordillera. Que él no puede viajar a Campana, dice, que por favor vaya a acompañar a Agustín en la agonía».
Recientemente despedida de la escuela en que trabajaba, Ania acepta el viaje, huir hacia adelante, preguntarse qué hacer con su futuro. «La verdad de las cosas, piensa Ania, el padre no es capaz de ver a Agustín en esa condición porque advierte ahí, seguramente, su propio declive. Ya nos vamos extinguiendo, nena, saca un hilito de voz el hombre para hablar. Y a la hija esas cinco palabras le atraviesan el pellejo. En ese momento, sin decirlo, acepta la petición».
El viaje de Ania es también un viaje al desarraigo personaly el de sus familiares, inmigrantes que llegaron al continente latinoamericano huyendo del hambre, la miseria la pobreza, con la esperanza de regresar y no sentirse extranjeros en unapatria ajena.
Novela sobre la pertenencia y la memoria, una máquina de escribir, cuadernos de dactilografía de su tío Agustín, cartas entre inmigrantes y erratas tipeadas con ahínco en una casa anclada en el tiempo, colmada de recortes y retratos de viaje. Allí se instalará durante unos días Ania: «Piensa que no tiene sentido estar acá, que debe volver a Chile y enfrentar de una vez las cosas. ¿Qué cosas? Su existencia, qué otra cosa. Pero se da cuenta de que el pensamiento no es enteramente suyo. Hay algo que se mueve sin su voluntad ahí adentro, en su cráneo, y que no alcanza a captar. A la cuarta noche se levanta, desenfunda la máquina de escribir y se pone a teclear lo primero que aparece: oraciones sin rienda, imágenes batidas a cuero pelado. Necesita opacar el ruido del tren que no es un tren. Se le ocurre que debería escuchar otras voces. Salir a comprar pilas para la radio de Agustín y escuchar cualquier señal, la que el mundo quiera mandarle ahora mismo».
Y durante un lapso de tiempo el pasado, el presente y el futuro se concentran en una vivienda abandonada, rodeada de recuerdos y susurros de voces que no están. «Ymientras lo piensa, piensa también que le gusta mucho la expresión a flor de piel. Una imagen bella y extraña. Como si los recuerdos brotaran desde los poros, crac, con tallos, pétalos y espinas. Respirar, eso necesita. Descansar, poner la mente en blanco. Aunque a lo mejor la palabra no es respiro ni descanso, sino arraigo. Le vendrá bien pasar unas noches en este rincón, se dice a sí misma, lejos de todo».
Lejos de todo. Como si fuera posible. Novela de búsqueda y reencuentro, de repensar los lazos familiares en una ciudad que oscila entre la pertenencia y lo desconocido: «Contrapuntos: no competir con el perro ni con la mujer de tu padre, no buscarse en las fotografías de los muros ajenos, no vivirse en la vida de los otros, no esperar a los muertos donde nadie los ha llamado, tener un jardín y regarlo por las noches, no mirar las montañas como accidentes geográficos sino como ramales biográficos, llorar en los entierros ajenos y en los propios, sobre todo en los propios, subir altillos como quien escala una cumbre. Eso debe hacer: atreverse a subir la escalera del altillo y confrontar el recuerdo con la ruina», manifiesta la protagonista.
«De pronto se le ocurre que el origen de sus problemas es que no tiene jardín. Ania piensa que regar un jardín de noche debe ser como rescatar un pájaro sin canto o atravesar un océano o golpear frenéticamente las teclas de una máquina de escribir. Y que sin jardín ni pájaros ni teclados ni mares abiertos donde poner la mente en remojo, todo se vuelve improbable. Pero está segura, segurísima, de que en el futuro cercano, después de que todo esto pase, tendrá un jardín y lo regará con esmero. Como si fuera un pequeño campo del interior, un territorio liberado de los recuerdos y la sangre. Lo regará con el sistema del tacto, como si se tratara de un corazón desfalleciente, con celo de taquígrafo. Y algunas noches le parecerá escuchar el canto de un tilonorrinco o la voz de su padre. Un sonido que se mezclará en su cabeza y la dejará despierta. Y se levantará de madrugada y ajustará la manguera y prenderá la llave y dejará que el agua corra sobre los mechones de pasto y vaya labrando un charco que delinee, gota a gota, los contornos de una laguna propia».
Y en los contornos de esta laguna propia, El sistema del tacto sugieren discursoscomplementarios, que interrogan sobre la búsqueda de la identidad, siempre en construcción con pilares en lo que denominamos familia y a veces es tan extraña en un tiempo trizado, bajo unaestación de ferrocarril donde no pasa el tren y «… la sirena de bomberos afina su melodía de las doce. Igual de aguda que las cigarras, que las risas de los viejos, que el repiqueteo del tren en la madrugada. Un pueblo que chilla, que no se calla nunca, a pesar del silencio que finge transmitir». Como la pertenencia y la memoria.

Alejandra Costamagna (Santiago de Chile, 1970) ha publicado las novelas En voz baja (1996, Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral), Ciudadano en retiro (1998), Cansado ya del sol (2003) y Dile que no estoy (2007, finalista del Premio Planeta-Casa de América y Premio del Círculo de Críticos de Arte), el cuento largo Naturalezas muertas(2010), los libros de cuentos Malas noches(2000), Últimos fuegos(2005, Premio Altazor), Animales domésticos(2011), Había una vez un pájaro(2013) e Imposible salir de la Tierra(2016) y el libro de crónicas y ensayos Cruce de peatones(2012).
Ha escrito para las revistas Gatopardo, Letras Libres y El Malpensante, entre otros medios. En 2003 obtuvo la beca del International Writing Program de la Universidad de Iowa, Estados Unidos. En 2008 recibió en Alemania el Premio Anna Seghers de Literatura.
Publicado en Plan B Noticias

Es posible que no haya nada cierto en este mundo, pero debemos creer en algo

Durante nueve meses un conocido retratista decide recorrer el norte de Japón, luego de separarse de su mujer. Luego de deambular por el país, acepta el ofrecimiento de un amigo y se instala en la casa de su padre, un pintor famoso que está internado y al borde de la demencia.
En aquella casa, el artista descubre un cuadro llamado “La muerte del comendador”, oculto en un desván y desde entonces, una serie de hechos inexplicables comienzan a cruzarse con lo real, y “admitir que en las costuras de la realidad debía de haberse producido un ligero desgarro”.
Y es en ese ligero desgarro cuando aparecen distintos personajes y hasta un enigmático pozo que atrae a los protagonistas que se sumergen en él, para quedar a solas con sus pensamientos, en escenas que remiten a Crónica del Pájaro que da cuerda al mundo. “De vez en cuando necesito hacer cosas de ese tipo. O sea, quedarme encerrado en un lugar oscuro y estrecho, sumergirme en un perfecto silencio”.
Al tiempo que la realidad comienza a desdibujarse en mundos paralelos, el retratista retoma su pasión por la pintura. “Observé durante un rato el rostro que había dibujado casi sin levantar el pincel del lienzo. Me alejé un poco para tener perspectiva sobre el resultado. De momento no era más que un esbozo, pero sus contornos dejaban entrever cierto brote de vida. Quizás era el origen de algo que terminaría por emerger con naturalidad. Sentía como si una mano (me pregunto qué sería en realidad) se alargase para encender un interruptor dentro de mí. Tuve la impresión de que un animal dormido en lo más profundo de mi ser había despertado en el momento preciso y se disponía a salir de su letargo”.
Junto a su pasión por volver a pintar, la realidad convive con personajes, imaginarios y reales. “Siempre me había gustado contemplar, por la mañana temprano, un lienzo en blanco, donde aún no había nada pintado. A ese acto lo llamaba el momento zen del lienzo: no había nada, pero eso no quería decir que estuviera vacío. En la superficie completamente blanca se escondía algo por venir. Al aguzar la vista veía muchas posibilidades que en algún momento se concretarían en algo. Era un momento que siempre me había gustado: el momento en que lo que es real y lo que no lo es se confunden”.
Como en otros libros de Murakami no faltan las alusiones a la música clásica o el rock, en este caso con Bruce Springsteen. O el sumergirse en un país de las metáforas para beber agua y cruzar “un río que separaba la nada del todo… una buena metáfora consigue que aparezcan las posibilidades latentes que hay en todas las cosas. Es lo mismo que sucede con un buen poeta cuando crea escenas nuevas, distintas, en un paisaje conocido. Una buena metáfora puede convertirse en un buen poema, ni que decir tiene. Debe intentar no apartar sus ojos de ese nuevo paisaje”
Y en ese nuevo paisaje los personajes sufren transformaciones, comparten secretos y crean pinturas incompletas, quizás como la vida. También las certezas pierden solidez, adviritendo que “debemos creer en algo”, aferrarnos a lo que nos hace únicos, deleitarnos “en la contemplación de una lluvia suave y silenciosa cayendo sobre la superficie de un lago. Es una lluvia que nunca dejará de caer en mi corazón”, confiesa el protagonista en las páginas finales del libro.
“La muerte del comendador” no defrauda a las y los lectores de Murakami. Obra que reflexiona sobre la práctica del artista y el rol del arte, sostiene la necesidad de cimentar nuestras creencias en un mundo en el que lo real convive con lo imaginario, lo subterráneo, sin límites demasiados precisos y con un pasado que dialoga con el presente para develar algunos secretos.
Publicado también en Plan B Noticias