En cuanto a la felicidad, la felicidad verdadera, la felicidad no adulterada… trató de pensar en la última vez que había sido feliz, pero lo único que recordó fue la mano de su padre sobre su cabeza. El mundo era tan armonioso entonces. Había un cielo y había un infierno y había un camino infalible para pasar de uno a otro. Él tenía todas las respuestas, tenía las llaves del reino: de los reinos, porque eran tres. La Oscuridad Exterior le respiraba en la nuca pero él jamás se dejaría tentar, a menos que renegara de lo que sabía. Pero después renegó de lo que sabía. Mejor no haber sabido nunca antes que saber y renunciar: eso era imperdonable. Ese era el pecado imposible de perdonar.
Trató de encontrar el camino de regreso, pero si creer es una batalla cuesta arriba, volver a creer es una guerra: fuego cruzado de mosquetes y bayonetas sedientos de sangre.
Del cuento, “La amputada”, en el libro “El cielo de los animales”, de David James Poissant.
Etiqueta: Escriben otros
Canta las cosas que penetran al corazón

CANTO Tú no cantes no cantes a las flores de cerezo ni a las alas de las libélulas no cantes al murmullo del aire ni al aroma del cabello de las mujeres. Niégate todas las cosas débiles todas las cosas frágiles todas las cosas melancólicas. Rechaza todas las cosas sentimentales y canta con franqueza lo que piensas lo que llena nuestro estómago. Canta las cosas que penetran al corazón canta un canto que aúlle cuando lo destrocen un canto que brote desde el fondo del agravio. Estos cantos cántalos valerosamente con una melodía severa. Estos cantos clávalos con martillo en el corazón de la gente. SHIGUEHARU NAKANO (FUKUI, JAPÓN, 1902-1979)
De origen campesino. Ingresó en 1924 en la facultad de letras alemanas de la Universidad de Tokio. En 1926 publicó la revista Roba (El asno), en colaboración con otros jóvenes poetas. Organizó un grupo literario marxista con estudiantes universitarios, llamado Sociedad de Estudios sobre el Arte Marxista, el que se unió más tarde a la Federación de Arte Literario Proletario del Japón, cuya revista fue Bunguei Sensen (Frente de Arte Literario). Nakano tuvo participación decisiva en la elaboración de la teoría de lo que en el Japón se conoce como literatura proletaria, movimiento surgido en 1921, y destrozado en 1932 por el gobierno ultranacionalista japonés. En su obra concilia el lirismo y lo ideológico. Se considera la máxima representación de la poesía marxista del Japón. Sufrió cárcel y censura.
(Extraído de Antología de la poesía moderna del Japón, 1868-1945.)
AA. VV., 2010. Traducción y selección: Atsuko Tanabe.
Imagen: Pixabay.
El monte y el río
En mi patria hay un monte. En mi patria hay un río. Ven conmigo. La noche al monte sube. El hambre baja al río. Ven conmigo. Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos. Ven conmigo. No sé, pero me llaman y me dicen: «Sufrimos». Ven conmigo. Y me dicen: «Tu pueblo, tu pueblo desdichado, entre el monte y el río, con hambre y con dolores, no quiere luchar solo, te está esperando, amigo». Oh tú, la que yo amo, pequeña, grano rojo de trigo, será dura la lucha, la vida será dura, pero vendrás conmigo.
Del libro Los versos del capitán, de Pablo Neruda.
Busco las monedas justas para huir del clima agobiante de siempre

Robar
A la edad de trece años robaba dinero a mis padres. Sustraía todos los días las monedas suficientes para ir al cine, al que iba siempre solo, huyendo del clima agobiante de mi casa. Iba a la primera función vespertina, cuando el cine estaba prácticamente vacío. No recuerdo una sola película, un solo título, una sola imagen de lo que desfilaba ante mis ojos. Creo que el sentimiento de ser un ladrón me impedía disfrutar del espectáculo y procuraba no mirar a la cara a la empleada de la taquilla que, estaba seguro, adivinaba de dónde venía el dinero con que pagaba el boleto. Casi no tenía amigos en esa época, mi desempeño en el colegio había caído en picada y el cine era mi único alivio. Robaba a la misma hora, después de comer, aprovechando la breve siesta de mis padres. Me temblaban las manos al hurgar en los bolsillos del saco de mi padre y en el monedero de mi madre. Reconocía al tacto las monedas que necesitaba sustraer y sólo me llevaba la cantidad justa para la entrada, ni una moneda más. Ignoro qué repercusión tuvieron esos hurtos en mi vida y me he preguntado si no influyeron en mi inclinación literaria; si la escritura no ha sido una prolongación de ellos, porque me otorgaron, junto con la vergüenza y el remordimiento, una tendencia introspectiva que más tarde me llevó a leer muchos libros y escribir yo mismo unos cuantos. No me arrepiento pues de esos hurtos y pienso incluso que habría que enseñar en los talleres literarios a robar pequeñas cantidades de dinero, porque cuando se escribe con intensidad se está en realidad robando, sustrayendo de los bolsillos del lenguaje las palabras necesarias para aquello que uno quiere decir, justo esas palabras y ni una más.
Todavía hoy, después de muchos años, acostumbro levantarme muy temprano para escribir, cuando todo el mundo está dormido. No concibo la escritura como una actividad preclara, sino furtiva. Busco las monedas justas para huir del clima agobiante de siempre. Como me levanto muy temprano, mis amigos me admiran por mi disciplina.
(Morábito Fabio, “El idioma materno”, Buenos Aires, Ediciones Gog y Magog, 2014, pp. 9-10)
La memoria es algo extraño
La memoria es algo extraño. Mientras estuve allí, apenas presté atención al paisaje. No me pareció que tuviera nada de particular y jamás hubiera sospechado que, dieciocho años después, me acordaría de él hasta en sus pequeños detalles. A decir verdad, en aquella época a mí me importaba muy poco el paisaje. Pensaba en mí, pensaba en la hermosa mujer que caminaba a mi lado, pensaba en ella y en mí, y luego volvía a pensar en mí. Estaba en una edad en que, mirara lo que mirase, sintiera lo que sintiese, pensara lo que pensase, al final, como un bumerán, todo volvía al mismo punto de partida: yo. Además, estaba enamorado, y aquel amor me había conducido a una situación extremadamente complicada. No, no estaba en disposición de admirar el paisaje que me rodeaba.
Sin embargo, ahora la primera imagen que se perfila en mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que, si alargara la mano, podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko, ni estoy yo.«¿Adónde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así? Todo lo que parecía tener más valor —ella, mi yo de entonces, nuestro mundo— ¿adónde ha ido a parar?». Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. Conservo un decorado sin personajes.
(Murakami, Haruki, Tokio blues (Norwegian Wood), Buenos Aires, Tusquets Editores, 2009).
Verso y prosa



La mayor diferencia entre la prosa y la poesía no radica en una cuestión de ritmo, de música o de mayor o menor presencia del elemento racional. En estos rubros, en contra de la opinión corriente, prosa y poesía son iguales. La verdadera diferencia, diría la única, es que sólo hay una forma de escribir un poema, y es verso a verso, mientras no se escriben un cuento o una novela línea por línea. El cuentista y el novelista siempre saben un poco más de lo que están escribiendo; el poeta sólo sabe, de lo que escribe, el verso que lo tiene ocupado, y más allá de él no sabe nada; así, cada nuevo verso lo toma de sorpresa. Todo poema está fincado sobre la sorpresa de quien lo escribe y, en consecuencia, sobre su nula voluntad de construir algo, que se reafirma a cada paso, en cada verso. Siendo en mucha mayor medida que la prosa un arte de la escucha, la poesía debe ajustar cuentas con cada paso que da, antes de concebir el siguiente, y por eso carece de expectativas.
Continuar leyendo “Verso y prosa”La fuerza de querer comprender
Cuando todo se vuelve demasiado complicado y difícil de abarcar, suelo contemplar una fotografía en blanco y negro que tengo en la pared. Es una foto de cuando yo tenía nueve años. Estoy sentado en un pupitre, en el colegio de Sveg. Cuando veo esa cara llena de curiosidad y la certeza de que todo es posible en la vida, siento que vuelve la fuerza de querer comprender.
Continuar leyendo “La fuerza de querer comprender”Hay cadáveres


vi en las morgues hay cadáveres, pequeños con delantal blanco la lluvia no cesa y hay cadáveres y en la plaza árboles monumentos edificios pelean su lugar con diez toneladas de bombas automóviles colectivos trolebuses camiones despanzurrados tranvías aceite combustible sangre sobre el empedrado húmedo y encima hay cadáveres trozos perros esquirlas de carne muerta y no más dolorida esa carne sacrificada la carne por la libertad cristo vence la democracia que muera el tirano que no murió
XXX ¿cuánta ternura no habrá sido desperdiciada pisoteada ¿en las tristes malezas del odio? ¿qué amor azul del aire al amanecer no habrá claudicado? ¿cuántos besos habrán perdido los amantes y qué madre no habrá amamantado ya más? carne sufriente son, almas dolidas voces que no cantan, plañen y ojos hartos de ver tanto dolor, ah magnolia muerta
(Poemas de “Cantares de Junio”, de Gerardo Burton).
El 16 de junio de 1955, aviones de la Armada y la Fuerza Aérea bombardearon la Plaza de Mayo en Argentina, además de disparar con ametralladoras contra el Ministerio de Economía y otros edificios públicos, en un intento de golpe de estado contra el gobierno del general Juan Domingo Perón.
El ataque causó al menos 308 muertos y miles de heridos.
Durante décadas, el hecho fue silenciado por la historia oficial.
Surcos


Para huir del tedio del salón de clase acostumbraba en mis primeros años escolares trazar en una hoja una carretera imaginaria, una línea sinuosa que la cruzaba de un extremo a otro y a la que después yo añadía unas desviaciones para que ganara complejidad. La recorría con el lápiz una y otra vez, hasta que las líneas se convertían en surcos, luego abría nuevas desviaciones que se convertían en nuevos surcos, y así hasta cubrir la hoja con una red intrincada de caminos. Tenía cuidado de lograr una profundidad pareja en todos los trazos, ya que el juego consistía en agarrar el lápiz y, casi sin ejercer presión alguna, deslizarlo por la hoja para que la propia carretera me guiara por su laberinto de desviaciones y ramales. Era preciso no ahondar en ningún trazo y dejar, por así decirlo, que el surco decidiera. Cuando lo conseguía, el lápiz parecía viajar solo, impulsado por los surcos y no por mi mano. Debe de haber sido mi primera experiencia de lo que llamamos inspiración. Iba descubriendo en cada “viaje” la ruta más secreta entre todas las rutas posibles, pero no tan secreta como para que no fuera susceptible de modificarse en algún punto particularmente blando o en alguna desviación de hondura menos pronunciada.
Así, cada trayecto era distinto del anterior; siempre y cuando el pulso se mantuviera estable, pues bastaba un descuido, un aumento imperceptible de la presión sobre el lápiz, para que prevaleciera un único recorrido, una sola verdad sobre la pluralidad de caminos. Ignoro en qué medida ese pasatiempo contribuyó a mi inclinación por la escritura y qué tanto me proveyó de un método para, varios años después, escribir cuentos y poemas, pero seguramente en algo contribuyó a que entendiera que también la escritura es una cuestión de pulso, de no forzar la red de caminos, de ponerse en la condición de ser guiado por una huella sinuosa y comprobar que escribir es descubrir esa huella y que basta ejercer un poco más de presión de lo debido e intervenir un poco más de lo necesario, para quedar preso en un solo surco y repetir lo ya dicho.
(Morábito Fabio, “El idioma materno”, Buenos Aires, Ediciones Gog y Magog, 2014. pp-83-84)
Feliz día a quienes escriben.