Cinco de la mañana.
Una de mis gatas y su maullido lastimero al mundo. Todos los días a la misma hora, un reclamo que no termino de comprender, aunque basta mirar alrededor para entender su inconformismo.
El cuerpo, sus facturas. Hoy fue indulgente con el dolor.
Sostiene Juan Mattio: «Hace unas semanas leí una frase de Joyce a Nora que me deslumbró: «dime que a mi lado no has visto tu corazón envejecer ni endurecerse». Creo que es la forma de amor más exigente que se pueda concebir: que el amor no envejezca nuestros corazones». Acaso allí apunta la queja de mi gata. «Hay que endurecerse sin perder la ternura», el Che, en la misma sintonía.
Maullidos contra la indolencia, que la empatía no sea una batalla perdida.
Inundar el mundo de revoluciones, pianistas utópicos y minués inconclusos, planteó Soriano.
Demasiado tiempo sin escribir, sin escucharme. Ahí también una queja del cuerpo.