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El gato atigrado, con nombre de perro azul (le debo los años de terapia), juega con un bollo de papel.o
“Dime al oído la palabra tenue/gasa, bruma, vapor”*.
Continuar leyendo «Sábado»Cuaderno de notas, textos, reseñas; de Horacio Beascochea.
El gato atigrado, con nombre de perro azul (le debo los años de terapia), juega con un bollo de papel.o
“Dime al oído la palabra tenue/gasa, bruma, vapor”*.
Continuar leyendo «Sábado»Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso y la combinación de palabras como arma letal. No las palabras, pero sí su sintaxis(*), la atracción de arrimarse o repelerse, según los días.
Llueve, abrir las ventanas y renovar el ambiente. Música de jazz.
Continuar leyendo «Las palabras y los días»No puedo escribir. A modo de amparo, diría que nadie puede, que juntar palabras es una decisión que puede salir bien, aunque esté condenada a tropezar desde su gestación.
Quizás la premisa sea derribar las primeras líneas que decepcionan, mantener a raya el desánimo, no dejarse merodear por la angustia.
Continuar leyendo «Fragmentos»—¿No te parece que los jazmines son flores amables para un mundo complicado?
La pregunta me sorprendió y me distrajo de los bocinazos. Levanté la vista y me topé con una melena plateada y unos ojos negros.
Tomó un ramo de la canasta y lo plantó frente a mi cara.
Continuar leyendo «La vendedora de jazmines»Piedra sobre piedra, un rompecabezas incompleto, demediado.
La palabra como trabajo, la que designa el mundo para contar las miserias cotidianas.
Continuar leyendo «La amenaza de una sombra terrible»La tecla del punto se mueve inquieta en el teclado. No sé si es que pide a gritos una pausa. O que faltan pausas. Pero me mira. Nos estudiamos como dos jugadores de naipes que juegan sus últimas cartas. De redención o bancarrota.
La tecla del punto se mueve inquieta en el teclado. Algo quiere contarme. Y espero. Solo espero, como el viejo sentado en la vereda. Él habla por sus arrugas, la mirada mansa, las manos sobre el bastón, el perro a sus pies. Les sonrío al pasar y él devuelve el saludo, entornando los párpados.
Continuar leyendo «La tecla del punto»Los veo siempre. Ella más joven, no sé si llega a los veinte años.
Él, unos diez más. Ambos limpian vidrios en la colectora de la ruta.
A pesar de la negativa generalizada no pierden la sonrisa. De tanto en tanto la piba lo llama y le estampa un beso, acaso la energía necesaria para volver a enfrentarse a la jauría de autos polarizados.
Continuar leyendo «Alivio contra la ferocidad»La miríada de excluidos se adosan a la vida cotidiana. Para contrarrestar el desamparo un hombre sin cabeza hace piruetas con un paraguas y una malabarista juega con un sinnúmero de pelotas. Ninguna se cae. Tareas brillantes que requieren de precisión y la noción del tiempo que imponen los semáforos.
Continuar leyendo «Todavía»Cinco de la mañana.
Una de mis gatas y su maullido lastimero al mundo. Todos los días a la misma hora, un reclamo que no termino de comprender, aunque basta mirar alrededor para entender su inconformismo.
El cuerpo, sus facturas. Hoy fue indulgente con el dolor.
Sostiene Juan Mattio: «Hace unas semanas leí una frase de Joyce a Nora que me deslumbró: «dime que a mi lado no has visto tu corazón envejecer ni endurecerse». Creo que es la forma de amor más exigente que se pueda concebir: que el amor no envejezca nuestros corazones». Acaso allí apunta la queja de mi gata. «Hay que endurecerse sin perder la ternura», el Che, en la misma sintonía.
Maullidos contra la indolencia, que la empatía no sea una batalla perdida.
Inundar el mundo de revoluciones, pianistas utópicos y minués inconclusos, planteó Soriano.
Demasiado tiempo sin escribir, sin escucharme. Ahí también una queja del cuerpo.
Aridez. Silencio. Dolores. El cuerpo y sus quejas.
Los pájaros y sus trinos. La ciudad y la furia.
Lista de palabras para eludir el cerco de lo real.
«¿Te puedo molestar?».
Quebrar el mutismo, una apuesta que parece imposible.
«Necesito llegar a Choele y el pasaje sale trescientos pesos».
Mira a la nada como adivinando mi respuesta. Cuidate, le digo.
Sopla el viento, no se lleva la angustia ni su desamparo.