“Viene y se va”, musita. Percibo su mirada perdida en un laberinto sin respuestas y que navega por una representación inaccesible. A veces, retoma un hilo con lo real. “¿Vos manejás, no?”. Asiento y le convido un mate, acaso el atajo para tender un puente.
“No entiendo cómo pasó todo tan rápido”. Cómo decirle que está bien la sorpresa, que las arrugas señalan el paso del tiempo. Me mira como si adivinase lo que estoy pensando.
“¿Vos quién sos?”. Acordate, hay una desconexión con lo real, repasé.
“¿Otra vez dulce?, hacelo amargo, qué estás esperando, si así lo tomé siempre”.
Bueno, no le pongo más azúcar, atino como respuesta a su vida de infusiones dulces.
“Si el círculo se cierra, estás frito”.
No es mi mejor cebada. No sé si es el agua o la imposibilidad de comunicarnos que parece no cejar hasta el último instante. Le tiendo otro mate. Lo toma despacio. “No quiero más. Está amargo”.
Calla.
La parra nos protege de un día que se adivina sofocante.