—Buen día.
—Hola, ¿cómo anda?
—Bien, ¿usted?
—También. ¿Qué hace por acá?
—¿Cómo qué hago?, ¿No me llamó?
—No que yo recuerde.
Continuar leyendo «La otra voz»Cuaderno de notas, textos, reseñas; de Horacio Beascochea.
—Buen día.
—Hola, ¿cómo anda?
—Bien, ¿usted?
—También. ¿Qué hace por acá?
—¿Cómo qué hago?, ¿No me llamó?
—No que yo recuerde.
Continuar leyendo «La otra voz»
Hacía frío. El viento cortaba la cara y las nubes plomizas parecían devorarse los edificios. Miré el reloj. Quererla era esperarla. Lo había sido desde el primer día.
Delante de mí el edificio oblongo estaba magníficamente iluminado. Destellos azules, que se volvían rojos para mudar al amarillo, desafiando a los bocinazos y las frenadas de los colectivos. Asentí como si pudiera verme cuando su voz en el teléfono dijo que estaba en camino. Colgué y decidí entrar al museo.
Continuar leyendo «La pintura»
Raúl abrió los ojos. El reloj marcaba las tres y cuarenta y cinco y Estela descansaba con placidez. Se levantó sin hacer ruido y fue a la cocina. En el futón, el gato lo miró sorprendido. «Sí, tenés razón», se excusó. Puso la pava en el fuego y espió por la ventana.
Garuaba. El asfalto brillante insinuó la imagen de su padre; miraba el piso vencido por un derrotero implacable. No siempre aparecía así. A veces —y era la visión que se afanaba por legarle a sus hijos— lo recordaba con la sonrisa desafiante, a prueba de adversidades y sinsentidos.
Continuar leyendo «El desvío»Pink Floyd por los auriculares. The Final Cut en repetición continua.
Caminar dejándose llevar, con pensamientos que oscilan entre el lado de acá y el lado de allá. Tablón de por medio, como los personajes de Rayuela.
En algunas de esas caminatas escribirte. O imaginarme hacerlo. Caminar sin necesidad de hogar, la sensación de no ser de ningún lado, de extrañeza ante un mundo que continúa siendo un misterio.
Enterrar sentimientos, por supuesto. No vaya a ser que.
Algo que se atora en la garganta y que no sale. Ni siquiera con palabras.
Una camisa escocesa, los primeros (malos) versos, control de daños para la respiración de los días.
Así resistía. Muda victoria contra las sombras y las faltas.

Carlos abre con su llave y enseguida se da cuenta de que pasa algo extraño.
—¿Abuela?
Desde que empezó la carrera, viene casi todos los días a comer a esta casa antigua, tranquila, un tercer piso de suelos de tarima brillante de puro encerada y muebles tan bien cuidados que no aparentan su edad. Del recibidor arranca un largo pasillo que, a un lado, conduce a la cocina y de frente desemboca en los balcones del salón, vestidos con unos visillos de encaje que transparentan una orgía de geranios de todos los colores. Su dueña está a punto de cumplir ochenta años, pero no solo se vale por sí misma. Su nieto sabe mejor que nadie por cuántas mujeres vale, porque ninguna otra le mima tanto ni le cuida tan bien como ella.
—Abuela…
Al enfilar el pasillo, distingue al fondo un resplandor absurdo, intermitente y coloreado, cuyo origen no alcanza a explicarse. Al principio supone que habrán colocado un neón en la fachada de alguna tienda de la acera de enfrente, pero son las dos y media de la tarde de un día del otoño recién estrenado, aún templado, luminoso, cálido incluso mientras luce el sol. Al precio que se ha puesto la luz, nadie derrocharía electricidad en un anuncio a estas horas, piensa Carlos, así que avanza con cautela, un paso, luego otro, descubre que el suelo del pasillo está sucio y empieza a asustarse de verdad. Definitivamente, allí pasa algo raro. La suciedad, en cualquiera de sus variantes, es por completo incompatible con la naturaleza de su abuela, y sin embargo, al agacharse encuentra un fragmento de algo blanco, un poco más allá otro, y otro más. Parecen migas de pan, pero al apretarlos con la uña se da cuenta de que son pedacitos de poliuretano expandido, ese material que se usa para proteger los objetos en sus embalajes. Esto ya le parece demasiado y por eso llama a su abuela a gritos, por tercera vez y por su propio nombre.
Continuar leyendo «No me da la gana mirar la tristeza alrededor»Se escribe en soledad.
También, agregó Proust, se llora en soledad, se lee en soledad, se ejerce la voluptuosidad, a salvo de las miradas.
Hasta doblar las sábanas (algo tan nimio como eso), precisó Virgina Wolf, puede hechar todo a perder, ahuyentar la escucha silenciosa de la que surge toda escritura.
Continuar leyendo «Escribir, enfrentarse a un rostro que no amanece»
VIVIR PARA CONTARLO
Te he cedido por una vez
el papel y el lápiz
la voz que narra
la crónica que fija contra la muerte
la nostalgia de lo vivido.
Y me va bien el cambio
te aseguro.
Quiero contemplar
quiero ser testigo
quiero mirarme vivir
te cedo gustosamente la responsabilidad
como un escriba
ocupa mí lugar
goza sí puedes con el relevo
serás mi descendencia
mi alternativa.
La que vivió para contarlo.
ESTRATEGIAS DEL DESEO Las palabras no pueden decir la verdad la verdad no es decible la verdad no es lenguaje hablado la verdad no es un dicho la verdad no es un relato en el diván del psicoanalista o en las páginas de un libro, Considera, pues, todo lo que hemos hablado tú y yo en noches en vela en apasionadas tardes de café London, Astoria, Arlequín— solo como seducción… en el mismo lugar que las medias negras y el liguero de encaje: estrategias del deseo.
IN MEMORIAM
Escríbelo
para que no perezca.
Escríbelo
contra el olvido.
Escríbelo
para retenerlo.
Fíjalo en palabras
runas del deseo
abecedario del amor
palíndromo de ama
ama la ama.
Y una vez escrito
una vez fijado en tinta
en papel
en caligrafía
en cuartillas
una vez clavado
retenido
encerrado en palabras
léelo.
Comprenderás entonces
que todo ha sido inútil:
la vida se nos escapó
entre las caricias
y los besos
como se nos escapó en palabras.
In memoriam.
(Cristina Peri Rossi, «Estrategias del deseo», 2004, edición digital)

Jugábamos a explorar el espacio. Estacas de madera en la tierra eran el puente de mando de la Enterprise y la llanura el espacio infinito, al ras de la tierra.
O decapitábamos cardos, cual Conan el Bárbaro.
No faltaban (la búsqueda de) ovnis, los juegos clásicos: escondida, ladrones y policías, el fútbol con piedras como arcos y dudosos tiros en los postes, cuando convenía.
El barrio estaba en el fin del mundo, en el borde del campo y la ciudad. Atardecía, cuando se asomaban los relatos de aparecidos y las sombras eran portales a lo desconocido.
Una oveja de mascota
De aquel septiembre lejano, una casa en ele, tres habitaciones, una gran galería y la cocina. Dormir bajo techos altísimos. Una mañana de juegos. Soldaditos en una mesa con un hule con flores.
Una oveja de mascota, por lo menos hasta que fue al matadero. Aunque siempre lo hayan negado. O uno repone y solo fue al campo, con el resto de las ovejas. Ingenuo.
Era un perrito con lana y balidos que correteaba en el patio. Debo el nombre.
Tostadas
Repongo el olor del pan tostado en un frío amanecer de invierno. Todavía está oscuro. Las voces tranquilas, una charla bajo el lujo de la casa propia y al amparo de la intemperie.
Sorprenderme con las primeras luces, las hornallas de la cocina prendida y los primeros leños en la salamandra.
Ella hablaba con mamá. Su alivio porque ‘X’ consiguió trabajo.
Preguntarme si aquello era todo: formarse, trabajar, crecer. Tábano molesto que ya podía percibir antes de ingresar al secundario. Los años y el afianzar un sentido a lo cotidiano, con la esperanza de pactar para vivir contra las prisas a la nada.
La escritura para asir lo que se escurre entre los dedos, como el aire que respiras.
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He pensado en la desesperanza, en la forma en que se aloja dentro de uno. Al principio no te das cuenta, crece desde el pie, como la canción de Zitarrosa. Pero en sentido contrario, para limar su contracara, despojarte de las fuerzas necesarias para continuar.
¿Continuar adónde? El afuera daña. Y cada vez con más fuerza. Al principio solo fueron piedras, luego se transformó en una andanada. Intifada de la desesperanza.
Continuar leyendo «Aplastar la desesperanza (fragmento)»Aridez. Silencio. Dolores. El cuerpo y sus quejas.
Los pájaros y sus trinos. La ciudad y la furia.
Lista de palabras para eludir el cerco de lo real.
«¿Te puedo molestar?».
Quebrar el mutismo, una apuesta que parece imposible.
«Necesito llegar a Choele y el pasaje sale trescientos pesos».
Mira a la nada como adivinando mi respuesta. Cuidate, le digo.
Sopla el viento, no se lleva la angustia ni su desamparo.