Y uno piensa en los traspiés. O es la llovizna sobre el techo de chapa, la jauría de autos, la soledad de las ciudades.
La inmediatez de lo cotidiano. Una estación de trenes abandonada y cubierta de yuyos, la espera de la muerte, la angustia de sentirse vivo.
En la calle vendedores de bolsitas de residuos, alfajores y pañuelos se confunden con malabaristas. Un barbijo pisoteado, la mirada del oficial de policía. La ciudad y sus prisas, instantáneas de un flâneur en pandemia.
Rodeos y más rodeos para entrarle al hueso, la vida eso que sucede mientras no nos damos cuenta, los «debiera» que no cumplimos, los pequeños triunfos que celebramos en silencio.
Ya no llueve. Por lo menos desde el cielo.