Cosas con las que no podía reconciliarse

El mundo estaba lleno de cosas con las que no podía reconciliarse.

El cuerpo de un indigente hallado muerto en el banco de una plaza bajo varias capas de papel de periódico un día claro de primavera; los ojos apagados de la gente que viaja en el metro a última hora de la noche, mirando hacia otro lado mientras se rozan sus hombros sudorosos; el interminable desfile de coches sobre la autopista, con las luces rojas de los faros traseros encendidas un día de tormenta; los días que se suceden uno tras otro, arañados por miles de afilados patines de hielo; los cuerpos, que se desmoronan tan fácilmente; el intercambio de bromas tontas y endebles que se dicen para hacernos olvidar todo eso; las palabras que escribimos con fuerza sobre el papel para que nada quede en el olvido; y la fetidez que emana de esas palabras como espuma putrefacta.

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A tiro de un abrazo

Llegó en la madrugada. Cabizbajo, de herida abierta. Me había escrito unos días antes, si podía pasar unos días en el campo. Hacía años que no lo veía. Desde la muerte de Belén. Y ahí estaba, parado en la tranquera, esperando a pasar. «Te busco en la Terminal». No, prefiero caminar. Te mando un mensaje cuando llegue.

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Aviso parroquial

Poco a poco, Substack se ve haciendo el lugar donde leer, apearse al costado del camino. Tanto que abrí una página, para replicar textos de este espacio y escribir nuevos, una suerte de retroalimentación en ambos cuadernos virtuales.

Para quienes no lo conocen, Substack te permite armar un blog y, además, suscribirte a los newsletter que te interese y recibirlos en tu casilla de correo. Como recién iniciado voy sumando unos y descartando otros, aprendiendo al andar.

Lo bueno es que hay cada vez más lectores en español de las temáticas más variadas: género, medioambiente, literatura por supuesto, poesía, política, narrativa, tecnología, y la lista sigue.

Mi cuarta publicación fue una reescritura de un texto que ya estaba aquí.

Si no conocés la plataforma, te invito a darte una vuelta.

Nos leemos

Sigo suelto, corazón

—Cómo anda poeta, usted que sabe, ¿Me recomienda libros para leer?pregunté.

Y así lo hizo. Con Fede nos vemos menos de lo que debiéramos, pero compartimos lecturas, comentarios y textos. Tenemos en común lo de trabajar en silencio y sin estridencias, si de escribir se trata.

Entre esos libros de poesía, me pasó un inédito:

Quién dijo

Pasé toda la noche mirando estrellas
se me llenaron los ojos de vacío,
el viento traía voces desde la esquina
de los tiempos, las robaba y las hacía
pasear por los viejos armatostes
que va dejando el petróleo.
Subido al techo del viejo tráiler desafío
la ferocidad de las ráfagas,
algo adentro del alma debe haber
necesito sentirme vivo,
arañar está percepción obsoleta
de acero oxidado.

-No hay que ser un muerto para ser fantasma-
eso me decía a mí mismo mientras divagaba
debajo de unos pinos negros y estáticos.
¿Quién dijo que la noche no entra en una mirada?
Todo es un diagrama lleno de posibilidades.

(Del poemario, Barreras en la noche, de Federico Espinosa, poeta neuquino).
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Promesa

Afuera. Sabés del afuera, todo es violencia en nombre de la libertad y palos a jubilados.

En el bodegón una piba cantaba acompañada de su guitarra y se oía como olas que arropan la arena.

Te comentaría de Plath y su atrocidad de los atardeceres. O Ernaux: En mis textos, tengo la impresión de estar cavando siempre el mismo hoyo; sus diarios sin plazos de publicación, un mero estar ahí, una zona en construcción.

Maravillosa definición de la escritura.

O más adelante:

Lo que escribo en un diario, sea del tipo que sea, se nutre del presente. Por diferentes razones, ciertamente, como fijar una emoción, un encuentro, unas dificultades de la vida o de la escritura, con la convicción de que escribirlas me ayudará de una manera u otra. El diario es el depósito de la fugacidad.(*)

Quizás no habría lecturas, ni comentarios. Son arteras las casualidades, sí la complicidad tácita de un reencuentro, un diario sin plazos. No sé si suficiente, un primer paso que no estaba mal.

(*) Annie Ernaux, La escritura como un cuchillo, edición digital.

El peón

Imagen: Needpix.

Negra y verde. Guardaba las piezas ahí. Papá, su voz. Sentado bajo la parra miraba más allá de la enredadera que trepaba por la pared del patio. Catalán era. Bueno, eso decía tu abuelo.

El llamador de ángeles cuelga del farol. Oxidado y cubierto de telarañas emite un tintineo de bienvenida. Los tubos se entrechocan, preludian el aguacero oscuro que se parece a la casa a la que demoro mi ingreso. Jugueteo con el manojo de llaves enlazadas al motivo de Molina Campos que le compré de apuro en la terminal, en esa visita en que la Pauli me dijo que le quedaba poco y él comenzaba a desvariar, enmarañado entre la realidad y los sueños, como su enredadera.

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Los progresos del texto

Primeros minutos del día. Silencio, la mañana y sus olores que llegan desde el patio. Mempo y una cita para aprovechar los intersticios del tiempo, buscarse el hueco a la hora de escribir. Un lado de acá que conspira contra cualquier instancia creativa. Iba a escribir destello.

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