Diario del desastre

Apuntes en un diario, porque en alguna página hay que derramarse.

Esta cita de «Carol», novela pendiente, una deuda que saldo.

El capitalismo y su alienación. Al inicio del libro, la joven protagonista reflexiona sobre la vida de una compañera de trabajo de unos cincuenta años, espejo de lo que puede ser la suya.

«Therese abrió la boca para hablar, pero su mente estaba demasiado lejos. Su mente estaba en un punto muy distante, en un lejano torbellino que se abría al escenario de la terrible habitación, tenuemente iluminada, donde las dos parecían resistir en una lucha denodada. Y en aquel punto de la vorágine en que se hallaba su mente la desesperanza era lo que más la aterraba. Era la desesperanza del dolorido cuerpo de la señora Robichek, de su fealdad, de su trabajo en los almacenes, de la pila de vestidos del baúl, la desesperanza que impregnaba completamente el final de su vida».

La subrayo y copio. «Y la desesperanza que había en la propia Therese de no llegar a ser nunca la persona que quería ser ni hacer las cosas que quería hacer. ¿Acaso toda su vida había sido sólo un sueño y aquello era la realidad? Era el terror de aquella desesperanza lo que la hizo desear quitarse el vestido y huir antes de que fuera demasiado tarde, antes de que las cadenas cayeran sobre ella y se cerraran».

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Cuerpos

Cuerpos. Desmembrados, enterrados, devorados, fusilados, desangrados.

Cuerpos en el río de la Plata.

Cuerpo de baile y cuerpos bailados, la danza de los cuerpos, las memorias que el cuerpo guarda.

Cuerpos pintados, pañuelos verdes que gritan no morir en quirófanos sucios.

La hipocresía de otros cuerpos.

Poner el cuerpo, escribir con el cuerpo*. Cuerpos de palabras.

Las palabras y el pulso.

La escritura.

Atisbos para no acostumbrarse a la ferocidad.

* Clarice Lispector, en “La hora de la estrella”.

“Demasiado lejos” y tan cerca, la novela de Malvinas de Sacheri

Agoniza marzo. Dos mozos observan la represión en Plaza de Mayo desde Casa Rosada. Hacía tiempo que no se veían cosas de estas, dice uno de ellos.

Así comienza Demasiado lejos, de Eduardo Sacheri. Novela que entrelaza la vida de tres familias, un equipo diplomático cuatro parroquianos, dos mozos en Casa Rosada y la Junta Militar en una sola causa: recuperar Malvinas.

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Cosas con las que no podía reconciliarse

El mundo estaba lleno de cosas con las que no podía reconciliarse.

El cuerpo de un indigente hallado muerto en el banco de una plaza bajo varias capas de papel de periódico un día claro de primavera; los ojos apagados de la gente que viaja en el metro a última hora de la noche, mirando hacia otro lado mientras se rozan sus hombros sudorosos; el interminable desfile de coches sobre la autopista, con las luces rojas de los faros traseros encendidas un día de tormenta; los días que se suceden uno tras otro, arañados por miles de afilados patines de hielo; los cuerpos, que se desmoronan tan fácilmente; el intercambio de bromas tontas y endebles que se dicen para hacernos olvidar todo eso; las palabras que escribimos con fuerza sobre el papel para que nada quede en el olvido; y la fetidez que emana de esas palabras como espuma putrefacta.

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A tiro de un abrazo

Llegó en la madrugada. Cabizbajo, de herida abierta. Me había escrito unos días antes, si podía pasar unos días en el campo. Hacía años que no lo veía. Desde la muerte de Belén. Y ahí estaba, parado en la tranquera, esperando a pasar. «Te busco en la Terminal». No, prefiero caminar. Te mando un mensaje cuando llegue.

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Sigo suelto, corazón

—Cómo anda poeta, usted que sabe, ¿Me recomienda libros para leer?pregunté.

Y así lo hizo. Con Fede nos vemos menos de lo que debiéramos, pero compartimos lecturas, comentarios y textos. Tenemos en común lo de trabajar en silencio y sin estridencias, si de escribir se trata.

Entre esos libros de poesía, me pasó un inédito:

Quién dijo

Pasé toda la noche mirando estrellas
se me llenaron los ojos de vacío,
el viento traía voces desde la esquina
de los tiempos, las robaba y las hacía
pasear por los viejos armatostes
que va dejando el petróleo.
Subido al techo del viejo tráiler desafío
la ferocidad de las ráfagas,
algo adentro del alma debe haber
necesito sentirme vivo,
arañar está percepción obsoleta
de acero oxidado.

-No hay que ser un muerto para ser fantasma-
eso me decía a mí mismo mientras divagaba
debajo de unos pinos negros y estáticos.
¿Quién dijo que la noche no entra en una mirada?
Todo es un diagrama lleno de posibilidades.

(Del poemario, Barreras en la noche, de Federico Espinosa, poeta neuquino).
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Promesa

Afuera. Sabés del afuera, todo es violencia en nombre de la libertad y palos a jubilados.

En el bodegón una piba cantaba acompañada de su guitarra y se oía como olas que arropan la arena.

Te comentaría de Plath y su atrocidad de los atardeceres. O Ernaux: En mis textos, tengo la impresión de estar cavando siempre el mismo hoyo; sus diarios sin plazos de publicación, un mero estar ahí, una zona en construcción.

Maravillosa definición de la escritura.

O más adelante:

Lo que escribo en un diario, sea del tipo que sea, se nutre del presente. Por diferentes razones, ciertamente, como fijar una emoción, un encuentro, unas dificultades de la vida o de la escritura, con la convicción de que escribirlas me ayudará de una manera u otra. El diario es el depósito de la fugacidad.(*)

Quizás no habría lecturas, ni comentarios. Son arteras las casualidades, sí la complicidad tácita de un reencuentro, un diario sin plazos. No sé si suficiente, un primer paso que no estaba mal.

(*) Annie Ernaux, La escritura como un cuchillo, edición digital.