La memoria es algo extraño

La memoria es algo extraño. Mientras estuve allí, apenas presté atención al paisaje. No me pareció que tuviera nada de particular y jamás hubiera sospechado que, dieciocho años después, me acordaría de él hasta en sus pequeños detalles. A decir verdad, en aquella época a mí me importaba muy poco el paisaje. Pensaba en mí, pensaba en la hermosa mujer que caminaba a mi lado, pensaba en ella y en mí, y luego volvía a pensar en mí. Estaba en una edad en que, mirara lo que mirase, sintiera lo que sintiese, pensara lo que pensase, al final, como un bumerán, todo volvía al mismo punto de partida: yo. Además, estaba enamorado, y aquel amor me había conducido a una situación extremadamente complicada. No, no estaba en disposición de admirar el paisaje que me rodeaba.

Sin embargo, ahora la primera imagen que se perfila en mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que, si alargara la mano, podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko, ni estoy yo.«¿Adónde hemos ido?», pienso. «¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así? Todo lo que parecía tener más valor —ella, mi yo de entonces, nuestro mundo— ¿adónde ha ido a parar?». Lo cierto es que ya no recuerdo el rostro de Naoko. Conservo un decorado sin personajes.

(Murakami, Haruki, Tokio blues (Norwegian Wood), Buenos Aires, Tusquets Editores, 2009).

Verso y prosa

Portada.

La mayor diferencia entre la prosa y la poesía no radica en una cuestión de ritmo, de música o de mayor o menor presencia del elemento racional. En estos rubros, en contra de la opinión corriente, prosa y poesía son iguales. La verdadera diferencia, diría la única, es que sólo hay una forma de escribir un poema, y es verso a verso, mientras no se escriben un cuento o una novela línea por línea. El cuentista y el novelista siempre saben un poco más de lo que están escribiendo; el poeta sólo sabe, de lo que escribe, el verso que lo tiene ocupado, y más allá de él no sabe nada; así, cada nuevo verso lo toma de sorpresa. Todo poema está fincado sobre la sorpresa de quien lo escribe y, en consecuencia, sobre su nula voluntad de construir algo, que se reafirma a cada paso, en cada verso. Siendo en mucha mayor medida que la prosa un arte de la escucha, la poesía debe ajustar cuentas con cada paso que da, antes de concebir el siguiente, y por eso carece de expectativas.

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La fuerza de querer comprender

Cuando todo se vuelve demasiado complicado y difícil de abarcar, suelo contemplar una fotografía en blanco y negro que tengo en la pared. Es una foto de cuando yo tenía nueve años. Estoy sentado en un pupitre, en el colegio de Sveg. Cuando veo esa cara llena de curiosidad y la certeza de que todo es posible en la vida, siento que vuelve la fuerza de querer comprender.

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Hay cadáveres

Portada de «Cantares de Junio», de Gerardo Burton.

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en las morgues hay cadáveres, pequeños con delantal blanco 
            la lluvia no cesa y hay cadáveres
y en la plaza árboles monumentos edificios
            pelean su lugar 
con diez toneladas de bombas            automóviles
      colectivos             trolebuses         camiones
        despanzurrados  tranvías
aceite combustible sangre sobre el empedrado húmedo 
            y encima
hay cadáveres trozos perros esquirlas de carne muerta
              y no más dolorida esa carne
sacrificada la carne por la libertad
               cristo vence la democracia
que muera el tirano que no murió
XXX

¿cuánta ternura
             no habrá sido desperdiciada
pisoteada
              ¿en las tristes malezas del odio? 
¿qué amor azul 
             del aire al amanecer
no habrá claudicado? 
¿cuántos besos
             habrán perdido los amantes
y qué madre
             no habrá amamantado ya más?

carne sufriente son, almas dolidas
            voces que no cantan, plañen
y ojos hartos de ver
             tanto dolor, ah magnolia muerta

(Poemas de “Cantares de Junio”, de Gerardo Burton).

El 16 de junio de 1955, aviones de la Armada y la Fuerza Aérea bombardearon la Plaza de Mayo en Argentina, además de disparar con ametralladoras contra el Ministerio de Economía y otros edificios públicos, en un intento de golpe de estado contra el gobierno del general Juan Domingo Perón.

El ataque causó al menos 308 muertos y miles de heridos.

Durante décadas, el hecho fue silenciado por la historia oficial.

Surcos

Imagen: Pixabay

Para huir del tedio del salón de clase acostumbraba en mis primeros años escolares trazar en una hoja una carretera imaginaria, una línea sinuosa que la cruzaba de un extremo a otro y a la que después yo añadía unas desviaciones para que ganara complejidad. La recorría con el lápiz una y otra vez, hasta que las líneas se convertían en surcos, luego abría nuevas desviaciones que se convertían en nuevos surcos, y así hasta cubrir la hoja con una red intrincada de caminos. Tenía cuidado de lograr una profundidad pareja en todos los trazos, ya que el juego consistía en agarrar el lápiz y, casi sin ejercer presión alguna, deslizarlo por la hoja para que la propia carretera me guiara por su laberinto de desviaciones y ramales. Era preciso no ahondar en ningún trazo y dejar, por así decirlo, que el surco decidiera. Cuando lo conseguía, el lápiz parecía viajar solo, impulsado por los surcos y no por mi mano. Debe de haber sido mi primera experiencia de lo que llamamos inspiración. Iba descubriendo en cada “viaje” la ruta más secreta entre todas las rutas posibles, pero no tan secreta como para que no fuera susceptible de modificarse en algún punto particularmente blando o en alguna desviación de hondura menos pronunciada.

Así, cada trayecto era distinto del anterior; siempre y cuando el pulso se mantuviera estable, pues bastaba un descuido, un aumento imperceptible de la presión sobre el lápiz, para que prevaleciera un único recorrido, una sola verdad sobre la pluralidad de caminos. Ignoro en qué medida ese pasatiempo contribuyó a mi inclinación por la escritura y qué tanto me proveyó de un método para, varios años después, escribir cuentos y poemas, pero seguramente en algo contribuyó a que entendiera que también la escritura es una cuestión de pulso, de no forzar la red de caminos, de ponerse en la condición de ser guiado por una huella sinuosa y comprobar que escribir es descubrir esa huella y que basta ejercer un poco más de presión de lo debido e intervenir un poco más de lo necesario, para quedar preso en un solo surco y repetir lo ya dicho.

(Morábito Fabio, “El idioma materno”, Buenos Aires, Ediciones Gog y Magog, 2014. pp-83-84)

Feliz día a quienes escriben.

Informe metereológico, garra y entusiasmo, Ray Bradbury

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¿Qué es lo que más quiere usted en el mundo? ¿Qué ama, o qué detesta?

Busque un personaje como usted que quiera algo o no quiera algo con toda el alma. Dele instrucciones de carrera. Suelte el disparo. Luego sígalo tan rápido como pueda. Llevado por su gran amor o su odio, el personaje lo precipitará hasta el final de la historia. La garra y el entusiasmo de esa necesidad —y tanto en el amor como en el odio hay garra—, encenderán el paisaje y elevarán diez grados la temperatura de su máquina de escribir.

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Junta dos cosas que no se habían juntado antes y el mundo cambia

«Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante». Así comienza Niveles de vida, de Julian Barnes.

Dividida en El pecado de la altura, En lo llano y La pérdida de la profundidad, la novela nos sumerge en los retos de los primeros vuelos de globos aerostáticos, la elevación del llano a través del amor y las pérdidas amorosas o irreparables.

En la primera de sus partes, se narra los deseos aventureros que querían conquistar el cielo con sus globos aerostáticos. «La primera ascensión de la historia en un globo de hidrógeno la realizó el físico Jacques Charles el 1 de diciembre de 1783. «Cuando sentí que me alejaba de la tierra», comentó, «mi reacción no fue de placer, sino de felicidad». Fue «un sentimiento moral», desliza una voz que emparenta las historias de quienes participaron en los primeros vuelos como Fred Burnaby, miembro del Consejo de la Sociedad Aeronáutica, la actriz Sara Bernhardt, Félix Tournachon (también conocido como Nadar, por sus trabajos fotográficos) y otros aeronautas como los hermanos Godard.

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Palabras como peces abisales

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Las palabras son como peces abisales que sólo te enseñan un destello de escamas entre las aguas negras. Si se desenganchan del anzuelo, lo más probable es que no puedas volverlas a pescar. Son mañosas las palabras, y rebeldes, y huidizas. No les gusta ser domesticadas. Domar una palabra (convertirla en un tópico) es acabar con ella.

Rosa Montero, «La loca de la casa»

Pasajeros de las edades

«Los meses y los días son pasajeros de las edades, siendo también viajeros los años, que van y vienen.

Para los que dejan flotar su vida sobre un barco o envejecen llevando los frenos de los caballos, todos sus días son viaje y hacen del viaje su morada.

Antiguamente hubo muchos que murieron durante el viaje».*

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