Te deshacías con mayor facilidad

«…y en algún momento te escribí algo que terminaba ¿podremos sobrevivir al olvido? y tuve un presentimiento que me dejó desnuda: apenas me quedaban aquellos recuerdos que todos tienen —una fiesta, una noche de verano caminando interminablemente— , los más fáciles de recordar. Tal vez quede eso para siempre porque el resto es un hueco negro que se extiende y se ensancha con los bordes rojizos, como un collar de brasas minúsculas que te comen los ojos y la boca y ya no solo desaparece tu sonrisa sino que vas desapareciendo vos. Desde anoche te deshacías con mayor facilidad, tan rápido».

Sylvia Iparraguirre en «Lejos de Buenos Aires», en «Cuentos reunidos», edición digital.

La poesía acude como un regalo

«¿Por qué la poesía siempre me parece un trabajo del alma mucho más real que la prosa? Nunca me siento exultante tras escribir una página en prosa, por muy buena que sea y muy concentrado que haya sido mi empeño, y por mucho que la imaginación, como en el caso de las novelas, se haya comprometido en el proceso.

Tal vez se deba a que la prosa es aprendida y la poesía, dada. Ambas pueden ser revisadas casi indefinidamente. No quiero decir con esto, que no trabaje al escribir poesía. Cuando estoy realmente inspirada, puedo escribir cien borradores de un mismo poema y mantener el entusiasmo. Sin embargo, esa batalla sostenida solo es posible cuando me hallo en un estado de gracia, cuando los canales más profundos están abiertos, cuando estos y yo nos encontramos en un hondo movimiento en equilibrio. Entonces, la poesía acude como regalo de unos poderes que sobrepasan mi voluntad.

Muchas veces he pensado que, si prolongara indefinidamente este solitario confinamiento, y supiera que nadie iba a leer cuanto he escrito, seguiría escribiendo poesía, pero ya no escribiría novelas. ¿Por qué? Quizás porque el poema es, de una forma primigenia, un diálogo con el yo, mientras que la novela es un diálogo con otros. Ambos proceden de formas de ser completamente distintas.

Supongo que he escrito novelas para averiguar qué pensaba acerca de algo, y he escrito poemas para averiguar qué sentía acerca de algo».

May Sarton, «Diario de una soledad»

En los libros debe haber un orden

Reviso unos borradores. Hay uno al que le tengo más fe. Pero no sé su comienzo. Y lo necesito para no continuar con la escritura fragmentaria, un anclaje que ordene o —al menos aparente— encausar el desorden de palabras que llegan a cuentagotas.

Mientras tanto leo. Siempre leo. Poesía y narrativa. La ilusión de que la lectura puede contagiar la escritura.

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El rastro que deja el oleaje al retirarse de la playa

En su ensayo Nagori, la poeta, escritora y traductora japonesa, Ryoko Sekiguchi, se explaya sobre la relación de su pueblo con las estaciones. En el libro, entre otros tópicos, plantea tres términos diferentes para describir en qué estado de la estacionalidad se encuentra un alimento: hashiri, sakari y nagori,que designan, respectivamente, el equivalente a «primeros frutos», a «plena temporada», y el último, nagori, al final de la temporada, «la nostalgia por la estación que termina».

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Sobre los deseos

Desear para sentirse vivo.

Últimamente, las lecturas van por los deseos. Pulsiones de vida, resistencias posibles —pienso en otra palabra menos bastardeada que todavía no se arrima— contra las pulsiones de muerte que impulsan una desintegración social.

Estrategias y pequeños deseos. Contra lo ordinario.

Contra lo ordinario

Nadie ha podido demostrar hasta ahora
de manera fehaciente
que los pequeños deseos
son más fáciles de conseguir que los grandes.
Solo se ha podido demostrar
de manera fehaciente
que son más numerosos.

El poema es de Cristina Peri Rossi, en «Estrategias del deseo», edición digital.

Cosas con las que no podía reconciliarse

El mundo estaba lleno de cosas con las que no podía reconciliarse.

El cuerpo de un indigente hallado muerto en el banco de una plaza bajo varias capas de papel de periódico un día claro de primavera; los ojos apagados de la gente que viaja en el metro a última hora de la noche, mirando hacia otro lado mientras se rozan sus hombros sudorosos; el interminable desfile de coches sobre la autopista, con las luces rojas de los faros traseros encendidas un día de tormenta; los días que se suceden uno tras otro, arañados por miles de afilados patines de hielo; los cuerpos, que se desmoronan tan fácilmente; el intercambio de bromas tontas y endebles que se dicen para hacernos olvidar todo eso; las palabras que escribimos con fuerza sobre el papel para que nada quede en el olvido; y la fetidez que emana de esas palabras como espuma putrefacta.

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Todas las Rosas

Leo a Rosa Luxemburgo, que deambula por patios de cárceles, pensando en flores y jardines, reclamando por derechos para las mujeres, pintando óleos, recopilando flores en cuadernos (más de 250 plantas registradas en herbarios, confiesa en 1915).

Rosa, la que recuerda, la que recibe lluvia de pétalos, escribe cartas además de ensayos y se deja llevar por la brisa, «hacia un extraño estado de ánimo».

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Comer tierra y que los ojos se acostumbren a ver

En Cometierra de Dolores Reyes, la pobreza se palpa. También el asesinato de mujeres, chicas jóvenes que solo les importan a sus familias. Y también está ella, flaca, de pelo largo y que traga tierra para adivinar qué les ocurrió a las olvidadas.

«Yo agarré tierra de la lata y me la fui metiendo en la boca. La casa se me oscureció como si la hubiesen tapado con una tela negra. Tuve ganas de prender la luz para que no nos tragara la noche que la tierra había desplegado alrededor nuestro. Tan oscuro todo, tan un pozo profundo al que nunca llegaba la luz del sol, que bueno no podía ser. Cuando estaba a punto de parar, de abandonar por el miedo y abrir los ojos, empezó a irse la oscuridad, como si alguien estuviera prendiendo velas, una atrás de la otra, y los ojos se acostumbraran a ver».

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El resplandor del alba

Domingo, todavía no amaneció.

Por alguna razón la gata me despertó temprano. Ignoro dónde está ahora, pero desde hace días, ronda intranquila por la casa, como si se solidarizara con nosotros.

Afuera, desorientación. Tejido social hecho pedazos, apología de la crueldad, violencia de género. Podría seguir enumerando. De nada sirve. O sí. Lecturas a las que aferrarse:

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