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Escriben otras | Con letra propia

El resplandor del alba

Domingo, todavía no amaneció.

Por alguna razón la gata me despertó temprano. Ignoro dónde está ahora, pero desde hace días, ronda intranquila por la casa, como si se solidarizara con nosotros.

Afuera, desorientación. Tejido social hecho pedazos, apología de la crueldad, violencia de género. Podría seguir enumerando. De nada sirve. O sí. Lecturas a las que aferrarse:

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Los nombres de la lluvia

Llueve. Las palabras se demoran. Abro la puerta balcón y dejo que el olor a lluvia pasee por la casa. Petricor, se ha difundido por ahí. Para la RAE, no existe. Igual no concilio con ella. Y busco otras.

Aparece un artículo. Elijo reiu (lluvia fría) y kanu (lluvia fría de invierno), del japonés.

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Una brisa en la mañana

Leo por la mañana. Esta vez, en el universo caótico de libros, a Alejandra Kamiya en El sol mueve la sombra de las cosas quietas, editado por Bajo La Luna e inevitablemente pienso en el tiempo, que a veces no tenemos, que malgastamos o también que exprimimos hasta el último segundo.

Personajes que se toman las pausas necesarias, se apean al lado del camino y observan los cambios a su alrededor. O fuman en una plaza y “esa brasita que se apaga y se enciende, marca un ritmo de tregua, de paz”.

En los gestos de la sal, el amor y las flores. “Parados uno frente al otro, primero se miran, después ya no se atreven. Tampoco se hablan. Pero Anastasio sonríe. Y a ella la sonrisa se le rebela y se hace risa plena”.

“Por fin él dice “Vayamos a los árboles”. Y ahí se encuentran, cinco veces. Se dicen las mismas palabras que todos los enamorados de todos los tiempos”.

También rosas que “parecen la envoltura de un corazón. Una envoltura paciente y delicada, como las capas de ropa de una reina”.

Una escritura contemplativa y de pausas -la misma que me tomo para escribir estas líneas y acomodar pensamientos- a tono con la mañana de domingo.

Las palabras que busco van a atropellarme

Febrero, sus lecturas y esta novela de Margarita García Robayo, escritora colombiana radicada en Buenos Aires.

Comparto algunos fragmentos sobre el oficio de la escritura, las relaciones interpersonales, sus daños y cuidados.

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Quizás confiamos en que alguien sea capaz de escuchar los silencios

La verdad para cualquiera es algo muy complejo. Para un escritor, lo que se deja fuera dice tanto como las cosas que se incluyen. ¿Qué hay más allá de los márgenes del texto? El fotógrafo encuadra la foto; los escritores encuadran su mundo.

La señora Winterson protestó por lo que había incluido en mi libro, pero me parecía que el verdadero motivo de su enfado era lo que se había dejado fuera. Hay muchas cosas que no podemos decir porque son dolorosas. Confiamos en que las cosas que podemos decir suavicen el resto, o lo mitiguen en cierto sentido. Las historias son compensatorias. El mundo es injusto, inicuo, inescrutable, incontrolable.

Cuando contamos una historia ejercemos el control, pero de tal modo que dejamos un hueco, una apertura. Es una versión, pero nunca la definitiva. Y quizá confiamos en que alguien sea capaz de escuchar los silencios y la historia pueda continuar, ser contada una y otra vez.

Cuando escribimos ofrecemos el silencio tanto como la historia. Las palabras son esa parte de silencio que se puede expresar.

(De «La cuna equivocada», en ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal, de Jeanette Winterson, edición digital).

Imagen de Gerhard Bögner en Pixabay

Sobre territorios borrosos

El tiempo se desgarra. ¿Dónde reencontrar los territorios borrosos de la infancia? ¿Los soles elípticos coagulados en el espacio negro? ¿Dónde reencontrar el camino volcado en el vacío? Las estaciones han perdido su significado. ¿Mañana, ayer, qué quieren decir esas palabras? No existe sino el presente. Unas veces, nieva. Otras, llueve. Luego hay sol, viento. Todo eso es ahora. Eso no ha sido, no será. Eso es. Siempre. De una vez. Porque las cosas viven en mí y no en el tiempo. Y, en mí, todo es presente.

Ayer, de Agota Kristof. Edición digital.

La escritura llega como el viento

Foto de Suzy Hazelwood: https://www.pexels.com/es-es/foto/maquina-de-escribir-negra-y-roja-1995842/

Escribir.

No puedo.

Nadie puede.

Hay que decirlo: no se puede.

Y se escribe.

Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada.

Se puede hablar de un mal del escribir.

No es sencillo lo que intento decir, pero creo que es algo en lo que podemos coincidir, camaradas de todo el mundo.

Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir. Al contrario.

La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez.

Es lo desconocido de sí, de su cabeza, de su cuerpo. Escribir no es ni siquiera una reflexión, es una especie de facultad que se posee junto a su persona, paralelamente a ella, de otra persona que aparece y avanza, invisible, dotada de pensamiento, de cólera, y que a veces, por propio quehacer, está en peligro de perder la vida.

Si se supiera algo de lo que se va a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la pena.

Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos —sólo lo sabemos después— antes, es la cuestión más peligrosa que podernos plantearnos. Pero también es la más habitual.

La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.

(Escribir, Marguerite Duras, edición digital).

Esconder la crueldad del mundo

«La gente se niega a mirar la verdad a los ojos: que el mundo está lleno de cristales rotos y que el sufrimiento profundo agudiza la percepción y le otorga un valor a la vida. —No, no todo el mundo es escritor. —Es cierto que uno siempre trata de esconder la crueldad del mundo tras la búsqueda de la belleza».

Auður Ava Ólafsdóttir, “La excepción”, edición digital.

Por culpa de las palabras

Por lo general, me conformo con escribir mentalmente. Es más fácil. En la cabeza, todo se desarrolla sin dificultades. Pero, tan pronto uno empieza a escribir, las ideas se transforman, se deforman, y todo deviene falso. Por culpa de las palabras.

Agota Kristof, «Ayer», edición digital. Traducción de Manuel Percira.

Acerca de la palabra poética

“Lo que conoce el pensamiento poético no lo puede conocer ningún otro pensamiento porque la poesía es una conjetura acerca de lo inexplicable. Un modo, quizás el único, de acercarse a las quimeras.

¿Qué es, entonces, la palabra poética y para qué sirve el pensamiento poético?

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