“Lo que queda” y su esperanza ingenua

El viernes 19 de mayo, en Malapabra casa librera, en Neuquén capital, presentamos junto a Hernán Lasque un libro de cuentos y una novela.

En el caso de Hernán, se trata de la obra Si no late, cuentos, y quien suscribe Lo que queda, novela. Ambas obras fueron publicadas por Colisión libros, editorial que dirige Cristina Witt y que tiene un amplio catálogo que incluye Poesía, Ensayo, Arte, Narrativa y Novela. Cristina, impulsa y alienta la publicación de autores y autoras de todo el país, “con el fin de fomentar y enriquecer el ejercicio literario”, como señala en su sitio web.

De izquierda a derecha: América Martínez Ferrer, Horacio Beascochea, Gerardo Burton, Hernán Lasque y Julieta Cabanes.

La presentación fue acompañada con invitados de lujo. Gerardo Burton, periodista, poeta y editor, rompió el hielo con un bello texto (que podeś leer más abajo).

América Martínez Ferrer y Julieta Cabanes (escritoras) leyeron fragmentos de Lo que queda y Si no late, respectivamente. Luego, con Hernán, contamos un poco sobre qué iban los textos.

Lo que queda es una historia de pérdidas. Personales, pero también colectivas. Para quienes han leído mis trabajos, es la continuación de una novela anterior, también publicada por Colisión libros, «El porvenir es una ilusión», del año 2012.

Allí se relata el refugio en el interior del país (en Colonia El Porvenir) de un militante de una organización armada acorralado por la dictadura cívico militar que ocupó el poder en Argentina de 1976 a 1983. Es una historia de amistad e ideales, recuperada por su amigo Leandro en 1990, luego de los indultos a los genocidas del expresidente Carlos Menem.

No lo supe en aquel momento, pero evidentemente varios de sus personajes, todavía tenían cosas para decir. Así surgió Lo que queda. Si del tiempo de la ficción se trata, el espacio temporal nos ubica a fines del 2001 y comienzos del 2002, con un país destrozado, lo mismo que una familia.

El duelo familiar, la publicación de un libro, ecos de una llanura y sus malones, conforman esta obra que no considero —buscaba otra palabra pero no la encuentro— triste. Es más, me atrevería a decir que apuesta a una esperanza ingenua, como dice una de las narradoras.

Texto polifónico, de voces femeninas que sostienen (cuando no) una historia personal y colectiva; cimientan un terreno en donde pisar firme. Otra vez. A la espera del alba.

Dejo para el final la ronda de agradecimientos: Primero a mis mujeres (permítanme el posesivo), por alimentar la fe. Después a Cristina Witt por la confianza y la publicación, ya, de tres libros con la editorial.

A Hernán Lasque, por la presentación conjunta, por coincidir en este laburo de narrar y por permitirme prologar Si no late, mosaicos que pueden ser incómodos y que no te son indiferentes, con recorridos por calles vacías, en una ciudad callada, con las muelas apretadas.

A Malapalabra casa librera por el espacio y la calidez (quedan algunos ejemplares ahí, por si quieren acercarse). A América, por la bella lectura del capítulo La Colo y Seba, ramitas y los generosos intercambios sobre la novela. También a Gerardo Burton, que se sumó enseguida cuando le propusimos acompañarnos. Y por último, a quienes se acercaron a la librería, por la participación y los intercambios. Creo que salió bien.

Les dejo el texto de Gerardo.


Palabras para la presentación de “Si no late”, de Hernán Lasque, y “Lo que queda”, de Horacio Beascochea

(Por Gerardo Burton) Griselda Martínez me dio una pista el otro día. Al ver el volante de difusión de esta presentación, escribió: Si no late lo que queda. Y cada uno complete la frase. Por mi parte, si no late lo que queda, estamos fritos. Agarrémonos entonces de esa latencia que nos advierte Hernán Lasque y nos lleva a lo que queda, de Beascochea.

Aunque diversas, estas obras tienen puntos en común, alguna especie de intersección allí donde parece que no fuera posible. Veamos: el libro de Lasque está compuesto por once cuentos, cinco de los cuales llevan años de reescritura. Transcurren sin estridencias, parece que no pasa nada y, de pronto, el desenlace golpea como ese cross a la mandíbula que quería Arlt. Beascochea, el otro protagonista de hoy, lo cita en el prólogo del libro.

En la contratapa, Lasque explica que tomó el título de un verso del poema Sin tregua, de Ricardo Zelarayán. Si no late, dalo por muerto, es la cita completa, y eso ocurre con la lectura de estos relatos. Hay esa latencia de la que hablé, que recorre el texto como un hilo que va tensándose, desde las primeras palabras hasta el remate, donde la normalidad se rompe y la gravedad pierde su centro. La latencia, entonces, estalla.

Ocurre en Póster, ocurre en Cartas a la tía, ocurre cuando Sherezade deja su relato inconcluso porque terminó la noche y salvó su vida por un día. Ocurre siempre y entonces vale preguntarse hacia dónde va Lasque, qué está proponiendo. Una torsión en el lenguaje, acaso, como la que plantean sus poemas, que se deslizan desde las palabras y dibujan ideogramas en el papel. En cada texto, parece que intenta llegar al hueso sin decirlo. Que se den cuenta las lectoras y los lectores. Que intenten también llegar al hueso y quedar ahí, sin movimiento, contemplando el desguace de la realidad como un lento derrumbe, como un delicado apocalipsis.

Hablando de apocalipsis, la acción de Lo que queda tiene su punto de partida en un casi apocalipsis nacional: el año 2001. Beascochea, de nuevo y ya como costumbre, revisa la historia. Esta vez lo hace con una novela que ocurre en tres tiempos: el de la campaña de Roca, el de la dictadura cívico-militar y el de la acción propiamente dicha, cuando la novela sumergida, que está en segundo plano, dispara la búsqueda de quienes sobrevivieron a su autor. Con la misma tensión que en La tierra plana, Beascochea no dosifica la violencia, ni siquiera la explícita y, sin embargo está presente. Digámoslo claramente: hay dos textos superpuestos, una novela sobre la otra, una que leemos en el primer plano y la de Leandro, el protagonista muerto cuyas mujer e hijas tomaron el compromiso de publicar. Y lo hacen al final.

Me pregunto de nuevo: ¿qué tienen en común ambos textos, cómo interviene uno en el otro? ¿Por qué se presentan en conjunto y por qué sus títulos, juntos, significan casi una consigna de escritura?

Los relatos de Lasque están centrados en el lenguaje, en su tratamiento, en la potencia que surge de la misma narración. Prescinde de cualquier apelación al paisaje, del entorno social o político. El tiempo es el del relato, no hay más. Ni menos. Y los remates son un cierre que linda con lo fantástico.

Beascochea mete historia e historias, cuenta hechos que suceden más allá de los personajes. El relato funciona también como vehículo de una interpretación de la historia.

Y aquí el cierre: con ambos narradores se construye un escenario de la producción literaria patagónica. Parcial, sí, porque hay muchos más. Pero ejemplar de cuanto se escribe en estos días que corren, ya lejos de los viajeros extranjeros y de los curas italianos, de los boletineros del ejército, de los científicos positivistas y de los borradores de los pioneros. También quedaron allá los escritores regionalistas, cultores de folclores más o menos auténticos. Esta generación incorpora, de golpe y porrazo, y laboriosamente, las nuevas estéticas, todos los géneros, las escrituras en mapuzungun y pelean, de igual a igual, con los llamados centros de la cultura desde estos márgenes que son, por supuesto, también un centro. Por lo menos, el nuestro.


Cierro. Se vendrán más presentaciones de Lo que queda.

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