Leo a Rosa Luxemburgo, que deambula por patios de cárceles, pensando en flores y jardines, reclamando por derechos para las mujeres, pintando óleos, recopilando flores en cuadernos (más de 250 plantas registradas en herbarios, confiesa en 1915).
Rosa, la que recuerda, la que recibe lluvia de pétalos, escribe cartas además de ensayos y se deja llevar por la brisa, «hacia un extraño estado de ánimo».
… Ahora se hace de noche y una suave brisita entra desde el pequeño tragaluz a la celda, mueve lentamente la pantalla verde de una lámpara y hojea con suavidad el Schiller abierto. Afuera alguien lleva, pasando por la cárcel, lentamente su caballo a casa; en el silencio nocturno sus cascos golpean tranquila y rítmicamente los adoquines.
Desde lo lejos, llegan, apenas perceptibles, los sonidos caprichosos de una armónica con la que algún aprendiz de zapatero “sopla” un vals al pasar. Me zumba en la cabeza una estrofa que leí hace poco en alguna parte: “Enmarcado entre las cimas / yace tu pequeño jardín silencioso / donde las rosas y los claveles hace tiempo esperan a tu amado / enmarcado entre las cimas / yace tu jardín pequeño…”. No entiendo el sentido de estas palabras, tampoco sé si tienen algún sentido, pero me hamacan, junto con la brisa que me toca el pelo como acariciándome, hacia un extraño estado de ánimo. Esta brisita, la traicionera, me llama otra vez a irme lejos, ni siquiera yo misma sé a dónde. La vida juega conmigo eternamente a las escondidas. Siempre me parece que no está adentro mío, que no está donde estoy yo, sino lejos, en alguna parte. Hace mucho tiempo, en casa, a primera hora de la mañana, iba a hurtadillas a la ventana —estaba terminantemente prohibido levantarse antes que nuestro padre—, la abría sin hacer ruido y oteaba hacia afuera al patio grande. No obstante, no había mucho que ver. Aún todo dormía, un gato vagaba a paso sigiloso por el patio, algunos gorriones se peleaban con trino atrevido y el largo Antoni con su tapado corto de piel de oveja que usaba en invierno y en verano estaba parado junto a la bomba de agua, el mentón y ambas manos apoyados en el palo de su escoba, una expresión de profunda reflexión en el rostro dormido y sin lavar. Este Antoni era una persona de elevadas aficiones. Todas las noches, después del cierre de puertas, se sentaba en el banco donde dormía en el pasillo de la casa y deletreaba, en voz alta y bajo la débil luz del farol, las “noticias policiales” oficiales, de modo que sonaba por toda la casa como una grave letanía. Y a él solo lo guiaba el puro interés por la literatura, ya que no entendía ni una palabra, tan solo amaba las letras, cada una por sí misma. Sin embargo, no era fácil de complacer. Una vez, frente a su pedido de lectura, le di Los inicios de la civilización de Lubbock, que había estudiado recientemente con acalorado empeño como mi primer libro “serio”; me lo retornó al cabo de dos días con la explicación de que el libro “no valía nada”. Yo, por mi parte, recién varios años después descubrí que Antoni estaba completamente en lo cierto.
Entonces, Antoni siempre se quedaba primero sumergido en profundas reflexiones durante un tiempo, desde las que súbitamente tomaba el impulso para un bostezo que sacudía, retumbaba y resonaba a lo lejos, y ese bostezo liberador quería decir todas las veces: ahora, a trabajar. Todavía escucho el sonido con el que Antoni pasaba arrastrando y golpeando su escoba mojada, aplastada y torcida por los adoquines, dibujando círculos simétricos, cuidadosamente delicados en los bordes, siempre de manera estética, distinguiéndose acaso como encajes de Bruselas. Su modo de barrer el patio era poesía. Y ese también era el instante más lindo, todavía antes de que se despertara la vida aburrida y ruidosa de las piezas alquiladas, dando golpes y martillazos. Un silencio solemne de las primeras horas de la mañana cubría la trivialidad de los adoquines. Arriba, en el vidrio de las ventanas, relumbraba el oro prematuro del joven sol, y encima de todo flotaban unas nubecitas perfumadas tocadas por un aliento rosado, antes de deshacerse en el cielo gris de la urbe. En ese entonces, creía firmemente que la “vida”, la verdadera “vida”, estaba en alguna parte lejana, allá por encima de los techos. Desde ese momento, voy viajando tras ella. Pero siempre se esconde detrás de algunos techos. ¿Al final, tal vez, fue todo un juego sacrílego conmigo, y la vida real se quedó precisamente en ese patio, donde con Antoni leímos por primera vez Los orígenes de la civilización?
Los abraza cariñosamente
Rossetta
(Fragmento de una Carta enviada a Luise Kautsky, Zwickau, Sajonia, septiembre de 1904)
Rosa, la teórica del socialismo que milita por el sufragio universal y el voto femenino, la que no puede concebir la vida sin belleza y es optimista, aún encarcelada. «… no se olvide nunca que la vida, venga lo que venga, hay que tomársela con ánimo sereno y alegría, cualidades que poseo también acá, en la medida suficiente», escribe en otro traslado a otra cárcel, esta vez en Berlín.
Rosa la activista y otra carta: «No hay nada más cambiante que la psicología humana. En especial, la psicología de las masas ya contiene dentro de sí, como Thalatta, el mar eterno, todas las posibilidades latentes: la calma mortal y la tormenta revoltosa, la cobardía más baja y el heroísmo más salvaje. Las masas siempre son lo que tienen que ser según su contexto histórico, y siempre están a un paso de ser algo completamente distinto de lo que parecen. ¡Lindo capitán el que eligiera su curso solo según el aspecto momentáneo de la superficie del agua y no supiera leer entre los signos del cielo y en las profundidades las tormentas que se avecinan! Mi pequeña muchacha, la “desilusión por las masas” es siempre la prueba más vergonzosa para el líder político. Un líder a gran escala no elige su táctica según el ánimo momentáneo de las masas, sino por las leyes férreas del desarrollo, se atiene a su táctica a pesar de todas las desilusiones y, por lo demás, deja que la historia culmine tranquilamente su obra hasta la madurez».
Rosa, la de las estaciones. «Por cierto, ahora tenemos hermosos días de otoño por acá, mis días preferidos, soleados y suaves, de modo tal que todas las mañanas tienen que desenredarse primero de entre la neblina azulada».
Rosa, la que escribe desde una celda y necesita curas de aceite para su estómago, la que no pierde el optimismo.
«A MARTA ROSENBAUM
[Berlín,] 6 de abril de 1915
Mi querida señora Marta!
Muchas gracias por su saludo de Pascua, que no me podía haber venido mejor! Todavía resalta en mi mesa y me alegra en cada pequeño descanso cuando levanto la vista del trabajo. Tengo el deseo más vivido de volver a verla alguna vez y charlar un poco con usted. Me encuentro bien, estoy siendo aplicada y hago uso de todo mi “tiempo libre”, que dura desde las 5:40 de la mañana hasta las 9 de la noche, para leer, pensar y escribir. Usted me pregunta si sigo teniendo coraje y esperanza. Oh, ¡más que nunca! ¿Cómo podría ser de otro modo? Incluso, según las escasas expresiones de la vida que llegan hasta mí, tengo que suponer y sentir cómo el rudo tiempo de la parálisis invernal se va convirtiendo en primavera, y eso debe aumentar con cada día que pasa. Además, cuanto más pienso en calma, más fe tengo en el futuro y en todos los buenos espíritus. Así que estoy contenta y esperanzada y del mejor humor».
Rosa, la que alimenta palomas en la cárcel, la que le escribe a Clara Zetkin, días antes de ser asesinada: «A las corridas, en lugar de la carta larguísima que en mi corazón ya está escrita, solo algunas pobres líneas. Lo principal es: por supuesto que te quiero ver y hablar.».
Una gran introducción para una carta de amor, ¿No? Todas las Rosas.
(Los fragmentos son de Vivo más feliz en la tormenta: cartas de Rosa Luxemburgo a amigas y compañeras, editado por Rara Avis, Casa Editorial, 2021).
Acerca de Rosa Luxemburgo (Zamość, Polonia, 1871- Berlín, Alemania, 1919).
Nació en una familia polaca de comerciantes judíos en Zamość, territorio entonces ocupado por el Imperio Ruso. Fue una de las principales referentes militantes y teóricas del marxismo europeo. Estudió zoología y se doctoró en economía política. Fue fundadora y líder del Partido de la Socialdemocracia Polaca. Agitó por el voto universal y el sufragio femenino, que acompañó entre diversas luchas sociales y políticas, como la revolución polaca frente a la ocupación rusa. En esa oportunidad fue encarcelada por primera vez y no sería la última: su vida estuvo signada por la persecución y la prisión. La vida de Luxemburgo también se caracterizó por su ininterrumpida militancia antibélica, anticolonial y antiimperialista.
Participó de numerosos congresos y mítines; como polemista y ensayista también aportó a los debates con cientos de artículos publicados, no solo en revistas partidarias, sino también en los principales periódicos de su época. Su oposición a la guerra la llevó a romper con la socialdemocracia alemana y a fundar el grupo Espartaco. Editó el periódico La bandera roja y co-fundó el Partido Comunista de Alemania. Participó de la frustrada revolución alemana de 1919, en la que fue secuestrada, torturada y brutalmente asesinada por oficiales y soldados contrarrevolucionarios del Imperio Alemán. En la actualidad continúa siendo una referente teórica y política de primer orden para numerosas corrientes de izquierda en todo el mundo.
¡Qué ganas de leer todas las cartas!
En la primera que compartes admiro sus descripciones, llenas de sensibilidad y belleza, e imagino cómo le ayudarían en la cárcel esos recuerdos.
Dice que la vida está fuera, o lejos, y que siempre se movió buscándola, e imaginé esa vida como la línea del horizonte, que según te acercas a ella, se aleja de nuevo, inalcanzable siempre, sin darnos cuenta de que el lugar en el que estamos es el horizonte inalcanzable de otros.
Un beso grande