Leo a Rosa Luxemburgo, que deambula por patios de cárceles, pensando en flores y jardines, reclamando por derechos para las mujeres, pintando óleos, recopilando flores en cuadernos (más de 250 plantas registradas en herbarios, confiesa en 1915).
Rosa, la que recuerda, la que recibe lluvia de pétalos, escribe cartas además de ensayos y se deja llevar por la brisa, «hacia un extraño estado de ánimo».
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