Incendiario (o Aproximaciones al mar)

Lo mejor que podíamos hacer los domingos al atardecer era desnudarnos para combatir la muerte. Yemas recorriendo espaldas, hombros, lunares, pliegues, protuberancias, secretos y memorias que escondemos bajo la ropa.

La ceremonia, si se la puede llamar así, comenzaba en ese instante que el sol empieza a ceder. Sin decir nada, rumbeabas al dormitorio. Yo seguía el rastro de tu ropa interior y me despojaba de la mía.

Frente a frente, te corría ese mechón de pelo que ocultaba uno de tus ojos. Y no podías evitar sonreír, mientras tus palmas me cubrían las mejillas. Cosquillas en tu vientre. «Eso es hacer trampa», musitabas.

No había prisas. El secreto estaba en la lentitud. En permanecer en la cama y revisitarnos, como las olas sobre los pies.

Había caricias. Y pausas. No faltaban carcajadas. Y en algún momento, cuando afuera todo era sombras, urgencias, ruedos, tu melena que abarcaba todo. Por supuesto que reediciones. Así enfrentábamos el lunes, exorcismo contra la chatura y las cabezas inclinadas sobre los móviles.

La mirada de esa piba me trajo la tuya, la de tus palmas en mis mejillas. Tentado de acercarme y decirle que sabía su secreto, «que es hermoso estar ahí». Pero desvié la vista y miré las callejuelas por donde el ómnibus daba vueltas imposibles, en una ciudad ajena y furiosa.

Otras aproximaciones al mar:

Aproximaciones al mar VII

Hay un mundo que ha cambiado. No sé si te gustaría vivir en él. Afuera, sobran gritos, intolerancia, chanzas, nadie oye a nadie y todo puede ser una mierda a veces. Diría casi siempre, pero acotarías que soy un pesimista. Como no serlo en estos tiempos de fascismo desvergonzado, con una hipocresía mayor a la habitual.

Llego a la Terminal. Pido un pasaje a la costa. Casi que puedo oírte: nadie se baña dos veces en el mismo río.

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Aproximaciones al mar VI

De aquel viaje quedaron lecturas, canciones a las que no regresé, una pintura que me obsequiaste, el murmullo del agua.

También la arena bajo los pies, mi desconfianza en las mareas, noches o mañanas incendiarias que la edad nos permitía.

No faltaba el té blanco en el desayuno y la única condición era desconectar los teléfonos. «El Yin Zhen se recolecta cuando nacen los primeros brotes, por eso es tan preciado, dejate llevar por el aroma».

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Aproximaciones al mar V

Fue un despertar cálido, una cercanía que se fue esfumando con el correr de los minutos.
Últimamente regresás en sueños, pliegues y arrugas de un lecho desordenado y vacío.

¿Había olas, arena, estrellas mironas, tus hombros sin breteles?. No estoy seguro. Sí que fue un verano inolvidable, a pesar de mi resistencia al mar.
De los días felices quedó tu olor salino, las caminatas por la playa, las carcajadas. También los silencios de penas que no contabas, miradas a las que debí prestar atención.
Por ahora no pienso regresar. Para qué, si ahí no hay nada.
Aquí adivino las montañas, el lago, el espacio al que huí para que las olas no trajeran tu nombre.
Puedo decir que todavía respiro, trabajo. Hasta voy al cine. Me pregunto si vivo.
Clarea y la luz despeja la insensatez de acompañarte.

Aproximaciones al mar III, aquí y  IV, acá

Aproximaciones al mar IV

«La espera me agotó, no sé nada de vos» dejo caer los auriculares alrededor del cuello. Pato ladra pero no la oigo. Y pensar que no me gustaba. Igual que Cerati. ¿Cuántos años tiene? “Vive de prestada”, me advirtió el veterinario, casi como todos.
La tentación del desánimo, la escritura de la oscuridad. Un Presidente y su discurso vacío. Ex país, el punteo de la mañana, una lista de palabras que no termina de convertirse en texto.
El cielo azul entre los ladridos de los perros. “Ando bien, ¿usted?”, contesto mientras recibo a Beethoven, no por el músico, sí por la película. Es el último que retiro para su paseo.
Dejar ir la mente. La brisa en la cara, no sé si agradable, brisa al fin. Bocinazos, el colectivero que manda al diablo a los automovilistas. Nada que desconozcas.
El vaho de las pérdidas cloacales en el asfalto desdice a los anuncios millonarios por tevé. «Sentir algo», leo en una pared. Estamos todos muertos y no lo sabemos (filosofía muy barata del pesimismo). «No dejarse ganar por la desesperanza», recuerdo.
¿Cuaderno de notas o Diario contra la ferocidad? «Para escribir un diario hay que tener una seguridad del valor que tiene contar la vida propia que yo no tengo».Piñeiro, “Una suerte pequeña”. Debate estéril que mando al diablo con el coro perruno al gato que los desafía desde el árbol. Me mira a mí y luego a ellos, seguro de contar con un refugio contra la ferocidad. Le sonrío. Parece que él también. Al fin logro moverlos. Conocen el camino y la plaza es una tentación única.
 ¿Contar en primera o tercera persona? La primera acerca, la tercera aleja, (otra vez Piñeiro). Tus pies sobre la arena, el mar como decorado, la piel desamparada, conmovedora, erótica. Pispear para desvelar, espantar lo irreparable. O intentar resignificarlo. ¿Pararse desde ahí?
Pato me ladra y se pega a mí.  Sabe que dialogamos y aporta su opinión con un lengüetazo cálido en mi mano. Los perros se mueven a mi alrededor y hurgan en el territorio, los dejo ser. Uno que otro me arranca una sonrisa.  Los animales y sus reparaciones.
La hora del regreso. La brisa que más que brisa ya es un viento impertinente. «Sentir la Patagonia», decías. Dejarse de rodeos, primera o tercera, la escritura «como respuesta a» y «a pesar de», la contención de un dique, la relevancia de las fisuras por donde se escaparán las palabras.

Imagen: Pixabay

Aproximaciones al mar III está acá y los otros dos en este libro para descargar.

Aproximaciones al mar III

De aquella época quedó la brisa sobre la cara, el agua y el humo de los cigarrillos. Sobran canciones y el empeño por espiar de reojo a la vera del camino (la imagen es de Fresán, creo) intuyendo que es imposible reconstruirlo todo.
Si de certezas hablamos, solo el rechazo.
Como suele suceder con lo nuevo, hubo un periodo de deslumbramiento, soñar de a dos en un mundo donde es difícil coincidir, hasta que el espejismo se hizo trizas y quedaron los cristales que pisamos en el suelo.
Con ellos las heridas, la desconfianza en el mar, las palabras que alguna vez escribí (y las que no). Mi naufragio y la indiferencia, la intensidad de tu mirada como salto a lo posible. Demás está decir que no había vuelto a la ciudad, hay lugares donde es difícil el regreso.
Los pasos me arrastraron a nuestra playa, muy cambiada, por cierto. La roca está cubierta por el agua pero persiste el humor de las olas, el aire salado y el murmullo del oleaje, reconciliaciones imprescindibles para esta tarde de invierno.
(Aproximaciones al mar I y II, están en “Alivio por la ferocidad”, que podés descargar gratis,de este enlace).

Imagen: Pixabay