El campo es una herida absurda, agazapada, una inmensidad que no tiene fin, que de alguna manera siempre retorna.
«Después de cruzar el campo ondulado -al frente y por ambos lados- la tierra tan lejos como alcanzaba la vista, mostrábase absolutamente plana, en todas partes verde por los pastos invernales, pero sin flores en esa época del año y con resplandores de agua en toda su extensión.
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