Leo por la mañana. Esta vez, en el universo caótico de libros, a Alejandra Kamiya en El sol mueve la sombra de las cosas quietas, editado por Bajo La Luna e inevitablemente pienso en el tiempo, que a veces no tenemos, que malgastamos o también que exprimimos hasta el último segundo.
Personajes que se toman las pausas necesarias, se apean al lado del camino y observan los cambios a su alrededor. O fuman en una plaza y “esa brasita que se apaga y se enciende, marca un ritmo de tregua, de paz”.
En los gestos de la sal, el amor y las flores. “Parados uno frente al otro, primero se miran, después ya no se atreven. Tampoco se hablan. Pero Anastasio sonríe. Y a ella la sonrisa se le rebela y se hace risa plena”.
“Por fin él dice “Vayamos a los árboles”. Y ahí se encuentran, cinco veces. Se dicen las mismas palabras que todos los enamorados de todos los tiempos”.
También rosas que “parecen la envoltura de un corazón. Una envoltura paciente y delicada, como las capas de ropa de una reina”.
Una escritura contemplativa y de pausas -la misma que me tomo para escribir estas líneas y acomodar pensamientos- a tono con la mañana de domingo.