«Los meses y los días son pasajeros de las edades, siendo también viajeros los años, que van y vienen.
Para los que dejan flotar su vida sobre un barco o envejecen llevando los frenos de los caballos, todos sus días son viaje y hacen del viaje su morada.
Antiguamente hubo muchos que murieron durante el viaje».*
¿Escribir para dar cuenta de un viaje?. Textos empantanados, de difícil rescate, por más que me obstine. Quizás ya no soy quien los escribió.
Abrir las ventanas, temprano, que cierta brisa renueve el aire, para cerrar cuando el calor aprieta, con la esperanza de paliar el sofocón.
El pasto se seca, como los textos viejos y la empatía. «De la pandemia saldremos mejores», recuerdo. O quizás es el verano, mi fastidio.
«Calor de enero que todo lo quema. Las hormigas se comen la acelga. Los pajaritos se comen el resto. No llueve y lo que nació se retuerce sobre sí mismo y se seca. Solo el maíz dulce que sembré para choclo parece resistir un poco. Riego con manguera lo más que puedo, pero me gana la desazón y el fuego. Cada mañana, algo parecido a la desesperación. Me repito una y otra vez que hay un tiempo para cada cosa. Un tiempo para la siembra. Un tiempo para la cosecha. Un tiempo para la llovizna. Un tiempo para la sequía. Un tiempo para aprender a esperar el paso del tiempo».*
Falco y una novela bellísima, muy recomendable. Lecturas de enero, la esperanza de que otros textos despierten a los propios.
* Matsuo Bashô, “Senda hacia tierras hondas”, Versión española de Antonio Cabezas, edición electrónica.
* Federico Falco, «Los llanos», edición electrónica.
(Imagen libre de Pixabay)