No puedo escribir. A modo de amparo, diría que nadie puede, que juntar palabras es una decisión que puede salir bien, aunque esté condenada a tropezar desde su gestación.
Quizás la premisa sea derribar las primeras líneas que decepcionan, mantener a raya el desánimo, no dejarse merodear por la angustia.
La preocupación ante un neofascismo creciente y de una época que parece llegar para quedarse. ¿Habrá antídoto posible? ¿O solo conmueve Argentina, 1985, pero se prefieren los discursos cada día más autoritarios? O peor aún, se pulveriza al que protesta y levanta la voz.
El objetivo es demonizar a los díscolos. Espóiler: en Argentina desaparecieron 30.000 personas.
En el mientras tanto, refugiarse en la lectura, esbozar algunas líneas, subrayar lo que otros y otras plasman en versos y párrafos. Guardarse los temores. O escribirlos.
Acudir a la poesía, un manotazo de desesperación:
Y entonces la única certeza es el fracaso ese es nuestro punto de encuentro, desde ahí estallarán los nuevos hallazgos.(*)
Nuevos hallazgos.
O los de siempre.
Escritura como salto al vacío, la ilusión de que llegue como el viento.
De pronto se veía sobre un camino a cielo abierto que iba hacia ninguna parte; aun así se sentía con fuerzas para recorrerlo consciente de su propia desnudez.(*)
Una buena versión del oficio.
Fragmentos de textos, manotazos mientras el agua sube.
(*)Hojarascas, de Susy Shock.
(*) La omisión, de Gabriela Massuh.